Tener una pasión tan grande que termine por lastimarnos es algo que muchos hemos compartido; es saber que por más que lo intentes no se detendrá de hacerte daño, aunque tú no lo quieras, aunque por dentro tu alma lo pida y parezca que te sana por algún momento, hay algo que amas con todo tu ser, pero está ayudando a tu destrucción. Es algo que te inflige dolor, pero no puedes dejar atrás. Historia similar fue la que le sucedió al maestro Renoir y el sufrimiento de su cuerpo al pintar o incluso al moverse; sin embargo, nada comparado a la pena de no poder hacerlo.
Pierre-Auguste Renoir, uno de los más extraordinarios pintores y representantes del impresionismo francés, padeció durante los últimos veinte años de su vida una terrible condición ocasionada por la artritis que le aquejaba, enfermedad que le postró en una silla de ruedas y paulatinamente le imposibilitó otra serie de movimientos. Renoir nació en el año 1841 en Limoges, una pequeña ciudad francesa famosa por su porcelana, donde comenzó sus primeros trabajos con el pincel, justamente, en una tienda de cerámica.
Más tarde, tras haber ingresado a la Escuela de Bellas Artes y pagarse unas clases en el estudio privado de Gleyre, conoció a Sisley y Monet; etapa en la que adoptó las técnicas e influencia del impresionismo, siendo al día de hoy uno de sus máximos exponentes revolucionarios. Lamentablemente no pudo seguir sus estudios por razones económicas, pero eso no le impidió seguir preguntándose y reinventándose en la pintura.
Su cercanía a Manet, lo disruptivo de sus pinceladas y una sed insaciable por hallar nuevas formas le guiaron a lo largo de su vida por un camino de cambios significativos de estilo, de intereses, de pensamiento y hasta de domicilio. Mudándose al brillante barrio de Montmartre encontró una nueva fuente de inspiración y de vida transmitida en sus pinturas más emblemáticas, sobre todo en aquellas relacionadas al café Moulin de la Gallete.
Acercándonos más a lo que fue su etapa de padecimiento, los últimos pasos tuvieron que ver con un rotundo éxito y una depresión profunda; viajó por Europa gozando de gran reconocimiento y trabajos por encargo de adinerados coleccionistas y financieros, entre ellos la propietaria de los almacenes del Louvre. Aunque, por otro lado, todo este huracán le dirigió a Renoir hacia un extraño camino de insatisfacción; durante este periodo le invadió un sentimiento de impotencia, pues consideró que era falto de talento y que el impresionismo se había quedado sin voz y sin mensaje. Se cuenta que llegó a romper bastantes lienzos sumergido en esos pensamientos catastróficos.
Fue entonces que un nuevo estilo tomó por asalto a los pinceles del francés y éste mostró obras mucho más precisas y duras en cuanto a su trazo y composición. Ya estaba casado y con dos hijos cuando este proceso de una nueva visión comenzaba, pero también el tiempo exacto en que se desataron los problemas. Renoir nunca fue un hombre del todo sano, fue hacia estos años que se tiene registro de sus múltiples enfermedades respiratorias y una neuralgia que le paralizó la cara por días, pero fue una caída en bicicleta lo que desató sus más fuertes dolores.
Tras haberse roto un brazo y recibir el diagnóstico médico de un reumatismo incurable, el artista vio el inicio de una época en que sus mayores amores tendrían que partir de este mundo; primero: la facilidad de sus movimientos para la creación artística, segundo: la muerte de su esposa.
Durante estos días de esfuerzo físico y espiritual, Renoir tuvo que diseñar caballetes con poleas y la forma de atarse pinceles a sus deformados dedos con tal de no separarse de su pasión en la vida. Veinticinco años fueron los que el maestro se vio atormentado por una artritis reumatoide que al final de sus días prácticamente lo incapacitaron del todo. La necesidad por seguir haciendo su trabajo era a veces más grande que los padecimientos en sus manos o el resto de sus articulaciones, esos eran malestares que estaba dispuesto a hacer frente pues le hubiera causado mayor pesar el no estar ante un lienzo que sentir esos instantes de muerte en cada hueso. Pintar era una cura a partir del suplicio.
Con el hombro derecho destruido y varios tendones rotos, Renoir nunca se detuvo; se puede ver otro cambio significativo en sus trabajos como pinceladas más cortas, colores mezclados por la imposibilidad de cambiar el pincel y composiciones más pálidas pues comenzó a pintar en seco y hasta que las cerdas dejaran su último rastro de óleo posible.
Afortunadamente su fama nunca decayó, fue nombrado Caballero de la Legión de Honor y vio triunfar a su última exposición en New York; más esto nunca pudo aliviar el sentimiento ya de incompletud y de pérdida constante. Finalmente, podríamos pensar que este mal fue el que le dirigió a la muerte, pero, todo lo contrario; a pesar del deceso de su mujer (que le deprimió bastante) y su creciente incapacidad de trazar, fue una pulmonía lo que le arrebató su último respiro. Falleció un 2 de diciembre de 1919 después de pintar su último cuadro.
https://www.youtube.com/watch?v=_V62aT_K8Zw
Renoir es ese pintor que somos todos, Renoir es el retrato del mundo; él es la mejor de las necedades en esta tierra porque nunca dejó que el destino le arrebatara parte de su ser, no permitió que eso tan suyo se fuera con facilidad, aunque esto le costara lágrimas y sudor frío. Renoir es ese grito de dolor gustoso porque más valdría morir que abandonar las pasiones del alma.
***
Te puede interesar:
Si fueras el Dr. Atl, yo sería tu Nahui Ollin
La mujer destinada a vivir su propio infierno y nunca poder amar