El mundo del arte está manchado por el capitalismo. Desde que las pinturas comenzaron a comercializarse y a aumentar su precio por distintos factores, se ha cuestionado la validez de algunas de las llamadas -mejores pinturas-, e incluso el conocimiento de los proclamados “expertos en arte”, pero es que, ¿que puede hacer uno cuando se encuentra con una pintura casi perfecta?
Guy Ritchie analizó el tema al menos de forma superficial en su película “Rocknrolla”. En ésta una pintura -que nunca vemos en pantalla- se convierte en una de las protagonistas y en el móvil que hace que la historia fluya de una forma natural. Al inicio es propiedad de un mafioso ruso quien se la prestó a otro criminal británico para “darle suerte” en un trato ilegal que ambos realizan. Pero el conflicto inicia cuando alguien roba la pintura y debe ser encontrada antes de que finalice el negocio.
Los intereses de todos los personajes que miran la pintura se ven afectados después de entrar en contacto con ella, como si fuera una prioridad. Nadie sabe su valor real, ni qué es precisamente, pero la obra los obsesiona poniendo en riesgo sus propias vidas. Y quizá por eso el dinero es gran parte del mundo del arte. Cuando alguien encuentra la belleza imperturbable de una pintura, la moneda podría pasar a un plano insignificante. Sin embargo, ¿qué pasa cuando incluso el arte –o los criminales involucrados en él– le juegan una broma pesada al espectador?
Una controversia en el mundo de la pintura pone en duda el concepto tanto de la belleza del arte, como de la importancia de la autenticidad de las obras. Esto después de que Sotheby, un negocio dedicado a las subastas y ventas privadas de Arte, le reembolsara a un comprador una pintura de Frans Hals que pudo haber sido una falsificación. El caso podría ser parte de un fraude que engloba alrededor de 255 millones de euros en pinturas falsas.
El comprador dudó de la autenticidad ya que se reveló que la pintura venía de la misma fuente que la Venus de Lucas Cranach the Elder que fue confiscada por las autoridades francesas después de que se sospechara que era falsa. La suspicacia aumenta al ver que el vendedor de dichas obras es un coleccionista y vendedor llamado Giulano Ruffini, que llevó al mercado distintas obras no documentadas de distintos pintores antiguos.
La mayor preocupación es cómo la prensa le dio tanta atención a la pintura atribuida a Hals, pues el Louvre inició una campaña nacional para que alguien comprara la obra por 5 millones de euros, y cómo, a pesar de que fue puesta a distintas pruebas científicas para comprobar su autenticidad, no se encontró un rastro de falsificación. La pintura no se vendió y eventualmente Mark Weiss, un vendedor de arte, logró realizar una venta de 10 millones de dólares con el coleccionista americano, quien después pidió su reembolso.
Para asegurarse que era un falsificado, Sotheby acudió a Orion Analytical, una compañía dedicada a investigar obras de arte. La empresa encontró que existían rastros de materiales sintéticos del siglo XX, por lo que no pudo haber sido creada en el siglo XVII. Weiss aún no termina de reembolsar 50% de su venta, pero no hay evidencia de que él, otros vendedores o las casas de subasta tuvieran razones de dudar de la autenticidad de las obras.
El caso no termina ahí. El fundador de Orion aseguró que lanzará una lista con 25 pinturas que presume son falsas, lo que marcaría un exceso de obras falsificadas de forma tan detallada que están cerca de pasar por reales. Se supone que los expertos en arte o quienes lo “examinan” a detalle saben identificar entre una obra real y una falsa, e incluso aunque el “ojo entrenado” a veces falle, ahora las pruebas científicas también fracasan en identificar el problema.
Según Sarah Cascone, periodista de arte, se podría objetar la fiabilidad de los “conocedores”, y Bendor Grosvenor, escritor de historia del arte, asegura que “el sistema en el que el mercado del arte se apoya para determinar la autenticidad no está funcionando”. Así que se espera que más pinturas falsas salgan a la luz durante los siguientes meses. Hasta ahora se duda de “David con la Cabeza de Goliat” atribuida a Orazio Gentileschi y un “San Jerome” de Parmigianino, que han estado respectivamente en la Galería Nacional de Londres y el Met de Nueva York.
Es interesante pensar que existe alguien con la increíble habilidad de imitar los estilos de los grandes pintores antiguos de una forma en que se ha convertido casi imposible ver si la obra es falsa o no. Y puede nacer una pregunta más sobre eso. Si la pintura está a un nivel casi perfecto, ¿importa realmente que sea la original? Puede ser que sí, dependiendo el tipo de coleccionista que sea. El talento del falsificador quizá jamás sea reconocido, pero es parte de un mundo bello que ha sido corrompido. Grosvenor dijo: “Es tan hábil la manera de envejecer estas modernas creaciones de tal forma que se ven como si tuvieran cientos de años”.
El arte y el crimen parecen ser conceptos absolutamente distintos, pero sólo nosotros, humanos destructores, pudimos mezclarlos. Esta controversia puede revelar la facilidad con la que nos vemos cegados ante esa belleza, sin dudar de la autenticidad o ni siquiera pensar en ella, porque sabemos que lo que tenemos enfrente tiene valor, sepamos el nombre de la obra o no.
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Fuente: Artnet.