–El sabor de la carne humana no tiene igual. Quizás haya sido la desesperación que se apoderó de nosotros. O tal vez fuera una eterna pulsación interna, un profundo y antiguo instinto. No me mires así. Si estuvieras a punto de morir, ¿no harías lo que fuera por sobrevivir?
–No estoy aquí para juzgarlo, Monsieur Savigny, ¿podría contarme cómo fue que el desastre de La Medusa ocurrió?
–El viaje era de rutina. Nos embarcamos hacia Senegal, acompañando al nuevo gobernador. Du Roy estaba al mando. Todos a bordo sabíamos de las precauciones a la altura del cabo blanco, frente a las Islas Canarias, pero Du Roy cayó en la necedad y navegó a todo trapo. Inevitablemente encallamos.
–¿Cómo fue que los oficiales al mando huyeron?
–Primero intentamos liberar la nave, aligeramos el peso. Logramos sacar el barco pero el mar de fondo nos regresó. Ahora aún más adentro. El barco empezó a hacer agua y el pánico hizo mella. El Capitán ordenó abandonar la nave pero los botes eran insuficientes. Evidentemente, oficiales, aristócratas, soldados, niños y mujeres abordaron. El resto de nosotros, unos 150, improvisamos una balsa con los mástiles, palos y planchas de madera. Los botes tirarían de la balsa, y lo hicieron, hasta que los burgueses decidieron cortar los cabos. Sus juramentos y promesas se fueron con ellos.
El mar fue testigo del resto de la historia. Alrededor de unos 150 marineros estaban a la deriva en un océano que los atacaba. Los suicidios comenzaron el primer día, las pocas provisiones que lograron llevar a bordo cayeron de la balsa. Los conflictos y peleas no se hicieron esperar, no tanto por los víveres, sino por el mejor lugar en la improvisada embarcación. Al cabo de una semana, no quedaban más de 28 personas a bordo. Quince días después, los supervivientes fueron encontrados, en medio de la desesperación, ebrios, rodeados de muertos y moribundos.
El hambre no cede. Ello llevó a los marineros a comer el cuero de sus correajes, las bolsas de munición y las vainas de sus armas. El rayo del sol, el hambre, la sed y la desesperanza es la peor combinación. El canibalismo fue la respuesta. Los sobrevivientes cortaron las extremidades y rasgaron la piel de sus compañeros, colgaron los trozos de carne al sol para volverlos un poco más comestibles. Combinaron su orina con el vino y lanzaron a los más débiles al mar.
–Algunos se lanzaron sobre los cadáveres en cuanto pudieron. El resto de nosotros rechazamos la idea, pero pronto vimos en ello, la única comida que podría prolongar nuestra existencia.
El hundimiento de la fragata Medusa ocurrió en el verano de 1816. La prensa pretendía ocultar el hecho y que pasara inadvertido por la opinión pública, pero la oposición desató la controversia. La catástrofe y el escándalo se apoderaron de las calles de París. Marineros franceses abandonados a su suerte por sus oficiales. Vaya cobardía.
En medio del caos, un joven pintor anhelaba la gloria de la fama. Con 27 años, Géricault confiaba en pintar su obra maestra. Trabajó desde el amanecer hasta el anochecer para terminar el lienzo en ocho meses, un cuadro que retratara la miseria y la desesperación de aquellos marineros. La historia cuenta que el pintor consiguió trozos de cuerpos diseccionados para poder dibujarlos mejor y entrevistó a todos los supervivientes. Estudió cada grabado y litografía que documentara el hundimiento de la nave e, incluso, llegó a construir una maqueta real de la balsa, misma que guardó en un enorme estudio alquilado en el corazón de París.
De estilo romántico, con énfasis en dotar de expresividad a los mártires no sólo de la nave sino de una Francia en decadencia, La Balsa de la Medusa es una mirada a una realidad cruda y miserable. Belleza y horror en un mismo cuadro. Los toques dramáticos de la obra resaltan como principal característica: un puñado de hombres anhelando la vida que un mástil, apenas perceptible, trae a sus existencias. El padre que llora la muerte de su hijo. Los cadáveres que inundan la escena como eterno recordatorio de la presencia de la muerte en su travesía. El uniforme francés en el agua y la alegoría al derrumbe político y militar francés.
Géricault presentó su obra en 1819, abonando a la provocación artística sobre el tema del naufragio. El cuadro marcó un despunte en la carrera del joven pintor. La historia lo reconocería por su denuncia y representación histórica de un hecho que indignó a la sociedad francesa de la época. Algunos de los sobrevivientes también quedarían plasmados en la obra de Géricault donde los marineros Corrard, Savigny y Lavalette posaron para ser retratados en sus respectivos papeles. Otro joven pintor, Eugéne Delacroix, posó para el joven tumbado boca abajo en la balsa.
–El rescate llegó por ustedes. ¿Sintieron alivio al estar seguros?
–No, la represión del gobierno fue aun peor que soportar las inclemencias del mar. Incluso que el recuerdo de tener que desgarrar el cuerpo de un compañero mientras tus ojos se llenan de rabia y la carne te sabe a tus propias lágrimas.