El arte contemporáneo en México, desde su génesis en los años noventa, ha tenido un largo e intricado proceso de institucionalización que le ha llevado a lo que conocemos hoy: un campo de prácticas artísticas gobernado tanto por el mercado como por la denuncia. Las producciones contemporáneas, por otro lado, han sido ampliamente criticadas ya sea por sus conceptos u objetos, así como por los soportes materiales que le caracterizan más allá de la pintura o los medios tradicionales. Estos dos puntos son sobre todo los que debemos tomar en cuenta para lo siguiente.
En ese torbellino de incomprensiones y de prácticas que se podrían considerar contradictorias, si es que se pierden de vista los movimientos actuales de supervivencia o de patrocinio, es que se dan las condiciones necesarias de emergencia para un mercado como lo es Zona MACO; el cual no debemos olvidar que es eso justamente, un mercado de arte en el que se da la oportunidad de salida tanto a artistas establecidos como emergentes. En su edición de 2016, MACO ha reavivado un debate que trasciende más allá de las piezas mostradas o los muros de su centro de convención.
Fue a partir de una pieza en la que colaboraron Yoshua Okón y Santiago Sierra que la discusión fue generada una vez más en torno al papel del arte contemporáneo y a una línea que atraviesa diversas producciones: la queja o burla hacia un sistema disfuncional. Gracias a Galería Parque es que se pudo ver y trabajar alrededor de esta obra, que muestra una versión a escala del Museo Soumaya a manera de retrete, desatando comentarios orgánicos o digitales relacionados a su impacto.
Yoshua Okón y Sierra comentan con respecto a su instalación, que también estuvo acompañada de una acción al aparecer personas que le erigieran en el booth, la búsqueda por una apropiación del recinto real al que se hace alusión como un símbolo de poder que nada tiene que ver con el apoyo a la cultura y al arte. Esta burla a partir de la recontextualización pretende mostrar, según sus autores, la desproporción en la distribución de las riquezas y la falta de acción real ante los problemas en México, pues a ese edificio lo consideran como una broma cruel de naturaleza egocéntrica frente a proyectos que de verdad podrían hacer un cambio y no quedarse en su condición de monumento empresarial.
En contraparte, dentro de su mismo discurso es reconocible otra burla o farsa incluso hacia sí misma, autonombrándose cual hermoso objeto de coleccionista que bien podría ser una pieza privada para experiencia estética o doméstica por igual al cumplir sus funciones depositarias de desecho.
Tras una serie de revuelo y controversia los comentarios se han visto divididos entre aplausos y cuestionamientos para nada desdeñables; así como hay simpatizantes con este tipo de producciones, aplaudiendo el valor agregado a un objeto común a partir de su denuncia al mundo del arte, que se ha tomado como filantropía superflua y un mercado que ha rebajado al trabajo artístico a excremento, los hay otros que no han quedado tan conformes con esta (re)presentación.
En esa lid por mostrar con fuerza la acusación de un aparato político y empresarial ha resultado alarmante para cierto sector del público el que esto se haga en un espacio como lo es Zona MACO; las preguntas más frecuentes han girado en torno a la incongruencia de ser un artista financiado por grandes sellos bajo un techo privilegiado y criticar al Soumaya, ser un artista en el mercado y quejarse del mundo del dinero.
Sin embargo, no debemos omitir las transiciones que ha sufrido el arte en México, donde a partir de los años 90 el Estado cede el financiamiento cultural a la iniciativa privada y entonces se gesta una dupla conflictiva e interesante, donde esta última posibilita la muestra de su propia diferencia. El arte por razones sociales y económicas se ha tenido que alienar de lo resistente o de lo exterior para poder generar una revolución desde el mismo sistema institucional.
Ello no quita que permanezca un extraño sabor de boca si es que pensamos en la efectividad de una pieza que se fundamenta en la colección del museo a criticar, del aparato denunciado y del narcicismo en el hombre más rico del país, y resulta que esta comparación formal (verle como un WC) es una idea gastada o incluso obvia que no debemos olvidar también nació de un grupo de élite: vecinos que no aceptaban más construcciones en su colonia. Entonces nos queda preguntar ¿qué es lo que de verdad sucede al presentar esta burla en un evento como Zona MACO? ¿a quiénes tendría que llegar su mensaje o su experiencia con mayor vehemencia?
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