Felicidad, pérdida, luto, esperanza y renovación son sólo algunos de los sentimientos que una y otra vez evoca la conciencia al estar parado frente a una instalación de González-Torres. Un diálogo sugerente donde el espectador es una y otra vez invitado -y confrontado- a formar parte de la obra que tiene frente a sí.
Durante la década de los 80, cuando el virus fue finalmente aislado, una campaña de odio desde todas direcciones se lanzó sobre la comunidad gay, cuyo combustible era una rampante ignorancia y el miedo supremo a enterarse de que el amor tiene una amplia diversidad de manifestaciones, sin importar cuán desgarradora pueda ser esa realidad para las mentes y sociedades más conservadoras.
Tal es el contexto de la obra de Félix González-Torres, no obstante, ésta no sólo se limita a la introspección. El artista también profundiza en una postura política ante la discriminación y persecución de la diversidad sexual, con especial énfasis en el virus del VIH y el estigma que desde los gobiernos, el sector salud y la sociedad civil se levantó furiosamente sobre la comunidad gay.
Gónzalez-Torres imaginaba que el único depositario de su producción artística era Ross Laycock, a quien solía identificar como su pareja. Después de su muerte en 1991 a causa del VIH, la obra del artista norteamericano se volcó en la representación de la ausencia, el luto y la pérdida. El mejor ejemplo de esto fueron las instalaciones que montó sobre más de una veintena de espectaculares en Nueva York, con una imagen de su cama vacía, con dos almohadas que simulan algo que ya no está y posiblemente, no volverá más.
No obstante, al mismo tiempo, el trabajo creativo del artista deja resquicios que dan cuenta de la idea de renovación y duelo. En “Untitled” (Portrait of Ross in L.A.), una de sus instalaciones más conocidas, que apila un sinfín de caramelos envueltos en empaques multicolor.
A pesar de que su número es incierto, el total debe ser idéntico a 79 kilogramos, el peso de Ross Laycock antes de morir. El público que presencia esta obra es animado a tomar un caramelo y al mismo tiempo que participa en la obra, le da vida a un concepto de fragilidad donde poco a poco se consume cada dulce, tal y como ocurre en el ocaso de una vida.
Al final, la institución encargada de montar la obra debe asegurarse que cada día la instalación posea los mismos que los lineamientos originales de González-Torres. No sólo es un reto museográfico que hace repensar al público sobre los límites y alcances del arte contemporáneo, también se trata de una declaración personal de dolor y de un sentimiento de pérdida común que se comparte con millones de personas a cada instante.
Finalmente, González-Torres falleció a causa de las complicaciones del SIDA a los 37 años, pero el mensaje que dejó consigo es mucho más complejo que una simple afirmación personal y mucho más simple que una crítica social hacia la intolerancia de una sociedad incapaz de aceptar las diferentes formas en que se manifiesta el amor.
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Referencias
MoMA
Guggenheim