Un amigo cercano me introdujo por primera vez al trabajo de Félix González-Torres e inevitablemente su obra se quedó conmigo. Pocas veces un artista se refugia en mi cabeza tan permanentemente, regresando de vez en vez a dejarme una sensación de admiración profunda mezclada con melancolía.
El trabajo de González-Torres habla, prácticamente, de tres temas: muerte, amor y luto. Puede sonar banal y su obra parecer casi improvisada, pero el discurso impecable y conmovedor detrás es lo que le da la fuerza para seguir impactando a generaciones.
Félix González-Torres nació en Cuba, en 1957, y se mudó de país en país, hasta instalarse, finalmente, en Puerto Rico, en la universidad de ese país estudió arte. Allí consiguió una beca para irse a Nueva York y es en esa ciudad donde consolida su carrera, al cosechar éxitos importantes en el mundo del arte.
La homosexualidad abierta de González-Torres jugó un papel importante en su producción, aunque, como él mismo dijo en una entrevista, su arte no es arte gay sino que es arte que habla del amor por un hombre. Se refiere particularmente a la historia de amor de ocho años que vivió con su compañero Ross Laycock, quién murió de SIDA cinco años antes que el artista.
Ese suceso incide fuertemente en la producción artística de González-Torres, quién siempre consideró que el público para el que hacía arte era exclusivamente Laycock. Durante el año de su muerte, en 1991, González-Torres creó una serie de obras para homenajear a su pareja y trabajar su luto.
Una de las más conocidas es Untitled (Portrait of Ross in L.A.), en la que una montaña de caramelos envueltos en celofán de distintos colores es libremente colocada en el espacio donde se expone.
González-Torres sugiere que la cantidad de caramelos expuestos pese exactamente 175 libras, que era el peso de Ross. La acción que realiza el público al toma caramelos y hace disminuir el tamaño de la obra es equiparado a la pérdida de peso y al sufrimiento que vivió Ross antes de morir; como si desapareciera. El espacio expositor se compromete a renovar las 175 libras de caramelos en cuanto se terminen, esto como una manera de prolongar su “existencia”. Asimismo, la acción de cada espectador al ingerir el dulce es comparable con el acto católico de la comunión, en el que se recibe el cuerpo de Cristo. Quizá, González-Torres buscaba reproducir la esencia de Ross a través de cada espectador.
Untitled (Perfect Lovers) es otra de sus obras, producida durante el mismo año, que reflexiona sobre la enfermedad y el luto. El artista expone dos relojes de cocina idénticos, sincronizados exactamente a la misma hora, uno junto al otro. Los dos relojes marcan los segundos al compás, día tras día. Pero con el tiempo, poco a poco, empiezan a perder sincronía hasta que el tiempo entre ellos crece y los separa cada vez más.
Durante el mismo año, y como homenaje a Ross, Félix expuso veinticuatro espectaculares en las calles de Nueva York que presentaban la misma imagen: la fotografía de una cama deshecha y con la impresión de dos cuerpos que estuvieron recientemente allí. El número de carteles corresponde con la fecha de la muerte de su compañero y no van acompañados ni de firma ni de didascalía. La ausencia de los cuerpos refleja el duelo por la pérdida, pero, también, se traduce en una declaración política y social para el ambiente de la época: “esconder” un cuerpo homosexual que padeció SIDA y que ha dejado su huella, no deja de ser controversial.
En 2010 se realizó una retrospectiva de la obra de González-Torres en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), en el Distrito Federal, curada por Sonia Becce. Próximamente se podrá ver algo de su obra en la exposición panorámica / paisajes, 2013-1969 que inaugura estos días en el Palacio de Bellas Artes.