En el cine actual todo es una adaptación de otra historia, todo es una precuela, una secuela o un reboot de alguna franquicia. Entre el 2005 y el 2014, sólo el 39% de las películas estrenadas en las salas de cine fueron historias originales; y las diez películas con mayor éxito taquillero del 2013 y el 2014 fueron basadas en historias ya existentes. En una industria que constantemente toma inspiración de otras manifestaciones artísticas —novelas, cuentos, historietas—, existe una gran posibilidad para decepcionar a los fans de las obras originales.
¿Cuántas veces nos hemos llenado de emoción porque nuestro libro favorito de la infancia fue adaptado a una cinta, sólo para que el día del estreno nos demos cuenta de que el protagonista no se parece en nada a lo que habíamos imaginado tantas veces? Son pocas las veces en las que las decisiones de casting no han decepcionado a los fans; y una vez que vemos a un actor dar vida a alguien que sólo conocíamos a través de las líneas de un libro, no podemos quitarnos esa imagen de la cabeza. A pesar de lo que nos imaginamos cuando leímos los libros, Harry Potter siempre será Daniel Radcliffe, Frodo Baggins siempre será Elijah Wood, y —aunque le pese a Johnny Depp—Willy Wonka siempre será Gene Wilder.
Darle un rostro a los personajes de historias clásicas no es tarea sencilla, pero a mediados del siglo XIX hubo un artista que atinadamente delineó la imagen de cientos de personajes y escenarios que ya eran populares entre el público. Su obra tuvo tal impacto que aún hoy, cuando pensamos en estos personajes, inevitablemente aparecen las imágenes que salieron de la mano de Doré.
En el año 1832 nació el ilustrador Paul Gustave Doré, en la ciudad de Estrasburgo en Francia. Desde los 5 años, Doré jugaba a picar cemento y hacía sus primeros dibujos. Cuando cumplió 15 años, comenzó a trabajar como caricaturista en un diario francés “Le Journal pour Rire”. Por las mismas fechas, realizaba litografías por encargo y cobraba incluso más que sus colegas con mayor fama y experiencia. En 1853, iluminó algunas obras de Lord Byron y el famoso cuento de Edgar Allan Poe, ‘El cuervo’.
En 1862 viajó por España. Este viaje fue vital para la obra del artista, ya que la región lo inspiró a hacer los dibujos de una crónica de viaje que después fueron incluidos en una colección llamada “Le Tour du Monde”; además, producto de este viaje surgió una fascinación por la célebre obra caballeresca de Miguel de Cervantes Saavedra: “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”. Doré realizó los grabados que ilustraron una edición francesa de esta obra. La versión de Sancho Panza y Don Quijote imaginada por Doré fue la que después sería utilizada por artistas y directores de teatro para personificarlos.
En 1865 ilustró una nueva edición de la Biblia, este trabajo le valdría una exposición en Londres. Dicha exposición tuvo tanto éxito que pronto se inauguró la Galería Doré. Durante su estancia en Londres, Doré continuó ilustrando obras literarias, entre las cuales destaca “La Divina Comedia” de Dante. Los dibujos en esta edición inglesa aún ahora son motivo de admiración e inspiraron otras versiones de la obra. Los críticos decían que “Dante y Doré se comunicaban de una manera ocultista y solemne acerca del secreto de su Infierno cargado por sus almas”. Doré murió en París en 1883, con tan sólo 51 años de edad.
Como detalle curioso, Doré no podía bocetar de la naturaleza y nunca utilizó un modelo vivo. El artista raramente utilizaba colores, por lo que se especula que tenía problemas de la vista. Aún así, su trabajo es considerado como uno de los más importantes en el grabado. A pesar de eso y de haber ganado millones, al momento de su muerte comenzó a recibir críticas negativas, ya que raramente completaba sus proyectos.
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El infierno ha sido fuente de inspiración para muchas disciplinas artísticas. Pero la mente de los artistas también los ha llevado a sentir los horrores del infierno en vida. Conoce la historia del escritor cuya adicción lo hizo descender al inframundo.