Si cada uno pudiera utilizar las distintas máscaras del destino, diferentes rostros protagonizarían las escenas tristes, las de angustia o desesperación, y no es cuestión de usurpación, se trata de enfrentar las experiencias con otro rostro que no sea el propio sólo para encontrar en una apariencia ajena la polaridad que habita en una misma persona.
El artista Ian Ingram comprende que se puede ir de norte a sur en un mismo rostro, por eso hace autorretratos en los que explora los polos opuestos de su psique. Su obra se rige por tercera ley de Newton: “Para cada acción hay una reacción igual y opuesta”, así, este enunciado define su realidad que se escapa en cada uno de sus rostros de pastel.
Se puede decir que sus pinturas son sus opuestos, su personalidad que se desdobla y no siempre muestra la buena cara. Cada autorretrato se convierte en una metáfora de su realidad física expresada con un gesto y con una ornamentación de sus estados de ánimo.
En cada rostro Ian traza un mapa del binomio pensamiento-realidad, aunque reconoce que el “rebote de un polo a su opuesto” no permite comprender el mundo en su totalidad (el rostro). Su perfección en el trazo sugiere obras hiperrealistas que conservan el gesto alegre, o en otras, el de desanimo o desapego; el artista es fiel a la expresión del rostro a través de líneas y miradas.
Residente en Austin, Texas, Ian Ingram (1974) es un artista estadounidense con una extensa carrera en las artes. Hizo estudios en Roma y ha llevado a cabo exposiciones desde 1997.
Elaborados con pastel, las pinturas de Ian son recovecos de su mente, sus rincones más oscuros iluminados por la técnica.