El más reciente proyecto de la fotógrafa, escritora y activista de la frontera Jill Marie Holslin, le llevó años capturar bajo su lente aquellos “rastros” que dejan los migrantes al pasar por el muro fronterizo; dibujos e inscripciones de los nombres que cruzan esperanzas, así como mensajes que descubren otra realidad por medio del registro de las huellas de una vida cotidiana, casi invisible, entre la frontera de San Diego y Baja California.
Las fotos capturan dos tradiciones dentro de las artes visuales: las representaciones de la frontera y el muro fronterizo, y el graffiti.
Los muros fronterizos existen en muchos lugares del mundo, construidos por el estado-nación como una amenaza y un símbolo de poder, un significado debilitado por paradojas y contradicciones. El muro intenta mostrar el dominio y la solidez de las fronteras en las naciones; pero en realidad, el mensaje que comunica es todo lo contrario. Un muro deja ver el temor, la vulnerabilidad y la falta de capacidad para ejercer autoridad. De la misma manera, el graffiti mantiene una imagen exitosa por presentar un escenario oficial al público expuesto en la ciudad. La estabilidad de la imagen social depende de la capacidad de negar o esconder a la gente que no encaja en la historia oficial de la cuidad. El graffiti aquí representa la expresión de la energía y la vida de la “gente invisible”.
El muro en la ciudad, igual que el fronterizo, revela las contradicciones del poder oficial de dos maneras; la foto participa en la historia de los espacios urbanos como una expresión de sí mismo y, también, documentando la manifestación efímera de esta vida cotidiana. En el fondo de una alcantarilla, entre Tijuana y San Diego, los migrantes han construido una regadera con un pedazo de manguera, robando el agua de una tubería de la ciudad de Tijuana -diablitos de agua-. Aquí esperan cruzar mientras platican y cuentan las historias de su viaje.
“EZ MI última Bez que CRUSO de mojado”, afirma un migrante con un mensaje grabado en la lámina, como si al escribirlo pudiera imaginarlo, y por imaginarlo, lograrlo.
Ellos graban sus nombres, escriben declaraciones de amor y afirman sus planes para el futuro sobre el muro fronterizo. Se convierte la barrera en un diario de la vida durante su viaje, un documento vivo.
En muchos lugares de paso por todo el muro de Tijuana como el Campo, California; San Diego, La Montaña de Otay y Tecate están los rastros que sugieren historias de familias, la nostalgia por sus pueblos y la esperanza para un futuro mejor. Al este, en el cerro de Tecate y en la montaña sagrada Kuchama, los nombres y las fechas grabados en el muro fronterizo documentan el paso de migrantes por los caminos antigüos de los Kumeyaay o Tipai.
Desde 2008, Holslin ha explorado muchos sitios en ambos lados del muro fronterizo entre Baja California y San Diego, en lugares apartados como Tecate Peak, La Montaña de Otay y la Rumorosa, sitio donde se construyó un muro por zonas selváticas, tierras salvajes y lugares sagrados de los pueblos indígenas, decidida documentó los testimonios de una verdad que ella notó ausente en los periódicos de San Diego.
En 2006 el gobierno estadounidense inició la construcción de un muro nuevo entre los Estados Unidos y México, como consecuencia de la ley “Secure Fence Act de 2006”, la que fue votada en el Congreso y Senado de EEUU a finales de septiembre de ese mismo año, y firmada por el Presidente George Bush el 26 de octubre de 2006. La ley hizo mandatoria la construcción de 700 millas de barrera sobre la frontera entre México y los EEUU.
Tres años más tarde, Holslin participó en Washington D.C. con la coalición nacional “No Border wall”, para presentar sus fotografías a integrantes del congreso y senado de los EEUU.
Ha continuado con su trabajo y proseguirá más adelante con investigaciones y fotografías publicadas en su blog. Hoy logra exhibir de este lado de la frontera esos rastros, en el Pasillo de la Fotografía del Instituto de Cultura de Baja California, Tijuana, desde el 13 de junio y hasta el 8 de julio.
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