Luego de que la Revolución Mexicana detonara un nacionalismo acarreado principalmente por la necesidad de crear una nueva identidad nacional que fuera más justa y abierta para toda la población, el movimiento muralista cobró protagonismo con sus tres artistas más importantes: Rivera, Orozco y Siqueiros; aunque hubo también un cuarto disidente, Tamayo. Todos ellos eran la generación que estaba poniendo a México en la cúspide del arte; no obstante, obedecían a ciertos ideales políticos que trataban de posicionar al mexicano en un estándar en el que los extranjeros envidiaran su posición. Se trataba de hacer un arte, un cine, una literatura y una historia netamente mexicanas, que exaltaran los valores del mexicano, el colorido nacional y los paisajes.
No obstante, eso que se promovió en el extranjero como “mexicano”, no lo era del todo. «Era una imagen fabricada y nada genuina, así no podía ser el mexicano. El arte es mucho más». Con estas palabras, José Luis Cuevas arremetía en contra del arte de los muralistas mexicanos quienes se encargaron de llevar al extranjero sus monumentales obras pictóricas, incluso, hubo encargos de coleccionistas millonarios y eran ovacionados por grandes artistas.
Cuevas sabía de la capacidad artística de todos ellos; no obstante, tenía muy en claro que era gracias a la apertura gubernamental y al uso de la mexicanidad como materia prima que estaban en boga en el mundo. Iban a exhibir al pueblo como la imagen que había creado el gobierno, como un invento nacional. Eran, en parte, como el cine actual; se le dice “cine mexicano” no a las películas que vienen de México, sino a un tipo de cine estereotipado que se hace en el país, es decir, a un cine en el que la violencia, el lenguaje y circunstancias precarias son primordiales. Así ve el mundo a México a través de sus obras cinematográficas.
Eso mismo que ocurría con los artistas de la época. Rivera hacía murales en donde el pueblo era el protagonista, pero, ¿en realidad esa era las gente con la que se mezclaba día a día? No. Diego Rivera vivía inmerso en las esferas de los altos mandos, obedeciendo sus pedidos mientras que en el resto de país había otros artistas tratando de expresase recibiendo poca atención ya que no era un arte “mexicano” precisamente.
Cuevas, quien desde su juventud se había mezclado con los mejores artistas, no era, precisamente, el hombre con más reconocimiento, a pesar de merecerlo; él se negaba a hacer el mismo arte que posicionaba al mexicano como una figura, más que como un ser vivo. Este pensamiento quedó plasmado en un texto que a mediados de los cincuenta lanzó con el fin de hacer una crítica a la política cultural del gobierno mexicano, el cual llevaba cerca de tres décadas favoreciendo al arte nacionalista, mismo que culminaba —casi siempre— en los muralistas. En este tratado, Cuevas hace un cuento irónico, narrado en presente y en tercera persona, más como un comercial que como un texto real, otra señal de la ironía del artista.
En el cuento, Juan y otros personajes buscan obtener el apoyo y comenzar una carrera en el mundo del arte. Para ello deben renunciar a sus búsquedas personales, a las vanguardias que no habían explorado y nunca pudieron hacer por contrato, adoptando cambios y un nacionalismo excesivo que le cerraba las puertas al talento y se las abría al poder. Era una cortina de humo, aunque Cuevas prefirió llamarle “una cortina de nopal”, lo cuál le dio nombre al tratado escrito por el artista. Él escribe muy claramente que por el bien del arte y del país se debe eliminar la cortina que priva de otro tipo de arte y de expresiones, porque los muralistas sólo estaban creando un escenario falsamente nacional.
Años más tarde, la historiadora Shifra Goldman aseveró que «durante todo el texto, se puede ver a Cuevas renuente al arte mexicano, incluso se burla de Frida y su atuendo, pero en realidad, la críticas a los muralistas son más favorables de lo que pareciera. En el texto hace alusión a la trascendencia del movimiento pictórico mexicano en el mundo porque nos guste o no, el realismo mexicano es de los movimientos más importantes a lo largo del globo y su historia». Este texto queda como la esperanza del artista a ser reconocido y que el mundo supiera como el arte mexicano no sólo comprende a los muralistas y a la mexicanidad plasmada como un puñado de «pies grandes y rostros tristes».
Cuevas fue testigo del crecimiento del arte mexicano, pero también fue una víctima del olvido y de las barreras artísticas en su país, fue un hombre que supo poner un alto a todo ello y que se atrevió, con “La cortina de nopal”, a cuestionar y criticar, pero siempre con el pensamiento de que todos tienen una oportunidad para brillar, la diferencia está en cómo, por qué y para qué lo hacemos.
«Me siento orgulloso de que en Mexico se haya originado una empresa editorial como es la del Fondo de Cultura Económica. Siento un indisimulable regocijo cuando en el extranjero me elogian Los olvidados y Raíces, películas que en mi país fueron fracasos de taquilla. Todo este México es el que me alienta a protestar porque es el Mexico universal y eterno que se abre al mundo sin perder sus esencias».