Cuentan que los amores de Manuel Rodríguez Lozano sufrieron un trágico destino, unidos por el elemento en común que tenían: amarlo.
Dicen que era un hombre seductor que sabía ganarse el amor de las más hermosas mujeres, aunque en realidad buscaba el regazo masculino entre las frías paredes de su habitación.
Su obra, al igual que su vida, es trágica, dramática y de una tristeza azul que vemos, tanto en sus pinturas, como en aquellas fotografías en las que posa cabizbajo, pensativo y sin un asomo de sonrisa.
Un pintor que, dicen los mejores críticos de arte, representó la melancolía mexicana a través de sus cuadros. La revista Proceso utilizó uno de ellos para su especial número 34 sobre la tragedia de Ciudad Juárez: una mujer yace muerta en la planicie; otras tres, en primer plano, observan lo que ocurre desde lejos. No vemos sus rostros pero sí “el silencio y la tragedia”, tal como titula Manuel Rodríguez Lozano a su obra.
Su trayectoria artística estuvo marcada por el rechazo: primero por el crítico Luis Cardoza Aragón, quien no quiso escribir su biografía ni incluirlo en “La nueve y el reloj”; en cambio, sí escribió de discípulos como Abraham Ángel. La sociedad hizo lo propio cuando lo encarcelaron en Lecumberri por, supuestamente, robar unos grabados de Durero. Sus compañeros artistas no lo querían por su sobrada prepotencia y él mismo se rechazaba al no aceptar plenamente su orientación sexual. Se alborotaba, dicen, cada vez que veía que alguien observaba sus pantalones.
Es evidente el interés por la sexualidad en las primeras obras de Rodríguez Lozano, éstas encumbran un halo de sexo decadente y androginia. Más tarde, después de su encarcelamiento, asegura la especialista Berta Taracena, se nota una transfiguración que prefiere las pieles cubiertas y dolientes que nos muestran un espíritu profundo.
Manuel Rodríguez Lozano era militar y no tuvo educación artística; lo que le dio el valor para mostrar sus cuadros al resto de los intelectuales fue, por un lado, la relación que sostuvo con Nahui Olin y, por el otro, el vínculo que creó con los artistas europeos de las vanguardias.
Con un carácter soberbio y narcisista, tuvo grandes romances con hombres y mujeres. Era odiado por su temperamento pero su antipatía lo convertía en un gran seductor. Nacido en la Ciudad de México, se casó con la hija del general porfirista Manuel Mondragón. Aquella mujer de ojos color agua, penetrantes e intensos, más tarde sería conocida como Nahui Olin, en ese entonces tan sólo era Carmen Mondragón.
Su unión es un enigma, aunque muchos aseguran que lo hicieron por petición del general Mondragón. Parecería que el capricho de su padre duraría sólo unos cuantos meses; sin embargo, el matrimonio prevaleció durante 9 años, pero al final lo único que ambos profesaban era una profunda indiferencia.
Con 21 y 19 años respectivamente, vivieron los estragos de la Revolución Mexicana en su relación. La situación del país era tan cruenta que decidieron alojarse en territorio francés durante siete años, hasta 1921. Cuando regresaron a México, Rodríguez Lozano predicaba la locura de Nahui Olin al asegurar que ella había asfixiado a su hijo en un ataque de locura cuando descubrió su homosexualidad.
En París, juntos conocieron a grandes representantes del arte como Picasso, Matisse y hasta al mexicano Diego Rivera. En México sólo buscaron su separación, ambos quedaron tan apabullados con el matrimonio que nunca volvieron a casarse. Nahui se enamoró del Dr. Atl y más tarde del marinero Eugenio Agacino, quien tras su muerte destrozó todas las esperanzas de Nahui para volver a amar.
Rodríguez Lozano, por otro lado, conquistó el amor de Antonieta Rivas Mercado, a quien en realidad amaba como una compañera del arte, como una hermana, una protectora, pero nunca como amante. Se conocieron en 1927 y Antonieta quedó cautivada con el enigmático porte de Lozano. No importaba el rigor malencarado de su figura, transpiraba perfección y pulcritud para volver locas a las mujeres. “Gracias a la lozanía que llevaba en la sangre, se agigantaba en lo intelectual y en lo físico. Había que sustraerse a su seducción para darse cuenta de que no era tan alto como parecía… ni tan buen pintor como él pensaba”, asegura la investigadora Fabienne Bradu.
Antonieta estaba derrotada tras la muerte de su padre, su hermana la había corrido de su hogar y su amante Enrique Delhumeau la humillaba diciéndole mediocre en cualquier oportunidad. Antonieta sólo buscaba amar y Rodríguez Lozano llegó en el momento idóneo para darle un ápice de esperanza que más tarde le robaría nuevamente. Ella, enferma de amor, buscó refugio en otros amantes (como José Vasconcelos) pero no consiguió aliviar su corazón.
Antonieta se suicidó, tal vez por el abandono de Lozano a quien le escribió “me tendió la mano en el momento en que todo zozobraba en mi vida. Me levantó tan alto como su afán quiso llevarme. En mi alrededor todo se volvió armonioso y fuerte, sosegado y ordenado, limpio y luminoso. Toda mi dicha se la debo a usted y quisiera decirle a todo el mundo: esto que ahora soy, lo hizo Manuel un día. Yo no era nada; sólo era el barro que esperaba ser modelada en el torno del amor. Soy algo más que su obra y por eso lo amo con pasión”. Su suicidio fue melodramático, con una pistola que sacó del bolso y una bala que dirigió a su corazón. Su destino fue el mismo que el de otro de los amantes de Lozano: Abraham Ángel.
Lozano no tenía amigos, ni siquiera compartía paletas con otros pintores, pero sí entrenaba a diversos discípulos a quienes sometía para que lo amaran. Uno de ellos fue Ángel, quien se suicidó por el despecho que le provocó Lozano cuando se enamoró de un nuevo aprendiz llamado Julio Castellanos.
El joven Abraham Ángel se inyectó un gramo de heroína en el muslo derecho. Lozano, con la culpa en mente, escribió un folleto a los dos meses de su muerte y poco después huyó con Julio Castellanos.
“¿Hasta qué punto con este folleto y con su texto Manuel Rodríguez Lozano formula su expiación? ¿No suena extraño que las dos personas más rendidas al culto del pintor se hayan suicidado a tan pocos años de intervalo? ¿Qué hubo en su trato con ellas que permitió sucesivamente la esperanza, la adoración y el descalabro?”. Así lo dice Luis Mario Schneider, quien no pone en duda la culpa de Rodríguez Lozano por el sufrimiento de sus amantes.
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Referencias:
Revista de la Universidad
El Universal
Proceso
Milenio