Por Héctor Moreno Soto: Asesor académico.
Yo seguiré hurgando ese pasado, para poner al descubierto sus heridas purulentas, para cauterizarlas con el hierro al rojo vivo de la memoria.
Jorge Semprúm.[1]
¿Cuánta memoria y cuánto olvido son necesarios para vivir?, En su novela autobiográfica La Escritura o la Vida Jorge Semprúm, decidió por la amnesia deliberada y el reposo espiritual o, “El olvido, dicho de otro modo”. Su terrible experiencia en los campos de concentración nazis fue sepultada como si el olvido fuera necesario para vivir: “Yo había vuelto a la vida. Es decir al olvido: la vida tenía ese precio”.[2] Sin embargo, la impronta de la memoria lo invadió en sus momentos de insomnio y no lo abandonó hasta el final de sus días. Nietzsche escribió: “Para que algo permanezca en la memoria se lo graba a fuego; sólo lo que no cesa de doler permanece en la memoria”[3]. Como una huella indeleble la memoria recupera el pasado, define la identidad personal y la continuidad del sí mismo en el tiempo.
En una dimensión personal, la memoria se conforma como un dispositivo del relato de vida que reconstruye el pasado a parir de la experiencia dotando de sentido al presente. En una dimensión colectiva, la memoria se sitúa dentro de un campo de conflicto donde la interpretación del pasado es constituida a partir de experiencias vividas o transmitidas socialmente y que al configurar la identidad de un grupo lo contrapone frente a otros en pos de una afirmación y en algunas ocasiones en contra de una visión hegemónica que impone un relato único que tiende a marginar al resto.
De ahí que la memoria adquiera un rol fundamental en lo colectivo cuando la huella dejada por ésta se deriva de hechos traumáticos (como los genocidios), los cuales, si se logran articular a parir de una demanda de justicia pueden irrumpir como un disenso dentro de los relatos oficiales, ya que surge desde la emoción, desde la heterogeneidad y sobre todo de la particularidad de la experiencia vivida, la cual contrasta notablemente con el carácter lineal y explicativo que tiene la historia como disciplina. Por esa razón cuando se habla de memoria en el contexto del museo es necesario adherirle un peso moral, un deber de justicia.
La memoria vertida en el testimonio del sobreviviente es una herramienta que nos deja adentrarnos en un territorio donde al subjetividad y la experiencia del otro permite crear una comunidad emocional que le devuelve al sujeto el poder de narrarse a sí mismo, generando un vehículo que incita a recomponer la humanidad de la víctima y a restablecer los lazos sociales que fueron rotos por la violencia del pasado.
La memoria dentro del museo, se propone como una interpelación de ese “otro” que se rebela ante la inscripción que requiere la escritura y la historia, es también la voz de aquel, que experimentó la violencia y exige una justicia que nos pide calcular lo incalculable. Es aquel testigo que sabe que los demás olvidan, una voz clandestina que pretende reabrir el archivo, para reescribir la historia.
[1]Jorge Semprúm, Biografía de Federico Sánchez.
[2]Murió en Junio de 2011. Semprúm, Jorge, La Escritura o la Vida, p. 176-212.
[3] Friedrich W, Nietzsche, La Genealogía de la Moral, Sobre la Culpa, p. 3.
Bibliografía.
Agambem, Giorgio, Lo que queda de Auschwitz: El archivo y el testigo. Homo sacer III, Valencia, Pretextos, 2000.
Améry Jean, Más allá de la Culpa y la Expiación: Tentativas de superación de una víctima de la violencia, University of Pittsburgh, Valencia, Pre-Textos, 2001.
Halbwachs, Maurice, La memoria colectiva, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004.
Halbwachs, Maurice, Los marcos sociales de la memoria, Editorial Anthropos, Barcelona 2004.
Nietzsche, Friedrich W., La genealogía de la moral (trad. de Andrés Sánchez Pascual), Alianza Editorial, Madrid, 1996.
Ricoeur, Paul, La Memoria, la historia, el olvido, Madrid, Ed. Trotta, 2003.
Semprúm, Jorge, Autobiografía de Federico Sánchez, editorial planeta, Madrid, 1997.
Semprúm, Jorge, La Escritura o la Vida, editorial Tusquets, Madrid, 1997.