“No se trata de pintar la vida, se trata de hacer viva la pintura”.
Paul Cézanne
Miércoles 4 de octubre de 1882, Zacatecas, México, fue el cunero del artista Francisco Goitia. Seguro el adjetivo “sui generis” fue creado pensado en él y si la ortografía pretende vigilar la correcta forma de escribir y la política no hace más que honrar él apelativo bestia, entonces, un artista es un mediador entre el sentimiento, la razón y los elementos de la vida… Goitia siempre lo supo.
Presentamos parte del trabajo de este gran artista mexicano. En su obra encontraremos, sin duda, una interrogante y un sosiego.
Siempre supe que vivía en un país en el cualquiera puede morir las veces que sea necesario antes de ser encontrado ahorcado por el cotidiano y la ciudad que te carcome, pero nunca lo imaginé como Goitia, él sabía del sentir de aquellos ya sin sueños y creó toda una obra que nos deja atónitos por su sensibilidad y estímulo.
Todos allá en la periferia del mundo hablan puerilmente del cactus mexicano. Me pregunto si será porque no conocen sus milenarios usos o jamás han observador detenidamente las pinturas de Goitia y sus ahorcados. Menudo uso el que el artista le encontró al cactus, ¿verdad?
Yo que sé si las cristeras impulsaron al señor Francisco a migrar a Barcelona para después volver en forma de solitario hombre, lo que sí sé es que todas sus pinturas nos miran directo a los ojos sin vacilación. ¿Qué me dicen?, ¿qué nos dice el viejo en el muladar?, ¿permanecerá el eterno retorno de la mendicidad humana? Sin duda el señor Goitia lo retrató en el pictórico arte compuesto en sus años de exilio voluntario.
Zacatecas es el recinto donde ahora viven sus obras. El museo Francisco Goitia dista mucho de la humilde choza de adobe en Xochimilco donde el artista gozó vivir. Sus obras están allá lejos de su gente indígena que no puede ya mirar el Tata Jesucristo. Sus pinturas nos aguardan.
Un hombre no es artista por saber sostener un pincel, un lápiz, un buril, es artista por preñar sus obras de misterio. Tata Jesucristo y el misterio. ¿A quién le lloran las indígenas?, ¿quién yace en el ataúd?, ¿es un ataúd?
Goitia, con el porte de ermitaño, sabía exactamente el punto convergente entre la pintura y el alma. No lo digo yo, lo dicen sus autorretratos.
Sus pinturas invariablemente fueron enfocadas a su gente. Ninguna hecha para Porfirio Díaz, el animal político o el populacho y su tendencia. A mí sus pintura se me figuran como sigue: Lloran una muerte y aúllan un olvido. Tienen mil colores en sus claro oscuros pero todas reflexionan en Dios, el mudo que no pretende atender nuestros llantos. Son todas unas gemas que esperan infiltrar en nosotros el misterio que pretende ser el hombre e incitarnos a disolverlo. ¿Y a usted, qué le parecen las pinturas del Maestro Goitia?