Si el destino tuviera que jugarnos la peor estrategia posible, seguro esa sería la que trucó la vida de Camille Claudel. Una de las artistas más importantes en la historia del arte y del mundo en el siglo XX; una mujer que se vio forzada a fundir en metal sus sentimientos para terminar sola y en manos de la demencia dentro de un manicomio. Camille es la escultura que jamás se formó, es el modelaje que nadie quiso hacer.
Camille nunca tuvo problemas económicos y, afortunadamente, casi siempre contó con su padre para poder vivir de manera cómoda. Gracias al éxito obtenido por parte de su padre, la familia pudo trasladarse por varias partes de Francia hasta encontrar su hogar en Montparnase, un barrio que ya presentaba aires bohemios en ese entonces y que marcarían el futuro de la pequeña Camille.
Un punto negativo del lugar, pero nada que los contactos familiares no pudieron solucionar, fue que la Escuela de Bellas Artes no aceptaba mujeres entre sus alumnos, razón por la cual Camille fue aceptaba en la academia parisina Colarossi. En este lugar la artista en formación se encontró con otras jóvenes que compartían muchos sueños con ella y, más tarde, un departamento en Notre Dame des Champs, espacio que le dio la increíble oportunidad para alejarse de su madre y conocer el mundo.
Cuando el maestro de la señorita Claudel y las demás chicas tuvo que dejar París, le encargó la educación de estas jovencitas a otro gran artista amigo suyo, el hombre que marcaría por completo el ser de Camille y hasta la fecha disfruta de una fama enorme: Auguste Rodin. 24 años más grande que ella, el escultor gozó y formó sin precedentes una carrera que fácilmente pudo compartirle más allá de las enseñanzas académicas. El talento que de ella emanaba tuvo todos los aromas necesarios para hipnotizarlo y que él viera en sus trabajos la pasión y la magia que más tarde se convertirían en el amor que se profesaron.
Camille se convirtió en su asistente y apoyo en la elaboración de Las puertas del infierno y Los burgueses de Calais, dos esculturas que muestran la enorme confianza sentimental y artística que Rodin depositaba en su persona. A veces también siendo su modelo, ella sacrificó mucha de su creatividad con el afán de pasar el mayor tiempo posible a su lado y alimentar el ferviente amor que ya comenzaba a generarse en sus entrañas. Ambos cayeron el uno por el otro iniciándose así un romance atropellado y pocas veces comprendido.
A lo largo de casi diez años, ambos se mantuvieron como una dupla tanto en la producción plástica como en la cama, pero con ese mismo avance de tiempo la relación se vio en un deterioro del que nunca se pudo sanar. Sobre todo, porque Rodin de hecho compartía su vida con otra mujer: Rose Beuret, madre de su único hijo y a quien siempre juraba dejaría por Camille. Entre aquellas rencillas que se recuerdan de la pareja genial, se destaca por encima de todas, el hecho de que él la menospreciaba, la humillaba y, posteriormente, le presentaba a sus otras amantes.
Esta relación tormentosa fue poco a poco destruyendo la salud de Camille y haciendo más obvio que algo malo ocurría en su cabeza, algo que ni siquiera ella podía descifrar qué; a la fecha sigue siendo un misterio si de verdad sufría de alguna enfermedad o condición especial, pero la mujer escultora que todos habían conocido, iba desapareciendo. Tal fue su cansancio en términos anímicos que tomó la decisión en 1892 de finalizar definitivamente su relación con el escultor al saberse embarazada; sin embargo, cayendo una vez más en los engaños de Rodin y sus promesas de un matrimonio, ella aceptó abortar. Sobra mencionar que el casamiento nunca llegó y, sumergida en la rabia y la decepción, Claudel dejó a Auguste de una vez y por todas.
Por un momento parecía que todo comenzaba a tomar un rumbo sin problemas, su nivel de producción se incrementó dramáticamente y, aunque no fue su mejor periodo, las piezas que generó tomaron gran fama en los salones parisinos mencionándosele como una de las mejores figuras del arte. En este fresco escenario ya lejos del demonio llamado Rodin, conoció a otro hombre que, sin llegar a ser el amor de su vida, le significó su siguiente derrota en los terrenos del corazón: Claude Debussy. El compositor nunca la trató como un ser desechable, al contrario, podría pensarse que la amistad que mantuvieron fue bastante buena, pero fue una relación que nunca sobrepaso ese estatuto.
Tras un intento fallido de volver a estar emocionalmente cerca de un hombre, Camille dio su última exposición en París y sus acciones mostraron una inestabilidad mental que a muchos asombró; embriagada en un carácter paranoico se alejaba de la gente, se perdía por días y destruía sus propias creaciones. Despotricaba en contra de Rodin, a quien acusaba de plagiador y utilitarista, al mismo tiempo que abandonó por completo a su arte. Todos aseguraban que padecía esquizofrenia y debía ser recluida en un manicomio, pero su padre volvió a interceder por ella impidiendo tal acto.
Finalmente, el padre de Claudel murió y la dejó en manos del resto de la familia, suceso que por supuesto no benefició a la artista. Su hermano mayor firmó su ingreso a una institución mental con toda intención por deshacerse de ella a pesar de que los mismos médicos consideraron innecesaria su hospitalización. Fue así como vivió sus últimos días en el abandono, en la locura, con el recuerdo amargo de amores no correspondidos, sin noticia alguna del mundo exterior (ni siquiera se enteró de la invasión nazi) y sin gloria. Su cuerpo fue sepultado en una fosa común del propio manicomio sin la visita de algún familiar o amigo, y sus restos jamás fueron localizados. Camille Claudel es la escultora que quizá probó las mieles del deseo, pero nunca las del amor; la mujer que prefirieron dejar de lado antes que salvarla de su infierno.
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