“La Panadería cuestionó la integridad y la autonomía de la disciplina estética al crear una relación directa con su entorno y lograr despertar un sentido de comunidad como requisito para la creación y como una finalidad de la creación” Yoshua Okón
A partir de los años 60, México se vio envuelto en cambios políticos y sociales que definieron la forma de vida de sus habitantes. El crecimiento urbano dejó pocas áreas comunes, lo que dio como resultado que el arte no tuviera espacios de exposición , transmisión y diálogo. Este problema culminó en la apertura de espacios, no institucionalizados, que permitían la exposición de propuestas libres de imposiciones. Uno de los más emblemáticos, y que surgió como respuesta a las necesidades de la época, fue La Panadería.
En junio de 1994 la calle de Amsterdam, en la col. Condesa, vio nacer el lugar que marcaría la diferencia para el arte en México. El nombre surgió debido a que el local, que solía ser de sus padres, tenía el giro de panadería. Como estudiante de arte en Montreal, e inspirado por espacios independientes como Systeme Parallele (Canadá) o ATA (San Francisco), Yoshua Okón, junto a Fernando Ortega, ambos estudiantes de la Escuela de Artes Plásticas, inauguraron la galería.
Originalmente la organización trataba de llevar una estructura de colectivo, pero al año se decidió que los expositores se encargarían de la producción y el montaje de su obra, mientras que el equipo de trabajo interno se encargaría de las cuestiones operativas. Artistas y ajenos comenzaron a acudir con regularidad, convirtiéndolo en un punto de reunión. Lo que ayudó a que la programación fuera dándose de manera orgánica; los expositores solían ser artistas cercanos al espacio, extranjeros (quienes durante su estadía vivían en los pisos superiores de la galería) y solicitantes.
Su visión mostró un verdadero interés en cuanto a la producción y transmisión de arte. Consiguió un balance entre estabilidad y cambio y, a pesar de ser un reto constante, lograron posicionarse dentro del sistema sin ser precisamente parte de éste. Siendo un espació sin fines de lucro, el presupuesto era reducido, la burocracia era poca y los curadores inexistentes. La espontaneidad, la experimentación y la reducción de presiones, permitieron el flujo constante de expositores, así como numerosos eventos efímeros. Esto favorecía el flujo constante de información del extranjero (ya que en esta época era difícil obtenerla) logrando ser un espacio libre de agenda setting.
Una de sus características principales era que los proyectos se creaban a partir del espacio, eran específicos y respondían al entorno. Se interesaban en empapar a personas ajenas a las artes. Así lograron unir clases sociales, intereses, nacionalidades, percepciones y generaciones. El desarrollo de la galería pasó por infinidad de transformaciones que permitieron el progreso sin limitantes.
Muchos fueron los creativos y ciudadanos que pasaron por este histriónico lugar, el que construyó, instruyó y formó a diversos artistas. Este espacio demostró, además, que el arte no es un concepto ni una forma de vida, sino algo por lo que se lucha; dejó de lado todos los imposibles y negativos para reestructurar el arte y ofreció una oportunidad para la creación que provoca nostalgia mientras transmite triunfo.