Un diálogo que podría describir a Emil Cioran (Rumania 1911 – Francia 1995) es aquel ocurrido con Henri Thomas: “Usted está contra todo lo que ha ocurrido desde 1920”. Cioran contestó: “No, desde Adán”. A menudo el mundo de las letras, que podría pecar de elitesco, es bendecido con la presencia de alguna figura que rompe moldes. Como lo hicieron muchos outsiders, parias del círculo oficial o execrados y autoexiliados del stablishment, este escritor rumano se negó a pertenecer a grupos intelectuales y a la academia, y aun así fue capaz de emitir cualquier verdad sin importar lo destructiva o sórdida que fuera. Sus aforismos fueron escritos desde la soledad y el conflicto con la existencia, desde la amargura y el pesimismo.
En Cioran no se encuentran las estériles florituras de la teoría. Sus aforismos son la expresión material de las laberínticas potencias del alma. Fue un escritor pesimista e iconoclasta que prefirió una existencia dedicada a la reflexión y a la creación. En su obra se recrea el drama del Romanticismo, Baudelaire, los postulados contradictorios, el éxtasis y el horror de la vida. “Escribir me ha ayudado a pasar los años. Estoy seguro de que si no hubiese emborronado el papel, me hubiera matado hace mucho. He escrito para injuriar a la vida y para injuriarme”, le dijo Cioran a Fernando Savater en octubre de 1977. Asimismo, su vida no podía ser más singular y cautivadora. En ella bien pudieron conjurarse momentos claves para la historia de la cultura, la literatura y el arte en general. Por eso a continuación se resumen alguna de esas anécdotas absurdas que marcaron su vida y la de sus contemporáneos, las cuales condensan claves que podrían ayudarte a comprender a la humanidad.
“Si lo hubiera sabido, te habría abortado”
Según cuenta Cioran, cuando tenía veinte años su madre estaba desesperada: tenía un hijo que a las tres de la madrugada se iba de casa para pasear por la ciudad, que no hacía nada y que sólo leía, un completo fracaso. Eran las tres de la tarde, un día de 1931, cuando Cioran se arrojó sobre el sofá y dijo: “No puedo más”. Su madre, que era la mujer de un sacerdote ortodoxo, le dijo: “Si lo hubiera sabido, te habría abortado”. Esas palabras, en lugar de deprimir a Cioran, fueron como una liberación. Comprendió que su existencia no era más que un accidente, no debía tomar su vida en serio. Eres fruto del azar, no eres nada, se dijo.
Lacombe
Cioran vivió en un departamento de un sexto piso, con vista al barrio latino, en París. En ese mismo barrio conoció a Lacombe, un señor manco que había perdido un brazo en la guerra. Era muy rico y tenía un gran conocimiento del francés. Asistía con frecuencia a los cursos de La Sorbonne y si un profesor cometía una falta de francés, Lacombre protestaba en la sala. Tenía una biblioteca notable, era un erotómano y siempre citaba cosas inauditas, abordaba a todas las mujeres en la calle y su diversión era hablar con las prostitutas.
Lo que a Cioran le divertía era que corregía a las prostitutas cuando cometían faltas de francés. Cuando Cioran terminó de escribir su libro Breviario de podredumbre le dijo a Lacombe: “Tengo que enseñarte mi libro”. Se citaron en un café, Cioran le leyó una página y Lacombe se quedó dormido.
Matrícula en La Sorbonne
Cioran nunca pudo concluir una carrera universitaria. Estuvo matriculado en La Sorbonne de París hasta los 40 años. Un día lo llamaron y le dijeron: “Se acabó, hay un límite de edad, está fijado en los veintisiete años”. Durante ese tiempo Cioran recorrió toda Francia en bicicleta. A François Bondy le dijo, en 1970, que la mayor parte del tiempo no hacía nada y que probablemente era el hombre más ocioso de París: “Creo que una puta sin cliente era menos activa que yo”.
El gran filósofo griego de París
Cioran conoció a un mendigo en París, que tocaba la flauta en las terrazas de los cafés. Había pasado tiempo y cuando el autor comenzaba a darlo por muerto, el mendigo llegó a su casa. Cioran le dijo: “Tú eres el mayor filósofo de París. El único gran filósofo contemporáneo”. El mendigo respondió: “Te burlas de mí. Te ríes de mí”. Cioran contestó: “No, de ningún modo. Te he dicho eso porque tú vives, reflexionas todo el tiempo; experimentas los problemas y tus problemas están combinados con tu vida”. Su existencia le recordaba a la de los filósofos griegos, que exponían sus teorías en las calles y los mercados. Sus palabras se confundían con la vida misma. Para Cioran los únicos seres capaces de comprender la verdadera naturaleza de la vida son aquellos que han fracasado en la vida. El fracaso es una experiencia filosófica capital y fecunda.
Dios le debe todo a Bach
Cioran, al igual que Carnap, sostenía que los metafísicos son músicos sin dotes musicales. Para Cioran, Bach era un dios, le resultaba inconcebible que hubiera gente que no entendiera a Bach. Para él la música es el único arte que puede crear una complicidad profunda entre dos personas. Bach, dijo Cioran, “es la única cosa que te da la impresión de que el universo no es un fracaso. Si existe un absoluto, es Bach. Sin Bach yo sería un nihilista absoluto”.
El tango argentino
Cioran se declaró como un gran aficionado del tango, era su auténtica debilidad. En París asistió a un espectáculo de tango argentino y a partir de aquel episodio coincidió con la opinión general de que el tango se estaba degenerando. En el entreacto envió una nota al director en la que le pedía que tocara un tango más melancólico: “(El tango) es mi debilidad por la América Latina. Antaño era más profundo y más íntimo. Mi única, mi última pasión era el tango argentino”.
Samuel Beckett, el hombre más sencillo de todo París
Beckett
En una conversación con el filósofo Gabriel Liiceanu, Cioran contó que conoció a Samuel Beckett en una cena. Ahí formaron una amistad tan íntima que incluso Beckett llegó a ayudarlo financieramente. Cioran lo definió como un hombre sencillo: “Todos se creían obligados a brillar ante él, había que ser directo y sobre todo no presuntuoso”. En Beckett, según Cioran, siempre se observó esa apariencia de ser un hombre recién llegado de la Luna. Se sentía incómodo en sociedad, no tenía tema de conversación. Sólo le gustaba hablar a solas con otra persona. Su amistad era tan fuerte que más de una vez Cioran se presentó en los salones (hubo una época en la que Cioran bebía mucho whiskey y no podía darse el lujo de comprárselo) como amigo de Beckett para obtener bebidas gratis.
El encuentro con Camus
Camus y Cioran sólo se vieron una vez. Cuenta el escritor rumano: “Me dijo una cosa incongruente cuando publiqué mi primer libro, Breviario de podredumbre: ‘Ahora debería usted entrar en la esfera de las cosas verdaderamente intelectuales”. Ese comentario le pareció increíblemente impertinente. “Camus tenía la cultura de un provinciano, sólo conocía la literatura francesa… y además esa forma de dirigirse a mí como un colegial. No volví a verlo nunca”, señala el escritor rumano.
El Café de Flore y Sarte
Sartre
Durante los último años de la guerra, en 1944, Cioran iba todos las mañanas a Saint-Germain-Des-Prés, al Café de Flore, como un empleado. Asistía de ocho de la mañana al mediodía, después de dos de la tarde a ocho la noche y de nueve a once. Sartre siempre se sentaba allí, en una de las mesas.
Un libro es una herida
Un libro, según Cioran, debe hurgar en las heridas, provocarlas incluso. Muchas veces lo criticaron por escribir en sus libros lo que no debe decirse. Cuando escribió Breviario de podredumbre un crítico de Le Monde le mandó una carta en la que le decía: “Usted no se da cuenta, ese libro podría caer en manos de jóvenes”. Incluso en Alemania un periódico izquierdista publicó una crítica de dos páginas sobre Cioran, titulado “Nichts als Scheisse”, es decir “Pura mierda”. En él se ve a Cioran en un mar de excrementos a punto de ahogarse. Aun así Cioran se mantuvo firme en la idea de que un libro debe ser una herida, debe trastornar la vida del lector: “Mi idea al escribir un libro es despertar a alguien, azotarle. Un libro debe conmoverlo todo, ponerlo todo en cuestión”.
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