De normales nada
Es una terrible costumbre esto de querer ponerle un tono de normalidad a lo que hay que echar abajo, desmontarlo y prenderle fuego.
Es terrible creer que este desfile de injusticias hace parte de una entropía natural, un orden que reina sobre todas las cosas porque ha existido siempre y nadie se ha parado a pensar si nuestra sociedad montó o no sus pilares sobre la espalda desnuda de los que aprendieron, bajo tortura, a temer más a la vida que a la muerte.
Acaso no nos damos cuenta que somos una red de infinitos accesos, pero nos venden la historia de que sólo hay una vía, y que para atravesarla debemos rendir culto, pagar diezmos, hacer venias, derramar sudor y lágrimas a un poder hegemónico tan grande y tan absoluto que casi es invisible.
Y ahí vamos, gastando la vida en deseos que nos formulan otros, comiéndonos las uñas con angustias sobre futuros que nunca llegan, cifras en un banco que jamás palpamos, mientras en las esquinas de tu ciudad hay seres humanos a quienes se les ha despojado de toda dignidad y tú: no te has dado cuenta.
Llevo 34 años acatando las normas de una sociedad que me dice de qué manera debo transitar por mi propia mente, mi propio cuerpo, en lugar de dejarme construir un marco de realidad más acorde a mi sentir y pensar.
Finalmente tomo consciencia de que el bienestar social está polarizado y siento que el peso de la pena amenaza con doblarme el corazón hasta tocar el suelo con las rodillas.
Me queda grande cambiar al mundo pero puedo encargarme de mi metro cuadrado.
Puedo empezar plantando cara, tomando una posición.
Eso implica dejar de callar y decir basta.
Quiero prender fuego a las veces que me han tocado el cuerpo sin mi consentimiento
mientras caminaba por la calle, las veces que he escuchado que se ha apagado una vida inocente.
Cada vez que se roba la inocencia de los más indefensos.
Quiero gritar que no es normal que asesinen a aquellos que abogan por los derechos fundamentales del ser humano, ya ni hablar de los derechos de otros seres vivos.
Quiero echar por tierra el odio y quitar ladrillo a ladrillo el muro que nos separa de nuestros propios latidos y vernos, mirarnos de verdad y suspirar.
Todo este tejido tan finamente enhebrado son elucubraciones de quienes han ganado batallas puramente económicas y se han hecho con nuestros amaneceres.
Los que quieren dictarnos lo que es normal y lo que no lo es.
Los que pretenden decirnos lo que necesitamos comprar para ser felices.
Quiénes debemos ser y a quiénes imitar para sentirnos aceptados.
Aquí me tienes escribiéndote.
Te digo con la mirada más honesta que las revoluciones importantes empiezan marcando límites,
esa línea divisoria donde la piel avisa que este espacio es, por ejemplo, donde empiezo yo
y lo que contiene en su interior es valioso e íntimo.
Soy responsable de protegerme y hacerme respetar.
Eres el único responsable de proteger y defender tu espacio y tu piel, marcar tus límites y decir: no
No acepto la normalidad, lo normal no existe: se construye según códigos sociales y culturales.
No son normales los abusos, la injusticia, la discriminación, el estigma social, la indiferencia.
No.
Nuestra naturaleza olvidadiza nos marca a fuego
y deberíamos ser más cuidadosos con la piel que nos define,
con el calor que se desprende de ella,
con los cambios hermosos y singulares que aparecen a lo largo del tiempo.
Las arruguitas que señalan risas pasadas,
un conjunto de pecas en una nariz pequeña.
Las manos delicadas de una abuela.
El metódico andar de quien resuelve enigmas en su cabeza.
El aroma que dejamos en la cama y que sólo alguien que nos conoce muy de cerca puede reconocer.
Ese rastro que nos hace únicos e irremplazables es lo que nos conecta con el resto del Universo,
y que no quede duda,
nuestro paso por la vida de otro puede ser amable y envuelta por una plácida calidez.
Que nadie nos ponga un yugo encima en nombre de la comodidad y el egoísmo de unos cuantos.
Somos capaces de elegir mejor nuestro rumbo.
Somos hijos e hijas de las estrellas y de normales
no tenemos nada.
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Todos somos náufragos esperando una orilla; sin embargo, no podemos perder la esperanza de que todo cambie; te compartimos pequeñas acciones con las que podrás convertirte en un activista y agente de cambio en un mundo que lo necesita.