Te compartimos “Venus”, un cuento trágico sobre la muerte, el cielo y las señales misteriosas que se ocultan en el cielo y que pocos han aprendido a leer.
VENUS
Era una noche de verano perfecta, cálida, el cielo estaba repleto de estrellas, e incluso por la radio habían anunciado la posible visibilidad de Venus, el tercer objeto más brillante después del sol y la luna. Así era y la vista era absolutamente exquisita, ese día había salido temprano de un boliche algo alejado de la ciudad. A pesar de que era una zona rural, el lugar estaba repleto, había una fiesta importante y bastante popular a la cual la mayoría de los jóvenes había concurrido.
Yo me había hastiado allí dentro, mis amigos estaban demasiado metidos en sus propios asuntos, por lo que decidí no ser un estorbo y salir a tomar aire, y de paso apreciar las constelaciones. Era uno de mis hábitos mirar el cielo por varios minutos en
algún momento de la noche, y noté que ese día se me había pasado. Salí al estacionamiento y me apoyé en un viejo Chevy rojo, el olor a pasto recién cortado inundaba mi sentido olfativo. Las luces provenientes del boliche generaban contraste con la oscuridad del estacionamiento y los alrededores.
A unos pasos vi a Ari, ella estaba sentada en el pasto con una campera de jean en los hombros, volteaba los ojos cada vez que miraba su celular y parecía responder algún mensaje, de reojo me miraba sin interés alguno. Decidí acercarme a conversar con ella, siendo ese mi segundo gran error de la noche.
Nos conocíamos del colegio, sin embargo nunca hablábamos y rara vez nos saludábamos. Le pregunté por qué había salido y me dijo que necesitaba ver algo aquí afuera y que había estado contando todos los días desde el año anterior para que esa fiesta
se llevase a cabo en ese lugar. No me sentí lo suficientemente interesado en lo que decía como para preguntar, tampoco tenía la suficiente confianza como para acercarme más y siquiera escuchar sus palabras. Pese a sus enormes ojos dilatados pude notar que no estaba drogada y que algunas cosas que decía realmente tenían sentido, a pesar de que yo no podía comprenderlas, no en ese momento.
Lo último que me dijo fue que quería que la acompañase más allá del estacionamiento y que no era una pregunta, sino una orden, que pronto sabría por qué, ya que no era mi momento, sino el de ella. No quise hacerlo, pero sentí que debía y pensé que quizá la chica no estaba del todo bien en ese momento. Me convidó unos confites que sacó del bolsillo de su campera y, por primera vez en la noche, me sonrió. Entonces fuimos caminando por un sendero corto y estrecho que parecía interminable, sólo teníamos la luz
de la luna y la linterna de ambos celulares.
Finalmente llegamos al fondo del lugar que no estaba tan alejado del predio del boliche, me di cuenta de aquello porque aún se oía la música ahora proveniente de los estéreos de los autos en el estacionamiento. Fue ese el momento en el cual escuché tres tiros, luego tres más, y tres más de nuevo. Mi pulso se alteraba y supe que algo no estaba bien, y allí estábamos Ari y yo sanos y salvos. Empecé a hacer muchas preguntas, pero ella jamás respondió y sólo me miró serena. Se sacó su campera de jean y la puso en el piso, luego se sacó las botas negras con tachas de pico que llevaba y se paró descalza sobre la campera. Y allí esperó y esperó, yo no quería volver al estacionamiento. Y justo cuando las sirenas de las patrullas comenzaban a escucharse, ella desapareció junto a Venus y mi conciencia.
Al día siguiente amanecí en una sala de sanatorio. Mi madre y mi padre cuchicheaban acerca de lo que había ocurrido la noche anterior, mientras yo me cercioraba de los demás sonidos para saber si había alguien más aparte de ellos; y decidir si seguiría
fingiendo estar dormido o no. Ella jamás apareció y su caso era aislado, la masacre en el boliche no tenía relación alguna con su repentina desaparición, eso fue lo que descubrí luego de una ardua investigación que realicé cuando crecí y superé aquel momento traumático de mi adolescencia. Aún no encuentro respuestas, pero con el correr de los años desarrollé un sistema para resolver ‘‘señales’’ que creo son enviadas desde algún lugar y están dirigidas a mí. Quizá siempre se trató de mí.
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El texto anterior fue escrito por Teresa Cereza.
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Algunos grandes poetas mexicanos han escrito sobre la muerte. Si te interesa conocer sus obras, te recomendamos leer a Jaime Sabines y al joven escritor Gerardo Arana.