En los pliegues de la carne, en la imperfección de un cuerpo que no es bello y de un rostro que no es hermoso (tradicionalmente), se encuentra el estudio de Lucian Freud por la anatomía humana en el momento exacto de la expresividad y el desdoblamiento de ritmos. La pintura de este artista británico posiciona, sobre todo, a mujeres deformes, enfáticas, deshechas, sumergidas en el ansia y derrumbadas por la vida o el deseo. En el caso del retrato masculino, se expone un silencio desolador que nos permite, como espectadores, encontrar en la desnudez ajena la capacidad de la memoria, del erotismo y del habla, tanto interna como externa.
Freud fue quizás el último gran pintor de la figuración; valiéndose del desnudo como columna vertebral de su obra y aprovechando la carga psicoanalítica de su apellido, buscó una total renovación en el retrato realista como medio de interpretación y exposición de interioridades, angustias y fijaciones. Su marcado interés por el modelo anónimo y poco experimentado (tanto en el arte como en su propia desnudez) le llevó a trabajos más realistas, más brutales, en la compañía y consejo de su gran amigo Francis Bacon.
Intenso y controversial, Lucian se dedicó toda una vida a pintar cuerpos no complacientes. Vaginas, penes y testículos fuera de la norma estética protagonizaron un sinfín de cuadros que luchaban por transparentar los instintos y deseos básicos del hombre; su trazo fue un movimiento revelador que trataba al modelo humano como a ese animal que, despojado de vestimentas, no requiere de fachadas protectoras o elementos que desvíen la mirada.
Mediante una serie de escritos a cargo de George Greig, director de The Mail on Sunday, se han revelado datos de la vida tanto personal como artística de Freud. Durante los últimos 15 años de su vida, el artista desayunó periódicamente con Greig y le platicó sobre sus inicios en el Reino Unido tras huir de la Alemania nazi, de su amistad o enemistad con otros grandes de su tiempo y de muchos temas que oscilaban entre las artes y los medios del espectáculo.
En medio de sus anécdotas se destaca el hecho de que Lucian se acostó con más de 500 mujeres y tuvo 14 hijos; ¿fue acaso esto otra búsqueda de la sexualidad humana a partir de sus actos estéticos? Atravesando la resistencia pictórica de la contemporaneidad, Freud intentó quebrar por todas las vías posibles los esquemas de una sociedad ultraconservadora o miope a los movimientos internos del ser humano, a la multiplicidad de formas que guarda la especie.
En esa búsqueda implacable, se halla entonces el impacto de una fisonomía inquietante porque, al igual que su autor, en constantes ocasiones el protagonista del cuadro cuenta con genitales masculinos dispuestos y ofrecidos a un mundo total, a un público que le tiene que aceptar como igual o como diferente en un goce que poco tendría que ver con las predilecciones convenidas del espectador ideal.
El haberse relacionado sexualmente con tantas mujeres, así como haber tratado al cuerpo humano sin distinción, es decir, privilegiando al desnudo de la mujer y negando el del hombre, conforma una única línea en la producción freudiana: una alternativa contemporánea para señalar la vitalidad orgásmica, reproductiva, biológica y erótica de lo que siempre hemos pensado como íntimo al cerrar nuestros pudorosos ojos.
Desde el siglo XX, dándole el valor necesario de etapa histórica para muchas rupturas que hasta el día de hoy no logran a cabalidad su cometido, Lucian Freud ha sido un bastión de la transformación representativa en pos de una renuncia al comportamiento sexista en la sociedad y las configuraciones obtusas del género y la apreciación del desnudo. Él ha sido la producción simbólica en sí que intenta reflexionar y dialogar en torno a las apariencias, comportamientos y subjetivaciones del hombre que camina y se excita.
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