Se cumplen poco más de cuatro años desde que el movimiento #FreeTheNipple tomase fuerza en las redes sociales como una respuesta inminente a la absurda censura que utilizaron algunas plataformas hacia los pechos femeninos. La primera advertencia aparecida en Instagram que hizo alusión a esta prohibición, fue el incentivo perfecto para que la directora del movimiento, Lina Esco, pusiera en marcha la campaña Free the Nipple. Con ella se evidencia la doble moral de la sociedad estadounidense donde a pesar de toda la violencia que circula en el cine, las redes y otros medios, la población sigue alarmándose cuando ve un cuerpo desnudo en la pequeña pantalla de su celular.
El cuerpo per se ha caído en un terrible vórtice donde la vergüenza es la única ley que rige las cosas; es así como a diario vemos advertencias de contenido explícito por todos lados. Como si una figura desnuda no se posara cada mañana reflejada en el espejo de millones de hogares alrededor del mundo. Aunque esa no es la parte más incongruente de este juego de “buenas costumbres”: las nalgas y pezones masculinos pueden pasear libremente por nuestras pantallas, pero cualquier mujer está condenada a cargar consigo los horribles pixeles de la censura.
Si bien la liberación de los pezones fue el primer paso para abrir las puertas de la libertad de expresión, éstas sólo dejaron una pequeña rendija para que las miradas tendenciosas pudiesen descalificar a quienes continuaron con el grito de protesta, popularizado por Esco. Después de toda esta parafernalia digital e impresa, los grupos conservadores siguen viendo en los pezones femeninos un torcido testimonio de la moral distraída de quienes buscan, no liberarse, sino convencer a la población de que ver un seno es algo tan cotidiano como decir “te amo”.
Retomando esta idea y fusionándola con todo el marketing que persigue a la figura femenina, la artista Annique Delphine creó Objectify Me, una serie de esculturas e intervenciones que ponen sobre la mesa la mercadotecnia que ha surgido a partir de la censura. Porque, aunque suene cruel, es preciso reconocer a partir de la censura y los escasos momentos en los que un cuerpo desnudo sale a relucir con naturalidad, que éste se ha convertido en una mercancía que ahora puede comprarse en línea como pequeñas pelotas que, en una mente retorcida, son capaces de sustituir todo un cuerpo humano.
¿Cómo puede ser posible que un pedazo de plástico pueda reemplazar la complejidad de la figura humana? Es un cuestionamiento que se percibe en casi todo el trabajo de esta artista, el cual culpa a la educación colectiva de haber formado uno de los prejuicios más injustos de todos los que nos atañen; aquél que estipula que el valor de una persona surge a partir de cuán bella es su figura bajo la mirada de otra persona.
Justo es esa invalidación de la autoapreciación la que hace que cada vez más mujeres se sientan más como objetos que como personas. Sus cuerpos se encuentran relegados incluso a una especie de control de calidad en el que la aprobación del otro es la única que cuenta, llegando así al punto en el que una parte tan inocente como el pezón puede ser considerada lo suficientemente excitante como para hacer de él una imagen amoral y perfecta representante de las pasiones más bajas del ser humano.
Es por ello que su propuesta está estrictamente enfocada a decirle a la gente y a los medios “hey, mi cuerpo es tan normal como todo lo que has introducido al mercado a través de él”. Y es que no puede ser posible que autos, ropa, cerveza, comida e incluso armas, gocen de una importancia mayor que el propio ser humano. Finalmente, lo único que queda es reflexionar acerca de cuánto tiempo nos resta antes de que el cuerpo entero se convierta en un objeto totalmente ajeno a la realidad digital; un espectro que nos acecha desde hace años y que, ahora más que nunca, avanza hacia nosotros a toda velocidad.
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Para acercarte más al trabajo de Annique Delphine puedes visitar su Instagram o su sitio web.