Con las uñas pintadas de negro en los años 20 y una capa confeccionada por ella misma, logró hacerse un hueco en los círculos culturales de España.“Desde pequeñita he sido vieja. Recuerdo estar triste y atormentada porque era vieja”, decía la pintora Delhy Tejero, quien en realidad se llamaba Adela. Nació en 1904 en Toro, España, y gracias a las clases de la Institución Libre de Enseñanza, descubrió que con papel y un carboncillo podía crear otros mundos.
Con 19 años, la mandaron a Madrid para estudiar en un liceo francés, pero Delhy se salió por la tangente y en menos de 24 horas de su llegada a la capital, se examinó para asistir a la Escuela de Artes y Oficios. En 1926 entró en la Escuela de Bellas Artes, donde pudo relacionarse con mujeres del círculo como Maruja Mallo o Remedios Varo.
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“Yo llamo a mis dibujos jaulas de mis sueños, los caprichos intentan romper los barrotes de esa jaula, dar forma a los anhelos ilimitados e imposibles”, reconocía la artista que nunca se arrepintió de salirse del molde que por tradición limitaba el mundo de la mujer a la casa. Tras dos años de estudios, el Ministerio suprimió la beca con la que sufragaba tanto su educación como su estancia en Madrid; Delhy eligió no volver al pueblo y empezó a buscar un lugar para sus trabajos. Con sus trazos colaboró en Blanco y Negro, Estampa, Crónica.
La independencia económica le permitió vivir en la Residencia de Señoritas, cuna del feminismo de la mujer intelectual española. Tras una estancia formativa en París, regresó a Madrid como profesora interina de Pintura Mural en la Academia de Artes y Oficios. Después la guerra le pilló de vacaciones en Marruecos y ante la imposibilidad de regresar a la capital, y pese a que nunca había sentido encajar en Toro, decidió volver con su familia. No encajaba en su pueblo, pero tampoco en el régimen franquista. Su vuelta a España fue una odisea, tras permanecer dos meses en Fez, sola y sin dinero, logró viajar a Casablanca y de allí a Lisboa como paso intermedio a Salamanca donde, tal vez por su misterioso aspecto o por ser decidida, libre y solitaria fue detenida por espía.
Un año después del inicio de la Guerra Civil Española viajó a Burgos, donde se le había encargado un mural para el Hotel Condestasble; tras este trabajo logró un visado de estudios y marchó a Florencia, ahí se encontró de nuevo con el ambiente y la sociedad de la que buscaba escapar. Acabada la guerra y huyendo la que se avecinaba sobre París, regresó a España y, pese a seguir disponiendo de independencia económica y social, se tuvo que enfrentar a un expediente de depuración profesional por no haber dado clases durante el enfrentamiento bélico.
Ella, que había salido de Toro con la esperanza de construirse lejos de las costumbres: pintó retablos de iglesias, comedores de ayuda social y cines. Fue la única mujer en participar en la Exposición de Arte Abstracto celebrada en 1953, en Santander. No obstante, en sus últimos años se encerró en sus cuadernos y en su pintura, se negó a ser fotografiada, a conceder entrevistas o simples citas. Murió en 1968.
“Cuando me muera, no me gustaría que me pusieran flores en mi tumba porque las raíces me llegarán a los ojos y me entrarán por la boca”, escribió alguna vez. Delhy Tejero, la mujer de los ojos misteriosos que muchos no pudimos conocer, tuvo que esperar décadas para que se le realizara algún homenaje o exposición antológicas y, por desgracia, seguirá esperando a que su nombre sea mencionado en la aulas.
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