Minutos antes el cerebro fantasea con cada una de las sensaciones a descubrir esa noche. Las miradas se encuentran y evaden sutilmente alternando entre ojos y labios, al tiempo que un roce desata un instinto que llama a no detenerse hasta conseguir el anhelado desenlace.
Cuando por fin están solos, una tensa calma invade el ambiente. Cada movimiento devela la urgencia por fundirse en uno solo; la voz se entrecorta y obliga a expresarse sólo con frases breves, mientras la respiración parece acelerar súbitamente. De pronto, el cuerpo comienza a vibrar con sutileza, hasta que el temblor se hace casi incontrolable y exige acercarse más y más, hasta un punto de no retorno, donde todo se transforma.
Entonces el temblor desaparece, el ritmo de los latidos aumenta y la voluntad ordena un salto al vacío, donde cada instante es un dulce suplicio que conduce irremediablemente hacia la locura. Poro tras poro recorrido, centímetro tras centímetro de piel, un sabor embriagante se instala en la mente sin pensar en nada más que seguir hasta el final del camino.
El placer y el dolor parecen recorrer dos sendas paralelas hacia el mismo destino. Mientras el primero es una pulsión que no se agota hasta sentirse satisfecho, el segundo es un complemento tan dulce como necesario para hacer del camino un viaje inolvidable.
En ese instante en que no queda más que entregarse al placer sin contemplaciones ni miramientos, en el que todo desaparece alrededor y sólo queda un movimiento frenético, un vaivén rítmico o un trance acalorado para experimentar finalmente el clímax y explotar de placer.
Algunas obras de Yolanda Dorda transportan hacia un derrotero de placer y delirio, donde las expresiones de los rostros refieren de la misma forma al dolor que al éxtasis, ahondando donde el erotismo se conjuga con la perversión, mientras el daño físico y la respuesta anatómica conocida como dolor exigen no parar hasta el final.
Los trazos gruesos juegan con la luz y sombra al tiempo que retan a la imaginación. Fragilidad, sumisión, perversión o dominio: un rostro con el ceño apretado es suficiente para recrear cada postura y tomar un papel para formar parte de un juego sexual que tiene un único fin: el orgasmo. El sudor, los gemidos y otros fluidos aparecen acompañando un torso desnudo, un par de caderas afiladas, senos firmes o un cuerpo encorvado, completamente dispuesto para el sexo.
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Conoce más de la propuesta artística de Yolanda Dorda en su sitio oficial.
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