La intensidad del mundo en el que vivimos, nos hace, muchas veces, presas de los demás, de las apariencias que ahora parecen importar tanto como si fuera de vida o muerte simular lo que no somos. El rastro que dejamos es más importante que lo que en realidad somos. Aparentamos a todas horas, todos los días, todo el tiempo, como diría Baudrillard: vivimos en la era del simulacro, en la que no es importante lo que consideramos correcto o incorrecto, más bien, mostramos una máscara para recibir la aprobación del otro.
Pero a diferencia de lo que proclamaban teóricos como Sigmund Freud en “El malestar en la cultura”, no se trata de reprimir pulsiones para seguir la normatividad social, sino mostrarle a los otros nuestra mejor cara. Presumimos en redes sociales, publicamos que nos sentimos excelente, llenos de alegría y felicidad aunque estemos destrozados por dentro. No nos interesa estar bien sino creer que los demás nos estiman. En este momento de la Historia, en el que casi toda nuestra comunicación se da a través de redes sociales, un “like”, un “fav” o que compartan algo que hiciste, tiene más valor simbólico que conocer verdaderamente a quien te otorgó ese signo de aprobación.
Ya no es necesario que comamos sano porque… “qué más da nuestra salud, la vida es una y hay que disfrutarla”, pero con más regularidad nos alimentamos mal y de prisa con alimentos que encontramos en la esquina o que han pasado por cientos de procesos químicos, hasta que llegan a nuestra boca. Probablemente en el futuro toda la comida sea así, más plástica y menos sana, tal como en la película “Cuando el destino nos alcance”. ¿Y si un día te dieras cuenta de que comes humanos muertos porque la comida real se ha acabado para los más pobres? es triste, pero una de las necesidades básicas nos demuestra la división de clases sociales.
Mientras los trabajadores más esclavizados se alimentan con un pastelillo empaquetado y un refresco a diario, a pesar de que trabajan 15 horas al día; un diputado de algún lugar remoto del mundo gana unos 213 mil 600 dólares al año y va a los mejores restaurantes del país y del extranjero.
No se trata de una historia de ciencia ficción sino de la realidad en la que ahora vivimos y en la que nos sentimos cada vez más asfixiados. Recordamos las historias de Mario Puzo en las que el jefe de la mafia italiana en Nueva York dominaba no sólo los negocios sucios, sino toda la política, haciéndose cargo de los “accidentes casuales” y cobrar los favores de los más famosos e importantes del país. En México no se llama mafia pero sí narco o familias. Así como en el país del Norte El Padrino dominaba cualquier jugarreta que se escondiera detrás de las normas, en México la iglesia, el gobierno y los medios de comunicación más importantes le rinden tributo a quien podría matarlos sin compasión cualquier día.
Somos sombras entre el resto de la gente, queremos pasar desapercibidos, sin que alguien se fije en lo malo que podemos hacer en persona pero, al mismo tiempo, más solos que nunca, más individualistas y llenos de dudas ante los rostros extraños que encontramos en todos lados. Buscamos la aprobación virtual del resto. Ya no nos reconocemos ante el otro, no percibimos la otredad, estamos aislados y nunca adquirimos identidad, somos las sombras que creen brillar del resto de las sombras aunque no sea así. Tan indiferentes y separados del resto. Sin comunidad, sin alguien a quién recurrir cuando nos sintamos destrozados y sin escapatoria, nuestro único amigo se ha convertido en el teléfono que nos hace cada vez más inútiles.
Somos una masa de gente sin rostros, sentimientos o empatía. Una masa no pensante, personas que lo digieren todo sin algún tipo de filtro . Virtuales pero cada vez desapareciendo más rápido del mundo real. La sociedad se vuelca a vivir dentro del mundo virtual.
El pintor mexicano Marco Armenta está empecinado en formular preguntas acerca del entorno, los estados de conciencia y las dinámicas sociales en nuestra época; sin respuesta, sus preguntas pretenden generar reflexiones que más tarde se conviertan en arte a través de la pintura. Estudió diseño gráfico en la Universidad La Salle y ahora cursa la maestría en la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM.
El mundo contemporáneo es un atisbo de la realidad, una visión mediada por los demás, llena de apariencia, de falacias, de incertidumbres, de irrealidades. Nos encontramos ante una sociedad con miedo, con cámaras por doquier y nada de descanso. Vivimos con la falsa necesidad de tenerlo todo al instante, de comprar lo último en la moda, de mostrar nuestros momentos más sentimentales en las redes sociales; aparentamos y nos vemos felices, queremos consuelo y simulamos tristeza y así todos parecen creerlo. Las imágenes de Marco Armenta sólo son una mirada, pero ilustradores de todo el mundo también nos muestran la decadencia humana.
Él forma parte de la selección de Creativos 2016 de Cultura Colectiva, conoce más de su obra en:
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