Solamente necesitó cortar los genitales de cuatro varones que se cruzaron por su camino para hacer entender al mundo que la muerte siempre se comprende en femenino y que había que poner en balanza las cosas. No sólo eso, la muerte de esos hombres fue una manera de llamar la atención y mostrarle a todos la normalización de la muerte femenina (e indiferencia) y la brutalidad que generan cuatro asesinatos a hombres caucásicos que parecían tener la vida por delante. Y no sólo eso, la muerte de esos hombres fue venganza, venganza pura ante ese hombre que como muchos, nos han roto el corazón.
«Pensé –y aquí pensar quiere en realidad decir producir una imagen– en los cuerpos castrados de los hombres jóvenes que habían aparecido desnudos y sangrantes sobre el asfalto de la ciudad. Pensé –y aquí pensar quiere en realidad decir oír el eco– en la palabra castración y en todas las referencias trágicas del término. Pensé –y aquí pensar quiere en realidad decir ver– en lo larga, en lo interminable, en lo incesante que era la palabra des-mem-bra-mien-to. Pensé –y aquí pensar quiere decir enunciar en voz baja– en el término asesinatos seriales y me di cuenta de que era la primera vez que lo relacionaba con el cuerpo masculino. Y pensé –y aquí pensar quiere decir en realidad practicar la ironía– que era de suyo interesante que, al menos en español, la palabra víctima siempre fuese femenina».
A grandes rasgos, ése es el discurso de la novela de Cristina Rivera Garza titulada La muerte me da (después del sexo) pero en los pequeños y sutiles detalles es en los que se muestran un sinfín de guiños difíciles de captar en la primera y superficial lectura. Referencias por doquier que dibujan una narrativa hipertextual hacen de este libro uno bastante complejo. ¿Cuáles son los artistas que debes conocer si has querido castrar a alguien? Quizá los mismos que menciona Cristina Rivera Garza, esos que con su fortaleza, discurso y violencia han logrado, igual que ella, mostrar el destructivo lado de la violencia para, al mismo tiempo, generar un discurso mucho más profundo y enriquecedor.
«Vi las imágenes de una instalación: Great Deeds Against the Dead, 1994. Fibra de vidrio, resina, pintura, cabello artificial, 277 por 244 por 152 centímetros. Jake y Dinos Chapman, nacidos en la década de los sesenta, habían dispuesto tres figuras masculinas de tamaño natural alrededor de un tronco. Atados y desnudos, en posiciones de lejanas resonancias religiosas (un cuerpo crucificado, los brazos abiertos) los hombres que colgaban de los troncos carecían de genitales. Vi eso. Ahí donde deberían estar el pene y los testículos se encontraba, en su lugar, la carne mancillada, terrena. La falta en rojo. La castración. Todo eso envuelto en el aroma ácido de la sangre».
Pero esa primera referencia sólo es el inicio del laberíntico juego con el que reta al lector. Más tarde, aquella asesina que perturba a la detective y a Cristina Rivera Garza (personaje del libro), le manda mensajes a ésta última para contarle un poco de ella, transformándose en personajes importantes de la historia del arte; pero sobre todo, para mostrarle a quien lee el relato todo lo que su mente trama y toma en cuenta.
«Me llamo Joachima Abramövic. Y no sé, en realidad, quién soy», «Lo verás. Me llamo Gina Pane. Y acabo de cortarte», «El pene pene-tra. Pen-etra- Follaje. El pene desaparece. Lynn cierra los ojos. Una foto. El bosque».
–
Pizarnik
Una profesora llamada Cristina Rivera Garza (el mismo nombre de la autora de la novela) descubre un cuerpo en el que más tarde se conocería como “El callejón del castrado”. La asesina deja pequeñas notas junto a los cadáveres, mismas que refieren a la poesía de la gran Alejandra Pizarnik; de hecho, el libro de Rivera Garza tenía un título prototípico que refería a la poeta: Las lectoras de Pizarnik. Cada verso de Pizarnik, tal como remarca la autora de la novela, dice cosas brutales.
«sólo la sed
el silencio
ningún encuentro
cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra».
–
Marina Abramovic
Se necesita un apartado completo para hablar sobre la obra y crudeza de Marina Abramovic; esa artista que busca crear un arte que perturbe y que provoque un momento de peligro. Son 14 incisos los que hacen de Marina Abramovic una artista ideal para que la asesina serial tome su personalidad. Entre las obras que se muestran, están: ésa en la que limpia mil 500 huesos de res mientras canta canciones de cuna; ésa en la que pasa un cuchillo por su mano mientras la rapidez de los movimientos hace posible que corte algunas fisuras y cae la sangre; ésa en la que se encuentra a la mitad de la muralla con su amante nunca olvidado; ésa en la que limpia un esqueleto con ternura; ésa en la que se hiere.
–
Gina Pane
Su cuerpo siempre fue el instrumento principal de su trabajo. Con vidrios, cuchillas o agujas de coser se infringía heridas y cortaba su piel para revalorizar el sufrimiento y simbolizarlo como fecundidad, objeto sexual, vínculo de regeneración e inmortalidad. En su obra “Psyché” realizó un corte vertical en su vientre y uno horizontal que atravesaba su ombligo para hablar sobre la figura femenina como madre.
–
Lynn Hershman
Igual que la asesina serial, Hershman intentó engañar al mundo; se transformó en Roberta Breitmore (Roberta es otro de los nombres que utiliza Cristina Rivera Garza), una mujer que tenía sus propias manías, caligrafía, ropa, peluca, maquillaje, psiquiatra, tarjetas de crédito, amistades, historia de vida y aventuras.
Después de crearla, contrató otras tres mujeres para interpretar a Roberta. Vestían ropa idéntica y todas sufrían depresión y problemas de peso. Durante 4 años, de 1974 a 1978, realizó apariciones en público con este personaje. Así, Breitmore se convirtió en una leyenda de San Francisco, sobre todo en el ámbito feminista y en el performance.
¿Cuál era la intención de la autora al encarnar a todos estos personajes en su novela?
Probablemente mostrarnos la fuerza del feminismo, de las mujeres y de la brutalidad como una manera de hacernos comprender que, así como las relaciones humanas nos obligan a hacer cosas inimaginables, el amor, la venganza y el odio son capaces de desatar el dolor de alguien que, a simple vista, parece normal e incluso podría ser nuestro cómplice de vida.
«Sin embargo, en el caso de los humanos, la castración no debe ser entendida como fundamento de la negación a la relación sexual , sino como el prerrequisito para cualquier relación. Incluso puede decirse que es sólo por el hecho de que los sujetos estén castrados que las relaciones humanas pueden existir como tales. La castración le permite al sujeto entender a los otros como Otro en lugar de lo mismo, ya que sólo después de experimentar la castración simbólica el sujeto empieza a preocuparse por cuestiones como ‘¿qué desea el Otro?’, y ‘qué soy para el Otro?’».
Si quieres conocer más sobre Cristina Rivera Garza, puedes comenzar con estros 5 libros sobre locura, amor y tristeza para después continuar con los Libros que reflejan el lado más cínico y despiadado de las mujeres.