Entre la soledad y el miedo está el dilema del ser o no ser, existir o perecer en la existencia.
Las calles y la ciudad, la noche y la madrugada, y Leopoldo Flores sumergido en la red a través de una voz, la voz, su voz interior en la palabra de Silvana. ¿La voz es real? Muy real, y siempre le dice lo mismo como cuantificación de la realidad. Sin embargo, lo mismo le pasó a su padre y sus hermanos. El mismo eco y los mismos síntomas, el mismo llamado. Buscar la libertad, la libertad en total, absoluta y fundamental. Su esposa lo considera radical por buscar dicho concepto más allá de la cotidianidad, lejos del día a día y la vida misma. El problema se acentúa porque la voz es femenina.
Leopoldo quiere, inconsciente o silvanamente, abandonar a su esposa, disyunción entre un fantasma y su sombra. ¿Quién es el fantasma y quién es la sombra? ¿Silvana o su esposa?
—¿Te acuerdas del mapache?
Así se conocieron, tiempo atrás y años antes de estos mentales males, y los mismos antecedentes familiares. La búsqueda del sueño, la libertad truncada por la formalidad, la vida en cautiverio y el conformismo social, la aprobación del rebaño como la sentencia de la sociedad sobre la individualidad. Y las implicaciones de soledad por el sueño universal de libertad.
Ángel y Honesto, la dimensión ambivalente del ser, entran a escena y se apoderan, dominan y controlan su existencia, llevándola y manipulándola hasta el extremo de su dubitante esencia. Juegan con sus dudas, sus temores y sensaciones de conflicto entre la razón y sus emociones. No obstante, no le dicen el final, porque si conoce el final, el final ya no será el final. Conocer el final mata el final original.
—En este escenario nos tocó vivir.
Y ambos lo atosigan mientras Silvana le despeina las ideas, y sus ideas se ven alteradas cuando decide dejar a su esposa y su hijo. Silvana los somete mientras cada dos aplausos controla el tiempo, aparecen unas vías y ella sigue sin mostrar su verdadera cara, todo se transforma y son las tres de la mañana.
—Ustedes son animales curiosos —dice Silvana—. La noche es la noche y nada más que la noche y ustedes le ponen adjetivos. Se vuelven locos por no tener nada o por tenerlo todo, un querer que nunca puede satisfacerse del todo.
Y reitera el peligro de que le lean la suerte, porque entonces la suerte cambiará, así como el final. La suerte leída es la caída de dicha suerte, ya no sorpresiva sino prevenida y, por consiguiente, angustiosamente incumplida.
Leopoldo piensa en su esposa e hijo. ¿Están bien? La esposa esclavizada mientras él carga una eterna llanta con las manos atadas. Cada esfuerzo, cada avance, es quitada por la tríada a través de su esposa mecanizada. Hasta que él cae agotado, cae al suelo de cansancio, no obstante, sigue luchando, sigue intentando y las voces humillándolo. Lo tienen encadenado.
La eterna lucha entre el deber y el sensible llamado.
Lo apolíneo y lo dionisíaco.
Entre la soledad y el miedo.
Se duermen sus verdugos y una mujer lo ayuda, lo desata y lo libera, pone los pies en la tierra y camina hacia el agua, y desciende en el agua, y nada, se va nadando entre nosotros, mientras su esposa sigue cambiando las llantas, y pesan, pesan mucho, hasta que finalmente él llega a la orilla, a la playa, exhausto. Una mujer intenta ayudarle, pero la oscuridad adjetivada en su mente permanece, y las voces no callan, retumban en su cabeza, rebotando en su interior, y no callan, no callan y hablan, hablan y hablan, esquizofrénicamente hablan. ¿Así han hablado siempre? Entonces decide regresar.
Las voces callan.
¿También la moral y la culpa social? ¿O el silencio como efecto de los pesados grilletes de la individualidad? Regresa con su esposa e hijo, le ha dado la vuelta al mundo y camina mientras la voz con doble cara lo ilumina y su esposa sigue sometida.
Jaime Alegría.
Un estado mental, de la conciencia y el deseo, de la contradicción y el dolor, el diálogo de Jaime y Poseidón. Nepomuceno de los mares, con doble cara y doble cuerpo al interior, y el cambio con un solo movimiento en su exterior. Y mientras tanto, en lo alto, ella canta, canta y sensualmente baila. Jaime la mira, la desea, la sigue con la parte de su alma arrebatada, y en la pantalla la voluptuosidad, mientras su esposa y su hijo cargan una llanta más. Es el matrimonio, ¿de qué lado estás en este manicomio? Y el tiempo corre, corre sobre ellos y su esposa lo espera en silencio, mientras él se acuesta con Silvana.
La voz que, de un destino intrascendente, lo aparta.
Amanece y él se asusta. ¿Qué es? Lo que hay en su cabeza, porque envejeció y rejuvenece a placer. No obstante, Leopoldo extraña Itacatepec. Extraña su casa, su hogar, y tanto tiempo ha estado lejos que tan sólo quisiera verla desde lejos, a distancia, simplemente a distancia, y suplica por volver.
Ella no lo deja y él se queda, ¿trascendente?
No sirve de nada que suplique de rodillas, quiere ya que su historia se termine.
—No es cuando tú quieras —le dicen.
Pide compasión y le repiten que no deje que le lean las cartas, el futuro, el final, pero él lo hace para escapar. Las cartas no son suficiente, aparece Silvana y él golpea su sombra al ritmo de la tarola. La derrota y desaparece, empero, vuelve el tartamudeo y ahora extraña el silencio.
—¿Qué será de mí… ahora?
Atrapado en las implicaciones de todas sus acciones y omisiones, aquí está y es uno más, tan sólo un mortal más, uno más entre nosotros. Y su esposa e hijo siguen solos, aislados, apartados, abandonados y solos, a pesar de que todos están juntos en la cabeza de Leopoldo. Y la voz, siempre la voz, la voz de Silvana en su interior.
—No eres nadie.
Y el reloj regresando, meditando
especulando, en lo que pudo haber pasado
lo que pudo haber sucedido
sin cada omisión del pasado
Aplausos al grupo de teatro independiente La Bota. Felicidades por su trabajo.
Carlos Virgen escribe y dirige una obra expresionista que atraviesa, literalmente, el dilema de Leopoldo (Rodrigo Servín) y su duda ante la duda, más implacable que la duda originaria. Un texto que subraya la duda de ser o no ser, la proyección de Silvana (Elizabeth García) como la crisis de naturaleza desconocida y, por consiguiente, incontrolable, de aquello que nos aplasta y sentencia sin concesiones en sus diversas y múltiples interpretaciones. Darío Guajardo y Juan Sotomayor completan, elevan y extienden todas las posibilidades de esta triada, y Karen Holguín sostiene, y mantiene con su personaje, la resignación e impotencia de todas sus consecuencias, suyas y del tema. Rodrigo y Elizabeth equilibran con fuerza y claridad un juego que se balancea entre la estética de la escena y la ética de la dramaturgia. La escenografía se mueve con las acciones y corre a cargo de Liz Maya, mientras que la iluminación (y video) es obra de Alonso Arrieta.
Un buen espejo de muchas escenas previas, futuras o internas, y de retiradas sentencias como consecuencia de juzgar sin considerar la propia existencia. Vayan a verla, observen e interpreten por su propia cuenta.
Gracias a Tamara Salamonovitz por su hermosa fotografía.
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Silvana se presentará el sábado 8 y el sábado 15 de agosto en el teatro (espacio C) de Cadac, a las 19:00 horas. Entrada Libre.
01 55 5554 9091
Centenario 26, esquina Belisario Domínguez, Centro de Coyoacán.