Como consecuencia de los viajes de exploración que las potencias centrales llevaron a cabo durante el siglo XIX, gran parte de la herencia cultural y artística de los pueblos sometidos fue usurpada. Así, la mayoría de la producción plástica de los pobladores originarios de África y América Latina se llevó al interior del continente europeo, sin considerar necesariamente su valor estético. Por el contrario, en el mejor de los casos se veían como piezas exóticas de colección, y en el extremo más conservador, como artefactos de brujería. Muchos de ellos fueron condenados al fuego eterno por esta causa.
Sin embargo, durante las primeras décadas del siglo XX —después de la gran confusión explosiva que generó la Primera Guerra Mundial—, los artistas principalmente europeos retomaron la línea estética del arte que consideraban primitivo. En un afán de expandir las miras de la hegemonía occidental de hacer Arte, los artistas de las vanguardias quisieron recuperar el carácter escueto del trazo, la rigidez angular de las expresiones y el trabajo de la piedra para la expresión escultórica. De esta manera es que se resaltan cinco características comunes entre el arte de vanguardia y la expresión plástica de la Antigüedad Occidental. Aquí las explicamos:
1. Preferencia por la línea y austeridad
Es evidente la falta de detalle minucioso que existe en la plástica occidental antigua. Particularmente, en las manifestaciones artísticas que se desarrollaron en las islas del Egeo: culturas muy poco exploradas, de las que permanecen únicamente esculturas de figuras humanas en gran formato. Esbeltas, rígidas, estoicas, parecen reducirse a la representación más austera de las estructuras humanas: rostro, brazos, piernas, manos apenas delineadas, pero que rescatan la solidez del cuerpo en su más amplia extensión.
No pueden negarse características similares en el cubismo: en lugar de buscar una representación fiel de la realidad, lo que las grandes figuras de este movimiento pretendían era deconstruir el volumen para rescatar los planos fundamentales, sin los cuales, la figura no es. De aquí que Brâncusi, por ejemplo, se haya dejado influir por los patrones de las culturas del Egeo: su propuesta artística está centrada en la simpleza de la línea y las superficies suaves, tal como se aprecia en las esculturas de las Cícladas.
2. Predominio del carácter angular de las figuras
Siguiendo la lógica de la preferencia por la linealidad en las figuras, resulta natural que las manifestaciones artísticas de la Antigüedad Occidental se sostengan en una rigidez angular, que les da presencia, que las solidifica. No es extraño, entonces, que las piezas sean afiladas, como los ángulos agudos que las componen: desde las expresiones de los rostros hasta la formación de las extremidades, la falta de detalle permite otras posibilidades estéticas que Atenas, por ejemplo, desdeñó por representar fielmente la figura humana.
Nuevamente, las vanguardias retomaron esta cualidad angular de las culturas occidentales antiguas. Es simpático, además, que la influencia que escogieron no fue de los siglos de oro de Grecia en sus polis más acaudaladas, sino de los espacios más marginales, que proponían algo distinto a lo que la centralidad del pensamiento tenía que ofrecer. Ambas expresiones artísticas vienen de la misma raíz, que encontró manifestaciones aparentemente disímiles: una original, otra contestataria.
3. Exploración de la piedra como material escultórico
Una de las herencias más pesadas del Academicismo fue la utilización del lienzo como único medio artístico válido. Si bien es cierto que durante el periodo académico uno de los ejes temáticos fundamentales fue la añoranza por la Grecia Clásica, hubo realmente poca producción directamente en mármol. La escultura fue dejada de lado hasta principios del siglo XX, cuando los artistas de vanguardia redescubrieron las posibilidades estéticas del trabajo tridimensional de la piedra. En ambas corrientes artísticas, la superficie se pule de tal forma que es suave, orgánica, sin imperfecciones.
4. Abstracción de la figura humana a sus estructuras esenciales
Una de las líneas definitorias del cubismo es la abstracción de las figuras hasta sus elementos esenciales. Esto es: reducir el trazo hasta las líneas que no pueden faltar en la representación de una figura determinada para que ésta se entienda. Picasso es el mejor ejemplo, con el proceso de creación de Toros (1945): un ejercicio en el que se aprecia claramente la falta de detalle progresiva que lleva a la representación del animal hasta su última expresión.
La misma carencia de detalle se aprecia en los toros micénicos. Como parte de un culto a Zeus, la población desarrolló una fiesta taurina similar a la que se practica todavía en España. Es por esto que gran parte de la producción cerámica y de artes decorativas de Micenas está centrada en la representación de estos animales y de figuras humanas en torno a ellos, haciendo suertes y festejando al dios olímpico. En ambos casos, es evidente esa preferencia por la abstracción de la figura, que muchas veces se confunde con poca habilidad plástica. Sin embargo, detrás de esta simpleza en el trazo está una intencionalidad estética: la de reunir las características básicas de la forma para, de esta manera, lograr una representación lineal, pero asertiva, de la figura que existe en el espacio.
5. Representación de la figura femenina
Finalmente, no puede dejarse de lado la centralidad de la figura femenina en ambas manifestaciones artísticas. Los antiguos por un tema de culto a la fertilidad; los vanguardistas, por una exploración de la forma y la tridimensionalidad. Lo cierto es que en los dos movimientos —aunque separados temporalmente por siglos de evolución cultural— la representación de la mujer es constante, y cumple funciones específicas para cada uno.
Aunque tal vez ya lo sabías o tenías la sospecha, ahora puedes estar seguro que a pesar de la diferencia de tiempo, existen estas cinco características comunes entre el arte de vanguardia y la expresión plástica de la Antigüedad Occidental.
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