En la actualidad es difícil pensar en un retrato, sea fotográfico o pintado, donde los sujetos no sonrían automáticamente, sin embargo, por muchos siglos se creyó que sonreír para un retrato era escandaloso y casi inaudito.
Leonardo da Vinci, Juan el Bautista, 1513-1516. / Foto: Wikimedia Commons.
Sonreír en un retrato probablemente sería la forma más efectiva de llamar la atención y provocar ser notado. Si acaso solo basta pensar en la Mona Lisa, misma que por años ha sido motivo de estudio y se ha erigido como la obra más notoria de Leonardo da Vinci por una simple y enigmática sonrisa. ¿Ella está sonriendo o no?
Leonardo da Vinci, La Mona Lisa, 1503-1519. / Foto: Wikimedia Commons
Judith Leyster, Autorretrato, 1630. / Foto: Wikimedia Commons.
Si bien las sonrisas completas eran un fenómeno rarísimo en la pintura, algunas sonrisas como la de la Mona Lisa y otras sonrisas a medias eran un tanto más comunes, de acuerdo con Nicholas Jeeves en Public Domain Review, este tipo de sonrisas:
«podían ofrecerle al artista la oportunidad de la ambigüedad que una sonrisa completa no puede. Una expresión facial tan sutil y compleja puede transmitir casi todo —interés, condescendencia, coqueteo, anhelo, aburrimiento, alegría o vergüenza—. Esta equivocación permite que el artista nos ofrezca una interacción emocional duradera con la imagen. Una sonrisa completa [o abierta], en cambio, es inequívoca, señal de un momento de inconsciencia de uno mismo».
Judith Leyster, El concierto, 1631-1633. / Foto: Wikimedia Commons.Sin embargo, la ambigüedad que la media sonrisa le ofrecía al artista también podía ser motivo de humillación para el retratado. Por ejemplo, a mediados del siglo XVII se creía que los únicos que sonreían ampliamente eran los pobres, borrachos, pervertidos o aquellos que vivían del entretenimiento. No mostrar los dientes era parte del decoro, por lo que sonreír iba en contra de las reglas de etiqueta, mismas que se creían que los estratos sociales más bajos no cumplían.
Cuenta la historia que este retrato de Cupido en su momento impresionó más por la sonrisa que por el sexo expuesto del personaje. // Caravaggio, El amor victorioso, 1602-1603. / Foto: Wikimedia Commons.
Algunos artistas tomaron la batuta de la radicalidad y la innovación al empezar a pintar a sujetos que sonreían, por ejemplo, pintores holandeses como Van Honthorst, Jan Steen, Judith Leyster comenzaron a retratar a personas sonrientes, que daban una representación más fidedigna de la realidad y la cotidianidad.
Gerrit van Honthorst, The Laughing Violinist, 1624. / Foto: WIkimedia Commons
Por otro lado, el esfuerzo de posar con una sonrisa en el rostro implicaba un gran esfuerzo, en particular cuando mantener la sonrisa rápidamente se torna en una extraña mueca que en ocasiones carece de la amabilidad, alegría y empatía que solemos identificar en este tipo de rostros. Ésta era una de las principales razones por las que tanto artistas como sujetos que posaban no solían sonreír… y hasta cierto punto el trabajo que implica mantener la sonrisa perduró a través del tiempo.
Gerrit van Honthorst, Woman with guitar, 1631. / Foto: Wikimedia Commons
Siglos más tarde, con la invención de la fotografía y su uso para hacer retratos, también era común encontrar rostros serios, pues la toma de una fotografía también requería más tiempo que el par de segundos a los que en la actualidad estamos acostumbrados. Si bien era menor que en el caso de los cuadros, seguía siendo significativamente exigente para los músculos faciales, no obstante, con el desarrollo de la tecnología y los cambios en la etiqueta social (o el decoro), las sonrisas se convirtieron en la norma.
Gerrit van Honthorst, The happy Fiddler, 1623. / Foto: Wikimedia Commons.
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