Recuperar a Marilyn. Ése es nuestro gran y único cometido. No en vagas imitaciones o tributos ramplones; a ella misma a través del recuerdo emancipado. A la Monroe humana y lejos del peróxido que permaneció en las variaciones coloridas de Andy Warhol. Producción en serie que perpetuó todavía más aquella idea de la torpe modelo que ni como actriz destacaba. La chica que sólo fue un rostro bonito para la industria cinematográfica, unos dólares para ese fallido Hollywood y un juguete para algunos cuantos hombres; ni más ni menos.
Traer hacia delante a Marilyn es, en cierta medida, olvidar aunque sea por un segundo la velada de cumpleaños para JFK, el divorcio tortuoso con Arthur Miller, las fotografías que le hicieron famosa en Playboy, los escándalos de su alcoholismo y las fallas en su temperamento. Es tomar de la mano a esa pequeña y frágil Norma Jean que residía aún en el cuerpo de la rubia diosa del sexo. No para desdoblarla en personalidades y hacer de su verdadera identidad una caricatura penosa del dolor o la incomprensión, sino para entender ciertos rasgos de su actuar diario.
Sí, Marilyn fue todo eso. Mi bella Marilyn, amor genuino de adolescente, fue coctel, pastillas para dormir y neurosis al borde de un colapso. Pero también fue sonrisa genuina, beso al aire, mirada infantil y corazón abierto. Marilyn Monroe vivió la euforia de ser ella, de ser única e irremplazable, de tener tanto amor para dar y saberse capaz de cualquier cosa. Aunque esa idea no fuera compartida por muchos de quienes la rodeaban.
Con clases de actuación en su trayectoria, arduas tardes de lectura, ávido interés por la filosofía y experimentos con la escritura, es bien sabido que Monroe no era la típica diva del cine; aquella que con sólo posarse en el set o exigir déspota frente al staff podía conseguir lo que quisiera. Era una mujer preocupada por su formación y lo que ofrecía al mundo. Sabía que era imposible depender eternamente de su físico y de papeles simples cuando no burdos. Reconocía la necesidad de renovarse, avezarse, o morir en el intento.
Hoy, a partir de una fascinación incontrolable por su enigmático ser, sabemos que sus preparaciones e impulsos creativos fueron más allá; que éstos llegaron hasta el terreno de las artes. En 2016 durante una subasta irreverente y llena de sorpresas, superando la existencia morbosa aún de ocho cigarrillos Philip Morris, disfraces de sus filmes, recibos de taxi, cartas, chequeras y papeles de impuestos, nos enteramos de una faceta artística de la fabulosa dama de los diamantes.
Piezas y trazos, garabateos y rayones. En su mayoría, dicha colección se conforma de sketches y anotaciones visuales que proyectan objetos, animales, personas e ideas desoladoras. Pensamientos e imágenes que se relacionan directamente con la insatisfacción vivida, con la incertidumbre existencial. Todo lo que alguna vez imaginamos de Marilyn se convierte en una suerte de realidad aumentada gracias a sus dibujos. Creaciones que si bien no son excelsas, gozan de autenticidad apabullante, sinceridad y reflexión profundas. Una vía de escape para la soledad y sus tragos amargos.
En el dibujo de Marilyn Monroe no encontramos maestría técnica ni pretensiones de artista. Hay emoción y franqueza, nada más. Si acaso, una extensión para su diario o sus archivos personales. Y digo esto no en tono de ofensa, sino de complejidad y entendimiento; porque ahora que observamos sus bocetos, comprendemos un poco más el significado del fuego para la rubia más amada de todas, la necesidad de una mirada amorosa, la fuerza de un Revlon color rojo, la felicidad de un amanecer en compañía y la búsqueda interna que nada ni nadie puede igualar. Trascendiendo a la mujer de abrigo blanco, la poeta desconocida, la lectora con más de 400 libros en casa, hay una bella Marilyn dibujante. Una chica que exploró con intensidad cualquier campo donde supiera tenía talento. La culpa reside de nueva cuenta en el resto, en aquellos que no le dieron otra oportunidad más que la de un ticket en el cine. Para leer más de su historia, descubre Las decepciones amorosas de la mujer que todos desearon pero nadie amó y El día que Marilyn Monroe y Albert Einstein fueron perseguidos por el FBI.