Por Ana Paula Guerrero
Mirar líneas escrupulosamente trazadas que hipnotizan, y que resultan en composiciones con acento irónico y sarcástico, es sólo la introducción y bienvenida al universo surrealista de Pedro Friedeberg, que a primera vista parecen ser un ejemplo de simetría, pero observadas con detenimiento, se puede notar que, al contrario, la asimetría es esencial para el creador.
El pasado 19 de mayo el Museo Franz Mayer inauguró la exposición temporal La casa irracional, de este artista, que se presentará hasta el 17 de julio. En ella se exponen las diferentes obras realizadas a lo largo de su carrera; todas inigualables y llenas de simbolismos, en su mayoría religiosos.
Nacido en Florencia en 1937, llegó a México 3 años después de nacer, debido a que sus padres provenientes de una familia judío-alemana, huían de la Segunda Guerra Mundial.
Desde pequeño desarrolló un interés por el arte, pasión que no abandonó.
Estudió en Boston antes de entrar a la carrera de arquitectura en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México en 1957.
Friedeberg se oponía al racional-funcionalismo que se enseñaba en la universidad, pues le parecía aburrido; en cambio, tenía mayor interés por las edificaciones excéntricas. En la universidad conoció a Mathías Goertiz, pintor, escultor y reconocido arquitecto mexicano, con quien trabajó en muchas ocasiones.
Gracias a las relaciones familiares y de amistad tuvo la oportunidad de conocer a otros artistas surrealistas como Leonora Carrington, Remedios Varo y Alicia Rahin.
Realizó su primera exposición en la Galería Diana en la Ciudad de México en 1960, a la edad de 22 años. Posteriormente formó parte del grupo de “Los Hartos” en 1961, quienes se distinguieron por rechazar el arte del contenido social y político del momento; los miembros decían que estaban hartos de que la actividad política se redujera al muralismo, a temas rurales y naturalistas.
La obra del artista está basada en espectáculos reales unidos a la imaginación, y en la mayoría de sus creaciones está presente la sátira, el ingenio y el disparate.
Es muy versátil en su trabajo, ha desarrollado pintura, escultura, dibujo, collage, ente otros, cuya característica principal es la saturación de elementos como animales, figuras, letras, símbolos, códices aztecas o conceptos religiosos.
Pedro Friedeberg crea una ingeniosa combinación de surrealismo y arte óptico inspirado en el surrealismo alemán, llevándolo al extremo.
La temática en sus obras es poética, con tendencia a las manifestaciones arquitectónicas y de diseño; los dibujos están trabajados con tinta china y coloreados con gouache y otras técnicas. El artista advierte que su trabajo es para descansar la mirada, pues son composiciones que transitan en lo abstracto.
Probablemente su pieza más conocida sea la Mano-Silla dorada. Es una escultura/silla en forma ahuecada, sostenida por un sólido pie humano, parte de una serie que comenzó en 1961. Cuenta que la inspiración llegó en un viaje a la ciudad de Roma ese año. En el Museo Capitolino existe una escultura de gran tamaño llamada Júpiter Capitolina que se encontraba en fragmentos: el pie, la mano, la rodilla, la cabeza, el hombro, el codo y otras partes. Las piezas que más llamaron su atención fueron la mano y el pie. Después de esta experiencia, cuando Goertiz le pidió que le hiciera una escultura mueble, creó la Mano-Silla.
El creador admira las manos y las utiliza para decorar; podemos encontrar diferentes relojes con manos que indican la hora, muebles escultóricos, esculturas funcionales y dibujos que hacen referencia a las manos y a los pies.
En la obra de Pedro Friedeberg existe una indeterminación entre un objeto de diseño artístico y una escultura funcional. Esta exposición busca explicar al público la conexión que existe entre las obras tridimensionales y el diseño, ya que su trabajo está dirigido hacia otras disciplinas.
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