Para los estudiosos del arte es común encontrarse con ciertas trabas. El tiempo, infranqueable, puede ser un elemento estético como bien puede ser frustrante. El encanto de la inmortalidad de una obra, muy por encima de la vida mortal de su autor, es ciertamente fascinante, aunque podría generar un sentimiento de distancia. Todo analista del arte es perfectamente capaz de entender los mecanismos estéticos, ideológicos, históricos y hasta emocionales por medio de los cuales fueron concebidas las obras, pero de ahí a ver, por ejemplo, cómo trabajaba Leonardo da Vinci en su taller, cómo pintaba Michelangelo Buonarotti la Capilla Sixtina o cómo componía Beethoven, sólo queda por hace un trabajo de imaginación.
A finales del siglo XIX la fotografía irrumpió en múltiples escenarios para inmortalizar los momentos que antes sólo el talento de los pintores aspiraban a capturar. Sin embargo, todo cambió con el cinematógrafo y las cámaras de video. Gracias a ellas no sólo tenemos el privilegio de ver a Claude Monet pintando sus nenúfares en acción real. Recientemente se ha hecho popular un material que muestra a Auguste Rodin mientras trabaja en una escultura.
Auguste Rodin nació en París, en 1840. Intentó forjarse un camino como pintor, pero tras varios rechazos de la Escuela de Bellas Artes y la trágica muerte de su hermana, se decantó de su fe católica y encontró su verdadera pasión: la escultura. Su primera gran obra es La Edad de Bronce, que fue creada en Bruselas, por inspiración en un viaje a Italia. Su sello y su estilo comenzaba a brotar y deslumbrar: el realismo de la escultura hizo pensar a muchos que Rodin había usado a un molde, por lo que procuró hacer de sus piezas posteriores más grandes.
En 1900, como se veía venir, el reconocimiento comenzaba a tocar a su puerta. Aparte de sus dibujos eróticos, sus esculturas eran reseñadas y aclamadas a escala internacional, pues cautivaban por ese estilo peculiar, que hace que sus obras parezcan tan reales que podrían moverse en cualquier momento.
Le penseur (Rodin, 1880)
En 1915, año en el que fue grabado este breve pero significativo material, Rodin usaba como taller un salón palaciego del Hôtel Biron, en París. La mansión era una residencia privada de principios del siglo XIX. Después de funcionar como una escuela católica, en 1904 pasó a ser un espacio que artistas como Henri Matisse, Isadora Duncan y Rainer Maria Rilke, entre otros, rentaban. La escultora Clara Westhoff, esposa de Rilke, le comentó por primera vez a Rodin sobre este espacio, ideal para trabajar en sus piezas.
El artista inicialmente ocupó cuatro habitaciones del piso principal, aunque pronto se vio en aprietos cuando se enteró de que el Gobierno pensaba vender la propiedad. Por ese motivo logró un acuerdo: donaría todas sus obras al Estado siempre y cuando pudiera disponer del espacio hasta el día de su muerte. Eventualmente el Hôtel Biron se convertiría en el Museo Rodin.
https://www.youtube.com/watch?v=1-T-OqcJwE4
Este pequeño video, de apenas unos minutos, captura al escultor junto a las columnas de entrada a una estructura no identificada, seguido por imágenes de él posando en un jardín. El resto del material consiste en mostrar a Rodin mientras trabaja, con una sonrisa, en una de las habitaciones del Hôtel Biron, que más que un estudio era como una segunda casa para él. En 1917, dos años después de haberse filmado este material, Rodin se casó con la madre de su hijo, después de 53 años juntos, poco antes de fallecer.
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