A primera vista, las obras de Andy Warhol sumen al espectador en una sensación banal; esa misma que evocan los carteles publicitarios cuando son observados de reojo. En la calle, sólo aquellas piezas suficientemente elaboradas logran captar la atención de los transeúntes y generarles ansias por adquirir lo anunciado.
Asimismo, cuando el espectador se siente atraído por los colores explosivos, las formas planas y la repetición exhaustiva de las imágenes de Warhol, se adentra en un juego del que le resulta casi imposible escapar. Desea poseer las figuras warholianas de Marilyn Monroe o de Mao Tse Tung en su casa, libreta o funda de teléfono.
Pero es allí, frente a los rostros deshumanizados y la naturaleza muerta descontextualizada, es donde se encuentra el verdadero sentido de las obras del artista, el retrato de una sociedad de consumo en pleno surgimiento.
Artista con intereses monetarios
Warhol se caracterizó por ser un hombre de negocios. En los años 50 era un creador publicitario que trabajaba con el único objetivo de ganar dinero. Hacía publicidad para revistas como Harper’s Bazaar, Vogue y Glamour, y para marcas como Tiffany’s.
Sus ilustraciones, sumamente solicitadas, eran realizadas a mano. Cada zapatilla, cosmético, flor o animal era dibujado y luego pintado con suma meticulosidad.
Con el paso del tiempo decidió cambiar de técnica. Pasó de hacer ilustraciones únicas y demoradas a producir imágenes en serie con ayuda de la serigrafía. Sus creaciones, que antes habían servido como piezas promocionales, se convertían en obras de arte inspiradas en personajes famosos y objetos triviales.
Así, el padre del Arte Pop transformó el arte en un acto de producción industrial propio del sistema de consumo. Para Warhol “el arte como negocio es el paso siguiente al arte. Yo empecé como artista comercial y quiero acabar como artista de negocios (…) ganar dinero es arte y trabajar es arte y los buenos negocios son el mejor arte”.
Warhol dejaba de ser un simple diseñador gráfico. Su afán de reconocimiento y dinero lo habían llevado a formar parte del círculo de famosos que se reunían en el mítico Studio 54. Ahora, compartía la pista de baile con personajes como Dalí, Calvin Klein y Mick Jagger.
Elevando productos comerciales al nivel del arte
El estatus social adquirido por el artista lo llevó a retratar irónicamente su propio entorno. Hacía parte de una sociedad de consumo en la que, a pesar de su posición privilegiada, seguía adquiriendo algunos productos que cualquier otro americano compraba. De ahí surge en 1962 la obra Tres botellas de Coca-Cola.
¿Qué otro artículo cotidiano podía representar mejor la democracia social que Coca-Cola? Como Warhol decía, “sabes que el presidente bebe Coca-Cola, Liz Taylor bebe Coca-Cola y, si lo piensas, tú también puedes beber Coca-Cola. No existe una cantidad de dinero capaz de brindarte una Coca-Cola mejor que la que está bebiendo el mendigo de la esquina”.
Al final, la Coca-Cola no es sólo un producto, es un símbolo de felicidad empaquetada. Es la ambición creciente que todo ciudadano inmerso en el sistema está destinado a vivir.
En esta misma línea, Warhol crea en 1968 Campbell’s Soup I, una serie de pinturas de latas de sopa. La serigrafía, una vez más, fue la técnica predilecta con la que el artista plasmó los icónicos envases y la mayoría de elementos que los componen, exceptuando los títulos de los 32 sabores disponible en la época. Nombres como “Tomate”, “Con vegetales y cebada” y “Carne de res” fueron realizados con pincel y pintura, a mano.
Warhol se inspiraba nuevamente en la cultura estadounidense de la que hacía parte. En los hogares de la posguerra era común consumir alimentos procesados. Además, tenía una predilección por el producto porque su propia madre le servía sopas Campbell para almorzar todos los días.
Para los asistentes a la Galería Ferus de Los Ángeles, donde se expusieron las piezas, era indigno considerar arte artículos tan corrientes como una lata de sopa; aún más si habían sido plasmados de manera mecánica. Pero ésa era, precisamente, la intención de Warhol: elevar productos comerciales al nivel del arte.
Atracción por la superficialidad
Warhol, con una camiseta cuello tortuga negra y un peluquín desordenado, mira directamente a la cámara sin la más paupérrima señal de emociones. Esta es, quizás, la imagen más recordada del artista.
El autorretrato evoca su fascinación por la superficialidad. El peluquín rubio es apenas uno de los elementos que demuestran su palpable obsesión por la apariencia física. También lo hacen su uso constante de productos cosméticos y de tratamientos de colágeno.
En la sociedad de consumo los bienes ya no satisfacen únicamente necesidades básicas como la alimentación o el descanso, sino que refuerzan el estereotipo de “belleza ideal”. La masa pasa de aspirar comodidad y eficiencia a anhelar belleza; sabe que, cueste lo que cueste, puede conseguirla.
En Before and After el artista recrea esta situación. A la izquierda presenta el perfil de una mujer con nariz de gran tamaño en forma de gancho y a la derecha ubica a la misma persona con una nariz perfecta tras haberse sometido a una cirugía estética.
Warhol revela a través de su cuadro lo que vivió en carne propia años atrás, cuando entró al quirófano estético para someterse a una rinoplastia.
El rey del Arte Pop seguía cumpliendo a pie de la letra su frase: “Si quieres saber todo sobre mí solamente debes observar la superficie de mis cuadros, mis películas y de mí mismo. Eso es lo que soy: no hay nada detrás”.
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La propuesta pop de Warhol y la estética de Baquiat redefinieron el arte moderno a mediados de la década de los 80, desde entonces el fenómeno del street art también ha ido evolucionando. Muchos exponentes han sabido trascender y estampar su sello entre los más representativos. En México hay por lo menos 5 que debes conocer.