Debo decir que, aunque no soy argentino, siento a este suelo en el que vivo hace casi un lustro como mi hogar. Por eso, seguramente, es que vivo tan pendiente de las noticias que a diario inundan los titulares de los periódicos y páginas de Internet que, cuando no hablan de política, fútbol o chismes, se llenan de historias en las que la palabra en común es: muerte.
Cada tanto, en algún sitio de la Argentina, un tipo mata a otro porque el primero lo iba a robar. Con frecuencia, en Buenos Aires, un accidente de autos acaba con la vida de pocos o muchos. Usualmente, en cualquier lugar de este país, una mujer muere porque un varón decidió asesinarla, teniendo como único argumento que él sentía celos. Títulos que, en suma, lo único que hacen sentir en quienes los leemos es dolor, angustia, indignación y tristeza.
Sin embargo, aclaro que este año la palabra que leí en los medios argentinos, y que más huella marcó en mí, fue: empalamiento. Es más, la primera vez que la leí me hizo llorar. Resulta que a una muchacha de apenas 16 años, unos miserables, la habían empalado en la ciudad costera de Mar del Plata, una localidad a la que paradójicamente los argentinos llaman “La Feliz”. El horror, la vehemencia y la atrocidad se tomaron las calles de Mar del Plata en octubre, mientras los medios nos comentaban la noticia con morbo, como quien relata el tiempo extra de una final de la Copa Mundial de fútbol. Lucía, que era como se llamaba la chica que mataron, para los infames medios de comunicación, no era más que una vulgar y simple forma de acaparar la atención. Mejor dicho, el titular del empalamiento de Lucía los hacía vender.
Un par de meses después, una vez más, mis ojos leyeron la historia de una mujer que también había sido empalada en suelo argentino. Esta vez la víctima, para variar, no era una adolescente “boluda” sino una señora hecha y derecha de 45 años de edad, lo que demuestra que los criminales no tienen filtro generacional, como muchos “boludos” creen erróneamente. Ni tampoco tienen límites geográficos, pues, en esta oportunidad, el hecho no ocurrió tan cerca de Buenos Aires, sino que la miseria humana ese día se tomó la hermosa provincia de Misiones, cuna de tantos y tan buenos amigos míos. Comento, por demás, que cuando leí la noticia del asesinato de Irma en Posadas no lloré sino que simplemente sentí vergüenza por ser humano al igual que el asesino que terminó con la vida de ella.
Dos casos de mujeres que murieron tras ser empaladas, entonces, fueron los que conocí estando en Buenos Aires; sin embargo, sé que seguramente pudieron haber ocurrido más y que, por una u otra causa, yo no llegué a enterarme de ellos. Por desgracia, la vida en la Argentina hasta hoy continúa igual y, aunque no me lo crean, muchos están más preocupados por la inflación que por ver cómo a sus mujeres un grupo de matones las asesinan de formas tan viles que, incluso, llegan a horrorizar a un ciudadano colombiano, como yo, que nació y creció en la época en la que Pablo Escobar volaba aviones cargados con dinamita, los paramilitares cortaban cabezas con motosierras, los guerrilleros ponían collares bombas, y los militares mataban civiles inocentes para hacerlos pasar por bajas de guerra.
¡Es el momento de reaccionar, Argentina!
Texto de Fabio Andrés Olarte Artunduaga
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Es necesario crear consciencia, dejar a un lado las críticas malintencionadas que se hacen a la figura de la mujer en la sociedad, creemos que es simplemente una acción que no pasa las palabras, pero tiene grandes consecuencias; las mujeres, igual que todos, tenemos derechos y es importante que se respeten; Por el derecho a mochilear con vagina es una reflexión que no puedes dejar de leer.