El mundo había sido advertido, pero las circunstancias, el contexto y las características de los tiempos que se vivían no propiciaron un escenario en el que los líderes y la sociedad entendiera lo que estaba por venir. El nazismo extendía sus tentáculos, lenta pero seguramente, de manera ideológica, militar y expansionista. Tal vez hoy resulte difícil comprender por qué sucedió todo lo que sucedió en los belicosos años 40, pero sólo hace falta informarse un poco más para saber de dónde surgió el fascismo. Entre los años 30 y 40, los países atravesaban un proceso de cambio y de choques, con unos en el bando de unos y de otros. Así iban las cosas, pero también hubo expresiones cada vez más viscerales en rechazo a lo que ocurría en Europa y parte de África. El conflicto armado era inevitable, como se prefiguraba en los años 30.
Pero las grandes corrientes ideológicas que recorren el mundo tienen un lugar de nacimiento, aunque pocas veces se quedan ahí. En realidad, buscan esparcirse con el objetivo de cobrar fuerza y apoyo. No importa realmente de qué sociedad seamos parte, las ideas recorren las mentes del hombre y lo hacen tomar parte activa en un movimiento. En el caso de la ideología nazi (que ya ha muchos había seducido), una vez intentó conquistar Nueva York.
En 1933 nació en la Gran Manzana el grupo Amigos de Nueva Alemania, una organización que prometía promover en la sociedad americana una opinión favorable a la ideología nazi. Algo así como una trinchera del fascismo al otro lado del mundo que debiera velar por el movimiento de Hitler. Para pertenecer a la organización había que ser ciudadano estadounidense de ascendencia alemana y vestir de camisa blanca y pantalón o falda negra (la clásica vestimenta alemana).
Tres años después, la organización alcanzó su cumbre y se mostró abiertamente su línea de pensamiento nazi a los ojos de la sociedad americana. Para este momento había crecido considerablemente y ya celebraba populosos mítines, en los que se usaba a diestra y siniestra el saludo fascista, así como abundaban las imágenes y los emblemas nazi. El propósito de la organización escondía un fin político: atacar el Gobierno de Franklin D. Roosevelt para fortalecer el apoyo hacia el nazismo, denigrar a los judíos y desvirtuar al comunismo.
Quizá lo más recordado de aquella organización es la gran reunión llevada a cabo el 20 de febrero de 1939 en el mítico Madison Square Garden, un punto neurálgico del acontecer público en la ciudad y en todo Estados Unidos. En aquel momento, casi 20 mil personas manifestaron su posición frente al comunismo, defendieron la ideología nazi en suelo americano y protestaron en contra de las políticas projudías del presidente Roosevelt. Las imágenes hablan por sí mismas, había realmente una pequeña revolución nazi en el corazón de Estados Unidos; americanos convencidos de las virtudes del movimiento y comprometidos con una ideología extranjera. Incluso enarbolaron una imagen de George Washington, primer presidente de la nación de las barras y las estrellas y un notorio dueño de esclavos, pues según para ellos fue el primer fascista.
El movimiento, no obstante, prosperó poco. Perdió fuerza cuando Alemania se deslindó de él para no empeorar las relaciones diplomáticas con Estados Unidos y se disolvió cuando ambos países se declararon la guerra. Seis años después Hitler se voló la tapa de los sesos en su búnker y esa fantasía megalómana se esfumó poco a poco con el tiempo, aunque no del todo.
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Hay que decir que queda un antecedente importante en este evento: la ideología buscará apoyo en los rincones del mundo. Y tiene el poder de polarizar sociedades, sin importar lo diferente que pudieran parecernos las culturas. Además de eso, muchos de sus actores y protagonistas se lavaron las manos y escondieron el rostro para no darles explicaciones al mundo de sus atrocidades.