El mes de octubre de 2014, en México comenzó a exhibirse un cuarto filme en el canon creado por el director Luis Estrada que busca retratar la compleja realidad que se ha construido en México; una realidad de corrupción, ambición, cinismo y maquinarias sociales y políticas. En este episodio adecuadamente llamado “La Dictadura Perfecta”, Estrada enmarca el camino de un político de medio pelo llamado Carmelo Vargas en su búsqueda por el asiento presidencial con la ayuda de medios de comunicación.
La historia se relata a través de la perspectiva de Carlos Rojo, un cínico ejecutivo de una importante televisora ficticia llamada TV MX. El personaje, interpretado por Alfonso Herrera, está a cargo de mejorar la imagen del Gobernador Carmelo Vargas, el estado al cual pertenece, aparte de no ser mencionado resulta irrelevante. En el proceso se aplican tácticas como la caja china (frase acuñada por el mismo Luis Estrada y que probablemente se volverá parte del léxico ciudadano) para distraer la atención del público general de los escándalos de los cuales está acusado Vargas.
En términos de actuación, mientras que Damián Alcázar logra encarnar adecuadamente al “Gober Vargas” los demás miembros del elenco se sienten un tanto acartonados en comparación, en particular el papel principal interpretado por Herrera. Por su parte, Alcázar despierta efectivamente una combinación entre repugnancia, gracia, miedo y desvergüenza. Se presenta como una caricatura de las aristas más sombrías de la clase política; una mezcla terrorífica entre un pragmatismo despiadado al eliminar obstáculos con balazos, un carisma completamente creíble y una amalgama de vicios y comportamientos sociópatas. ¿Es posible que existan situaciones o personajes tan cínicos en la vida pública de México?
Quizás una forma compleja de este mismo cinismo que presenta la obra de Estrada es su propia existencia; este filme fue producido gracias al apoyo de Imcine, Eficine y Fidecine, con Televisa como una de las responsables de los fondos fiscales que permitieron la producción. Como en ocasiones anteriores, Luis Estrada logra aprovechar recursos del estado para marcar sus propias fallas; con “La Ley de Herodes” desvirtúa y evidencia la maquinaria que el PRI había logrado perpetuar por décadas; “El Infierno” ridiculizó la guerra al narcotráfico a cargo del sexenio de Calderón. ¿Quiénes son los cínicos? ¿Aquellos que apoyaron al filme sin importarles la mala imagen que pintaría de ellos mismos (el gobierno y Televisa) o Estrada y sus colegas por la misma razón?
De cualquier manera, en este filme se le recuerda al espectador el poder que tuvieron los medios de comunicación para dirigir el rumbo de las elecciones pasadas así como el poder de la maquinaria que representan los medios en comunicación populares en México. Por ejemplo, así es como cobra sentido el título del noticiero ficticio, “24 Horas en 30 Minutos”; una gran parte de la población obtiene en una ventana de 30 minutos, lo que dura un noticiero promedio, un concentrado que busca plasmar los sucesos más representativos de un día entero. Es esta capacidad de curar el contenido donde yace el peligro y el poder de los medios, es incluso en la mera selección de palabras para describir un mismo suceso dónde dirigen de manera sutil la atención de una población entera.
Ya sea la desaparición de Paulette, el montaje absurdo del arresto de Florence Cassez, las innumerables grabaciones de recepción ilegal de efectivo (como el sonado caso Bejarano), las joyas del racismo y machismo de Vicente Fox, actrices de telenovela inmiscuyéndose en la vida pública (la actual primera dama), todos estos escenarios absurdos son matizados, entonados y transmitidos según una línea editorial falible.
Mientras que se puede argumentar que técnicamente no es un filme excelente, al final y al cabo logra transmitir de manera efectiva su mensaje; logra someter al espectador a una visión satírica, casi cruel de la cruda realidad que se vive actualmente. Todavía más problemático es la misma existencia del filme; qué nos dice de nuestra situación como sociedad si en efecto tenemos el derecho, la libertad de expresión para reírnos de tales escenarios absurdos pero no la fuerza para levantar la voz, poner el dedo en el renglón y nunca dejar de exigir. Quizás el tema más delicado que plantea la misma existencia de “La Dictadura Perfecta” es que en efecto estamos viviendo en una.