El cantante salta al escenario con el cuerpo rígido por la tensión. Lleva una camiseta sin mangas y jeans desteñidos, zapatos Adidas. Se detiene frente al micrófono y mira a la multitud: casi 74 mil espectadores se quedan en silencio y después un rugido ensordecedor se extiende en todas direcciones, como una ola brillante de pura expectativa. Es la última hora de la noche en Londres y aún hay unas cuantas franjas de luz en el cielo. El cantante y su banda tienen menos de 15 minutos para hacer historia. Y lo hacen. Más tarde, la leyenda insistirá que al momento en que Freddie Mercury comenzó a cantar sentado al piano y en medio de una euforia muy cercana a la histeria en el Live Aid del 13 de julio de 1985 habían más mil 500 millones de espectadores vía satélite. De pronto, la banda dejó de ser un experimento exitoso para convertirse en un suceso extraordinario. Por último, en uno de los emblemas de una época de gracia para la música que aún se recuerda con considerable nostalgia.
Con frecuencia, los biopics cinematográficos deben tomar la decisión del tono y el estilo en que contarán la historia de su personaje entre dos opciones extremas: la de ser una narración muy fiel sobre la vida o no serlo en absoluto. La decisión depende de la manera en que el director y el guión analicen la idea sobre qué contar u ocultar, pero sobre todo cuánto de la personalidad en cuestión debería verse reflejada en el argumento que llegará a la pantalla grande. No se trata de alternativas sencillas, y mucho menos cuando la vida que desea retratarse se acerca más al mito que a la realidad. En el caso de Queen, y en especial de Freddie Mercury, la cosa se complica aún más: no sólo se trata del fervor que la banda sigue despertando, sino del culto casi frenético que se le rinde a la figura de Freddie Mercury, como símbolo indiscutible por lo estrambótico y la calidad vocal. La huella de Mercury perdura y el mero hecho que su vida llegue a la pantalla grande es un hecho de relevancia por sí mismo, sin ningún otro añadido. Después de todo, Freddie Mercury fue además de un prodigioso cantante, un pionero en todo tipo de extremos. Desde las letras de sus canciones, sus fastuosas puestas en escenas hasta el fenómeno que desencadenaron la mayoría de sus letras, el cantante es un ícono sin discusión. ¿Cómo se retrata una vida semejante? ¿Cómo se homenajea todos los matices de un hombre polifacético, empeñado y obsesionado con el arte? ¿Cómo se le hace justicia a todos los pequeños secretos y grandes batallas que enfrentó a lo largo de su vida?
En su oportunidad, el director Todd Haynes comentó que “un biopic es una mirada a un universo íntimo, un recorrido por la mente de alguien más”. Desde esa perspectiva, Bohemian Rhapsody dirigida a medias por Bryan Singer —quien fue sustituido por el director Fletcher— sufre una derrota estructural desde su primera escena. La película se vuelve una mirada fallida al universo de un hombre complejo y una revisión lamentablemente superficial sobre el peso histórico de la banda en el imaginario pop mundial. El filme, que tropezó con todo tipo de obstáculos y contratiempos para llegar a la pantalla grande, es un plano y resumido recorrido por la forma en que Queen y Freddie Mercury influyeron de forma notoria en el mundo musical. El resultado es una película discreta y desigual que desmerece al hombre —el real y el mítico— en que está basada. Pero además lleva a cuestas el problema de todo biopic en una época en que la fidelidad a la historia es imposible: ser incapaz de responder —y complacer— todas las expectativas. Con su guión irregular, notorios errores históricos y tendencia al cliché, la película recorre con enorme torpeza los grandes momentos de Queen como banda y Freddie como símbolo.
Es inevitable comparar la noción sobre el triunfo y el estrellato que muestra A Star Is Born (Bradley Cooper, 2018) con la torpeza con la que el guión de Bohemian Rhapsody analiza el mismo tema. Mientras para el personaje encarnado por Lady Gaga, el recorrido es un esfuerzo titánico contra sus dolores, temores e inseguridad; para el Freddie Mercury de Malek se trata de una mirada a la predestinación. Sin duda, el talento de Mercury es indiscutible, pero la concepción de la travesía del artista parece resumido de mala manera para complacer la percepción de Mercury como imbatible. Un error que afecta credibilidad de la película y, sin duda, es uno de los tantos baches argumentales que le afectan.
No obstante, a pesar de la simpleza de la historia, Rami Malek brilla como Freddie Mercury y construye un papel que, con toda seguridad, le reportará una nominación en la cercana temporada de premios. Malek evoluciona junto a su personaje y lo hace con una sensibilidad que desborda y emociona, sobre todo por el evidente tesón con que el actor delinea la vida de un hombre complicado y lleno de matices. Hay una convicción dinámica y muscular en la actuación de Malek que lleva a la película a otra dimensión en los momentos más extraordinarios. La recreación culminante de la legendario actuación Live Aid de Queen, es un logro histriónico que asombra. Es quizás el mejor momento de toda la película y el que demuestra lo que pudo haber sido una historia que roza lo sublime en momentos inesperados. Malek se esfuerza al máximo ya no sólo por encarnar a Mercury, sino dotarle de una vibrante vitalidad que copa todos los espacios y logra brindar un sentido real al esfuerzo de producción de recrear el concierto que marcó un antes y un después en la historia del rock. Lo suyo es un esfuerzo de corazón, que desborda la mera capacidad actoral y se transforma en una especie de rito iniciático que desborda por completo todas las discretas escenas que, hasta entonces, la película ofrece.
Los directores Singer y Fletcher explotaron la capacidad de Malek para la imitación y el resultado es una combinación de un furor físico, acompañado de una notoria necesidad por convertir los grandes rasgos de la personalidad Mercury en algo palpable e irreverente. Ambiguo, poderoso y con un registro histriónico casi ilimitado, Malek es quizás el único rasgo de la película que cobra vida propia sin necesidad de apelar al imaginario popular sobre el cantante.
Hay que agradecer a Malek la sensibilidad de convertir lo que pudo ser secuencias simples en algo mucho más conmovedor y humano. El largo romance de Mercury y Austin desfila en pantalla con apresurada asincronía. El guión no parece decidir si se trata del amor de su vida o la forma en que Mercury batalla contra su personalidad escindida. Al final, es Malek quién logra encontrar el punto justo en una secuencia dolorosísima: el cantante dedica a la mujer con quien casi contrae matrimonio una mirada profundamente triste. “Te quiero en mi vida”, le dice. Y esa única frase resume los años de amor profundo y complicidad. No hay resentimiento o angustia en la tensión que se adivina, pero aún así se echa de menos la profundidad de un momento trascendental. “¿Por qué?”, responde Mary, parpadeando, ajena y acobardada por la enormidad del resquicio entre Freddie y lo que oculta como puede. Pero ni el mejor esfuerzo de Rami Malek puede subsanar la atropellada noción sobre la caída progresiva de Freddie entre vicios y excesos. El argumento no se toma excesivas molestias y se concentra en escenas cargadas de prejuicios, que sugieren que la sexualidad de Mercury fue al fin y al cabo el detonante de su lento desplome moral. Al final, el guión resuelve el auge de su crisis existencial en una única mirada del artista, drogado y aturdido, mientras un grupo de hombres vestidos de cuero bailan entre risas y un alborozo artificial. Un lamentable sermón tácito a lo que pudo ser un recorrido compasivo por el auge y declive de un hombre atrapado entre sus obsesiones y su talento.
A pesar de la buena recepción por parte del público, la crítica no ha dejado escapar estos descuidos argumentales y el evidente desorden narrativo que se subsana erróneamente entre clichés y diálogos predecibles. ¿Es justa la descalificación absoluta por parte de críticos de cine? Quizá quienes aboguen por las excelentes actuaciones y la importancia de experimentar —una y otra vez, no siempre con éxito— en el mundo de los filmes biográficos dirán que no.
**
La melancolía es una de las cualidades más representativas de la banda británica, pero su música no se limita a expresar sólo un sentimiento; algunos de sus temas, incluso, han sido considerados entre los más felices en la historia de la música. Mezclar estilos musicales podría ser la fórmula para una canción desastrosa; sin embargo, Queen logra hacerlo con una maestría impecable. En esta lista podrás conocer la historia detrás de otras canciones que también parecían destinadas al fracaso.