El cine, entre otras cosas, es un medio de expresión. Se sabe que mucha gente siente la urgencia de expresar algo que tienen dentro, ya sea como el intento de liberar una emoción atrapada en la mente del artista o meramente con fines de provocación. Ésta última es una motivación recurrente en muchos cineastas de todo el mundo. La provocación puede vender o no, pero éste no es el objetivo de la mayoría de directores de cine. Un filme controversial provoca a su audiencia mediante un tipo de reacción específica que el director desea despertar, mayormente relacionado con una sensación no placentera. Estos filmes viajan entre tabúes, lenguajes fuertes e imágenes incómodas.
Este fenómeno ha estado presente desde los comienzos de la historia del cine. El filme épico de D.W. Griffith The Birth of a Nation (1915) era la película más controversial y provocativa de su época por su contenido racista al retratar a los afroamericanos como seres salvajes (estos personajes ni siquiera fueron interpretados por gente de color, sino por actores caucásicos con maquillaje). Hoy en día, el filme de Griffith sigue en pie de discusión por si debería ser considerado como un propaganda racista e inmoral o venerado por todas sus incursiones en el montaje tradicional y por sus innovaciones técnicas que han influido en el lenguaje cinematográfico que hoy conocemos.
Gaspar Noé, cineasta franco-argentino, tuvo la intención de provocar a su audiencia en la 55 edición del Festival de Cannes con su filme Irreversible (2002), con su utilización de sonidos de baja frecuencia que hacia sentir a los espectadores fisiológicamente incómodos, al grado de tener nauseas. En fin, la lista de estos artistas se extiende por los cielos.
Nagisa Oshima, uno de los pioneros de la Nueva Ola Japonesa junto con Seijun Suzuki, es internacionalmente conocido por sus provocaciones y tabúes cinemáticos. Oshima, quien inicialmente trabajó como un director de estudio, se convirtió en realizador independiente cuando el estudio japonés Shochiku abandonó la circulación de su película Night and Fog in Japan (1960) por sus ideologías políticas. Él nunca compartió la idea de cine japonés tradicional como en su momento lo hicieron Kurosawa, Ozu, Mizoguchi o Naruse. Más bien, Oshima optó por temas más oscuros; en gran mayoría, su trabajo está inspirado en la sexualidad y la violencia.
No fue hasta que se estrenó In the Realm of Senses (1976), su filme más reconocido y trascendente, que el cineasta fue censurado en su propio país. Basada en un suceso real en Japón de 1930, la cinta fue objeto de mucha controversia gracias a su contenido sexual y explícito al punto de convertirse instantáneamente en una película de culto. La cinta sigue la historia de Sada Abe (interpretada por Eiko Matsuda), una prostituta que trabaja en un hotel en Tokio. Kichizo Ishida (interpretado por Tatsuya Fuji), el encargado del hotel, nota la presencia de Sada entre todas las demás empleadas e intenta seducirla, lo cual llevará a cabo el comienzo de una relación meramente centrada en el sexo. Conforme pasa la historia, la relación entre Sada y Kichizo aumenta de manera muy disturbada: Sada se revela como una ninfómana y exige más satisfacción sexual por parte de Ishida. Ambos se pierden en un espiral sin fin de obsesión sexual al explorar sus deseos insaciables.
Su relación amorosa y destructiva es mayormente retratada en sus prácticas sexuales, las cuales Oshima decide capturar de manera realista en el set. La audiencia quedó atónita por el hecho de ver a los actores teniendo sexo real en pantalla y no ser considerado del todo como pornografía. El filme japonés puso en pie un debate en donde se discute cuándo es que el arte torna obsceno y deja de ser arte, en este caso, cuando el cine se torna en pornografía. Oshima llevó el tema de la sexualidad a otro nivel y de una forma radical, dándole a su obra maestra de cine de culto una conclusión frenéticamente desgarradora bañada de fuertes imágenes y una resolución depresivamente hermosa.