¿Cuánto tiempo debe pasar para que nazca una mente poética que haga canciones que se suenan a una revolución? Quizá 5 años y a veces parece que 10, sin embargo, constantemente aparecen esas voces insólitas que además de componer música que se clava en nuestra carne, tienen series de secuencias verbales que parecen fuera de este mundo, y que parecen sintetizar cosas indescriptibles de nuestras vidas. Una de esas voces es Regina Spektor, cantautora que mezcla la música clásica con una peculiar perspectiva de la vida contemporánea, o con épicas ficticias sobre personajes oscuros que parecen más a relatos de Shakespeare que a cualquier obra contemporánea.
Regina Spektor es contemporánea y creció en la misma escena que los Strokes y los Moldy Peaches en Nueva York. Fue miembro del movimiento anti-folk que se creó a inicios de siglo, y se presentaba interpretando temas inteligentes con un teclado o piano, mezclando hip-hop con música clásica, hablando sobre amor, las nimiedades de la vida, o de la soledad, pero siempre de una manera extraña, que eventualmente se convertiría en parte de la moda en años posteriores.
Nacida en Rusia, pero ciudadana noreamericana desde los 9 años, Spektor comenzó a tocar el piano desde los seis, y tuvo una educación musical clásica. Creció en Nueva York escuchando los álbumes de Chopin de sus padres, y comenzó a componer entrando en la escena previamente mencionada. Tocando en cafés, escuelas y clubs pequeños, hizo sus primeros lanzamientos por su propia cuenta. A los 21 años lanzó 11:11, y al siguiente año lanzó Songs. En ese periodo también grabó un tema con los Strokes: “Modern Girls & Old Fashioned Men”.
11:11 es un trabajo sencillo de bajo presupuesto con temas de hip-hop extraños, influenciados por cuentos de autores rusos como Dostoievsky y Anton Chejov, basados en ritmos sencillos logrados con objetos caseros, acompañados del piano, lo cual daba destellos de su inocente genialidad. Su imagen positiva y brillante contrastaba con lo que cantaba, lo cual fue más claro con Songs, donde genuinamente parece ser una novelista rusa, haciendo observaciones sencillas, pero no por eso poco complejas sobre el mundo. Habla sobre mundos surrealistas, lo llena de su lado femenino y lo transforma en algo único y distinto. Aunado a eso, su dulce voz encaja y a la vez contrasta un poco con las historias que cuenta, sobre prisioneros, hombres muertos, un extraño Edipo y hasta pepinillos.
Posterior a eso lanzó el que podría ser su mejor trabajo a la fecha, Soviet Kitsch, donde amplifica ambas fórmulas pasadas y lo lleva a otro nivel de songwriting, que no puede compararse ni a Fiona Apple (a pesar de no lograr su complejidad). Explorando con diferente musicalidad y yendo más allá del piano, hace temas pop que no se apegan a ningún movimiento comercial. El mejor tema es “Chemo Limo”, una especie de “Paranoid Android” donde combina ritmos y hace cortes hablando sobre un sueño que involucra un sufrimiento por cáncer y a Benjamin Franklin. En todas las rimas y líneas, es notoria la influencia de Bob Dylan y Patti Smith, sólo que sin el sonido acústico de una guitarra, sino con la plenitud de un piano.
Posterior a eso, Spektor firmó con una compañía mainstream con la cual ha lanzado otros cuántos discos, más inclinados al pop y hacia una perspectiva más positiva sobre la vida. Se ha alejado del estilo ruso de la composición pero aún se mantiene vigente. Su influencia podría no parecer notoria pero ha sido parte de algunas de las recientes propuestas de la escena indie, e incluso puede que haya influenciado el trabajo de Natalia Lafourcade durante las grabaciones del álbum HuHuHu. De cualquier forma, es necesario echar un vistazo a su trabajo para observar un mundo diferente al que estamos acostumbrados, y un sonido mucho más profundo, que parece ser el siguiente paso en la evolución de la literatura rusa.