Envidia. La envidia que va tan flaca y amarilla porque muerde y no come. Envidia hambrienta. Puta envidia. Me apolilla los huesos. ¿Dios, por qué inventaste la envidia? La envidia es el gusano roedor del mérito y la gloria. Pero a final de cuentas, siempre he prefiero a los gusanos que a Dios. Prefiero su amor que el de Jesús: Cause the world has got you down.
Ella está ahí. Después de un concierto de Annie. Bebiendo sidra espumosa. Bebiendo a través de las pantis sucias de St. Vincent. Es ella. Es Cara Delevingne. Son sus ojos de Alien. ¿Debería creer? Porque quiero creer. Ella sale en todas las portadas. En las portadas de todas las revistas. La veo cuando camino. La veo en los puestos de periódicos. Ahora mismo está volando en un jet privados sobre mi cabeza. Está volando rumbo a Roma. Está bebiendo champagne. Envidia.
Pensé que Ely Guerra era la única bruja sobreviviente al holocausto. Una creadora de tracks dulces, de perfumes dulces, de galletas dulces, de revolcones dulces. Hasta que la vi. La vi a ella. Vi a St. Vincent. La vi por Youtube. Estaba trepando por una estructura en un concierto. Subía a los pasos de gato. Parecía drogada. Pasé tres semanas escuchándola.
Escuchando Marry me (2007). Escuchando El actor (2009). Y escuchando Strange Mercy (2011). Tres discos que pueden leerse como una trilogía de poemas de Sylvia Plath. Todos los días escuchaba a St. Vincent Plath. Todos los días. Y los sábados… cuando el Diablo se junta con las brujas, me tumbaba a tomar caguamas oscuras y a escuchar el Love this giant (2012). Un álbum en el que parece fornicar con David Byrne. ¿Por qué diablos se inventó la envidia?
https://www.youtube.com/watch?v=pirgE5ei8-c
De verdad pensaba que Ely, la creadora de aromas sexuales era la única bruja existente. Pero cuando escuché “Lazarus” supe que era una copycat. No quedan más brujas en esta tierra. Sólo una: Annie Clark.
Su álbum homónimo St. Vincent (2014) proyecta la sensualidad como una de las características dominantes de la música, de la estética. Más aún con “Rattlesnake” St. Vincent, que ya no es Plath sino Dylan Thomas, compara ese ego con animales como los paparazzis, los jefes de recepción, los valet parking, los capataces de peones, los botones, los guardias de seguridad, el asno, el perro, el cerdo y yo. Debido a mi naturaleza esencialmente “bestial”, y al hecho de que mi horizonte no se extiende más allá de mis propias bajas pasiones y mis necesidades corporales.
En St. Vincent me encuentro y te encuentras tú también. Ego y sensualidad en forma intercambiable. St. Vincent es este “fuego”. El fuego de la sensualidad de la cual yace la raíz del pecado y del terror. El fuego interno que puede ser extinguido. El fuego de la sensualidad arrastra el infierno. Y yo soy una cabra negra que te lo pide: “So marry me”.
¿Cuál es el remedio para el fuego de la sensualidad? La luz de la religión de San Vicente. La luz de su templo, el Saint Vincent’s Catholic Medical Center.
¿Qué mata dicho fuego? La luz de St. Vincent. Haz de luz de guitarras inventadas solamente por ti para no hablar más, sólo en riffs, como cuando San Vicente perdió el habla y a cambio hablaba el cuervo, hablan las guitarras de madera, como tu cuerpo de traviesa, madera fina pronta a ser liberada de su ego. Como San Vicente Mártir, quien nos ayudará a liberar el fuego de Cara Delevingne. El fuego del Nimrod.
La sensualidad de su garganta profunda no tiene sabor. La sensualidad de su sexo te arrastra y te debilita.
—Annie Erin Clark, ¿quieres casarte conmigo?
—I prefer your love to Jesus.
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La música es capaz de transmitirnos felicidad, motivación, alegría… o sólo recordarnos en 8 canciones lo triste y solos que estamos, porque la vida también se trata de perder, y perder bien, como estas canciones que sólo entenderán las personas que nunca han ganado nada.