La historia es corta: hace unos cuantos días –el 11 de junio de 2018 para ser más precisos–, en la cuenta de instagram TheCatWalk apareció una fotografía collage de Selena Gómez en diversos outfits color rojo, misma que invitaba a elegir tu favorito como público, y Stefano Gabbana lanzó un insulto en contra de ella escribiendo: «¡Es realmente fea!».
Asimismo, el prestigiado couturier dio like sobre otro comentario despectivo hacia la actriz de raíces mexicanas. Su sentir se evidenció en lo absoluto.
Lo único que ha conseguido –de nueva cuenta– esa actitud déspota y nada sensible del diseñador, es obviar lo complicada que sigue siendo nuestra tolerancia y educación hacia “lo otro”, lo mal áspera que es la mente de Gabbana y lo dispuestos que estamos a lanzar una crítica hipersubjetiva, por más dañina que resulte.
Jaime King y Miley Cyrus han mostrado su solidaridad a Gomez sumándose a un hashtag hasta hoy formado como #BoycottDolceGabbana. A esa misma herramienta se han subido nombres como Karla Welch –vestuarista de cantantes como Justin Bieber y Pink– y Jason Bolden –Director Creativo de JSN Studio–. ¿La finalidad? Llamar al desprestigio de Dolce & Gabbana y advertir lo desagradables que pueden ser como personas.
¿Acaso ésta es una solución plausible? ¿Podemos considerar válida esta llamada de antipatía? ¿No es redundante o contradictoria esta invitación al desprecio?
Eso sólo pueden darlo los hechos. Y vaya que estos diseñadores son especialistas en dar la nota, en mostrar comportamientos polémicos y acarrearse la mala voluntad del mundo entero. En ocasiones anteriores ya habíamos tenido sucesos similares cuando lanzaron sus posturas en contra de los hijos por gestación subrogada, la adopción por parejas gay y otras políticas progresistas. El tiempos nos regalará las conclusiones de todo esta controversia.