Antes de que vengas a gritar «¡pinches veganos!» sin razón y a sentirte orgulloso por los kilos de carne que te comes en cada sentada a la mesa, va una advertencia: Esta nota no se trata de un asunto de juicios morales, sino de costos ecológicos al planeta y sí, de ética y sostenibilidad en la producción de carne.
El tema de la producción de carne en el mundo implica el 14 por ciento de los gases de efecto invernadero, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés). Por decirlo de un modo más fácil: los excrementos y gases de las vacas y otros animales (considerados carne roja) liberan más gases que todos los transportes del mundo.
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Porque sí, tu corte fino de carne y esos taquitos al pastor están bajo un patrón de consumo que no ayuda a la batalla climática y que por los números debería ser prioridad en la búsqueda de alternativas que permitan que esta industria sea sustentable y menos dañina en un futuro próximo.
Hasta el 17 de noviembre se celebra en Alemania la conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio Climático del año (COP23), donde algunas organizaciones que defienden dietas vegetarianas y veganas llevan una consigna clara a través de un estudio del Oxford Martin School, de la Universidad de Oxford, que afirma que si todo el mundo se volviera vegetariano, las emisiones de la industria alimentaria en general se reducirían en dos tercios y para el 2040 en un 50 por ciento.
Aunque cabría aclarar que en esos porcentajes están todo tipo de carnes, no sólo la “roja”. Y es que aunque los contaminantes son distintos para cada tipo de carne, y el kilo de carne vacuno contamina el triple que el pescado y el doble que el de animales pequeños como ovejas y cabras, los números más chicos también son significativos.
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A propósito de grandes consumidores y de las convenciones internacionales contra el cambio climático, China, uno de los países más consumidores de carne en el mundo, presentó planes para recortar la ingesta de este alimento entre su población, al igual que Estados Unidos, que es el segundo lugar en consumo anual después de Australia, donde se consumen 89 kilos promedio, y donde bajó por lo menos 10 kilos por año en una década; aunque hoy es más alto que en 1970.
Pero Estados Unidos en esta ocasión es atípico, pues la tendencia mundial de consumo de carne va en aumento por las condiciones del crecimiento económico en países en desarrollo.
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Alcanzar la meta de cero consumo de carne no es titánica, sino imposible, pues no sólo es cuestión de opiniones morales, sino de la vida práctica de personas que dependen, más que de la industria, de la crianza de ganado a baja escala, que según datos de la misma FAO, dos tercios de familias rurales en el mundo dependen enteramente de la crianza para su sustento, es decir, hay 500 millones de gente que pastorea en el mundo.
Sin embargo, el problema de la contaminación no está en el pastoreo a baja escala, sino en la industria, el consumo excesivo y los desechos que esto implica.
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Y se puede hacer, según expertos en el tema como Henning Steinfeld dijo en una entrevista para El País, a través de la mejora de crías con tratamiento veterinario y alimentación. La muestra está que en India, cierto tipo de cuidados en los animales permitió triplicar la producción de leche. Y se nota, África subsahariana y el sur de Asia superan en 43 por ciento las emisiones de gas de su ganado comparado con Europa occidental, Norteamérica y Oceanía. Y eso se debe a los métodos de crianza.
Para revertir el cambio climático hay un montón de acciones que no sólo le corresponden a las industrias o a los gobiernos, sino a nosotros como consumidores y ciudadanos.
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