La película “Alien: El octavo pasajero” (1979) es quizás el mejor exponente de la particular propuesta artística del director Ridley Scott sobre el miedo y el existencialismo, ambos elementos recurrentes en su obra. La historia del carguero espacial asediado por un extraordinario monstruo sin nombre analiza desde un punto de vista insólito no sólo la percepción de nuestros temores y sus causas, sino que además hace una reflexión sobre la incertidumbre como constante de nuestras vidas. Todo bajo el cuidadoso esquema de una clásica historia de terror, repleta de influencias literarias y cinematográficas. El Alien de Scott avanza sobre la comprensión de lo desconocido para construir un sólido planteamiento sobre el horror del vacío que suele simbolizar el espacio exterior. De esa manera tan simple y casi sobria, Scott logró revitalizar un género que ya comenzaba a parecer agotado y refundar la noción del terror. Con este filme nacía una nueva manera de asumir el miedo, pero sobre todo el manido teorema del temor que habita más allá de lo comprensible.
Pero “Alien: El octavo pasajero” es mucho más que una refundación de la Ciencia Ficción basada en la incertidumbre; es también una reinvención del aire amenazante y siniestro del terror cósmico. Para Scott, lo que se esconde en la negrura del infinito es mucho más temible que cualquier enemigo visible. Es esa mirada hacia lo que tememos y no podemos explicar lo que brinda una particular complejidad a la propuesta. La historia que cuenta el guión de Dan O’Bannon transita por terrenos filosóficos, plantea hipótesis sobre los terrores fundamentales de la mente humana. Es entonces cuando la película adquiere paralelismos inevitables con otro Universo en el que el terror a lo desconocido se mezcla con profundas preguntas existenciales: los cuentos de horror cósmico escritos por el autor estadounidense H. P. Lovecraft (1890-1937).
El parecido no es casual, “Alien: El octavo pasajero” deja muy claro de inmediato que la historia que cuenta no se enfoca en la violencia explícita. La travesía por el espacio tiene un aspecto sucio y destartalado, muy distinto a la presunción de pulcra tecnología de otras obras semejantes. Como si se tratara de una mirada a la caída de nuestra era, el viaje espacial de la película de Scott tiene un sesgo pesimista. Los tripulantes de la nave son un grupo sin mayores recursos, obreros de categoría media y efectivos militares que sólo tienen en común la travesía; no hay heroísmo en este grupo borroso y anónimo. Y quizás por eso lo que viene después — el terror que tendrán que enfrentar — sea tan imprevisible y letal; una alegoría directa a lo que no se puede predecir, recurso que H.P. Lovecraft utilizó tantas veces para y mostrar el miedo como una forma de manifestación de lo desconocido.
“Alien: El octavo pasajero” es una película de atmósfera, una geografía tenebrosa que abarca desde los perfiles destartalados y levemente ruinosos del Nostromo —nombre que lleva la nave en la que viajan— hasta la espléndida criatura extraterrestre, fruto de la imaginación del dibujante sueco H. R. Giger. Oscura y desoladora, el tono de la película deja muy claro que el miedo gravita sobre la percepción de la identidad desintegrada en medio de un peligro indescriptible. Con espacios cerrados y claustrofóbicos, la visión de Scott construye un escenario opresivo que evidentemente nos recuerda a los enrevesados universos de Lovecraft. No hay nada simple en los laberínticos pasillos iluminados por luz parpadeante, o en los rápidos planos secuencia que apenas muestran al monstruo escondido entre las sombras. El miedo se convierte en un enemigo creado a partir de lo que ignoramos; una pléyade de horrores que superan la comprensión humana.
La criatura de Alien no tiene ojos, una característica que rompe por completo con el arquetipo de monstruo que se había mostrado en el cine hasta ese momento. No obstante, su impacto se basa en algo más que esa ruptura: Giger creó a la criatura con la intención de que resultara “indefinible en la crueldad de su belleza”. Con un enorme cráneo fálico y brillante, un cuerpo esbelto y la doble fila de dientes metálicos, el Alien imaginado por el artista es una mezcla entre una percepción estilizada del miedo y algo más complejo. Inexplicable y violenta, se trata de una maquinaria mortífera que encarna un tipo de terror sofisticado que no se había mostrado hasta entonces. Giger no sólo asumió el reto de crear una imagen de la vida espacial que superara cualquier otra propuesta anterior, sino que además integrara lo desconocido como una amenaza siniestra.
Como muchas de las deidades y monstruos concebidos por Lovecraft, la criatura de Alien simboliza un tipo de terror al filo de la conciencia humana. Contradice la presunción de lo netamente antropomórfico y se convierte en una máquina de matar tan violenta como indiferente. El Alien de Giger es la síntesis de la salvaje frialdad de las criaturas cósmicas que el escritor imaginó casi medio siglo antes; a la criatura de Alien no la impulsa el hambre o un instinto predatorio, lo cual la vuelve aún más temible al alejarla de las amenazas animales que conocemos. Primitiva y sofisticada, poderosa e inalcanzable, la criatura destruye y prevalece por un instinto de reproducción y de permanencia. Su complejo ciclo de vida es una metáfora de esa devastación con la cual Lovecraft parecía tan obsesionado. A medida que la criatura se hace más fuerte, mayor es la amenaza de destrucción; desde el huevo primigenio hasta el advenimiento del monstruo en toda su terrorífica plenitud adulta. La criatura de Alien es la alegoría perfecta a ese enemigo inevitable, invencible y devastador que habita en la oscuridad, que se nutre del temor y la incertidumbre humana.
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