«Puto cine mexicano. Agarran unos pinches pordioseros y filman en blanco y negro, y dicen que ya están haciendo cine de arte».
Ya habíamos comenzado otro artículo con esa misma frase. En la escena de la cual proviene, se encuentran los protagonistas de la película en una fiesta de personas de “clase media alta”. La celebración es del lanzamiento de un filme ficticio, y está poblada de personas perdidas en una especie de privilegio y culto, compartiendo distintas pláticas “intelectuales”. Las copas chocan, el alcohol fluye, y el acento “fresa” predomina. Mientras ellos están en su “hábitat”, los personajes miran y juzgan. Ellos no representan a el México de verdad, sino una absoluta pretensión.
Al mismo tiempo, el diálogo se burla del filme del cual se desprende, el cual –por cierto– es Güeros de Alonso Ruizpalacios. Los individuos en pantalla no parecen estrellas de Hollywood, son individuos normales, están filmados en blanco y negro, y podría decirse que la cinta es “cine de arte”, pero ¿por qué este filme es distinto? La respuesta sería: la honestidad con la que es contada la historia.
Mientras que la mayoría de los filmes producidos hasta ahora, inevitablemente son dirigidos o escritos por personas que provienen de altos recursos o de una posición privilegiada, Güeros, está narrada desde una perspectiva ajena al grupo posh exclusivo del cine que muestra en la breve fiesta dentro del filme, y no presenta una suposición de la incertidumbre que tiene la juventud de clase media, o “media baja”, sino que es el discurso de alguien que de verdad entiende el entorno, ha vivido en él y sabe realmente lo que significa qué es ser un mexicano sin respuestas frente a él, sino un mero espectáculo que lo distrae de su realidad.
Eso es lo que hace a Alonso Ruizpalacios el mejor director mexicano de la actualidad. De entre los nombres que se mencionan, es él quien le está regresando la energía que faltaba al cine nacional, simplemente contando historias desde la perspectiva de la persona común, no de aquellos que sólo hacen –o creen que hacen– cine “profundo” o “experimental”.
Güeros habla sobre el estado dentro de la insignificancia. Los protagonistas pasan la película visitando distintos lados de la Ciudad de México, mostrando sus distintos personajes, pero el centro es su búsqueda por un músico perdido que está a punto de morir. Los cuatro no tienen nada qué hacer, y se determinan a hacer eso, porque no hay algo más. “Museo” es una extensión de esa idea. Usando de pretexto el robo al Museo de Antropología, Ruizpalacios extiende la pregunta «¿Por qué hacemos lo que hacemos?», y la verdad es que muchas veces no sabemos. Porque no hay nada más, porque a veces parece que no tenemos futuro, porque sólo aquellos que se encuentren en un lugar especial y privilegiado podrán ascender a algo más, mientras que la mayoría se queda abajo sin saber qué hacer en este lugar tan extraño.
En esos dos filmes, las ideas están narradas –no de una forma espectacular– sino con un espíritu diseñado para sostener nuestra atención. Si no es a través de las expresiones de los personajes, lo hace con sonido, o montajes que no parecen una copia de algo más sino la simple evolución de lo que es el storytelling. Y quizá lo más importante es que nunca se toma demasiado en serio. Durante otra escena, en Güeros el director hace un corte para preguntarle a uno de los actores cuál es su opinión sobre el guión del filme, a lo que el individuo responde con honestidad «es una película de correteadas», y aunque eso podría parecerle a un espectador “común”, va más allá de eso, y nos permite preguntarnos si efectivamente lo es o si existe un significado más profundo.
Asimismo, Ruizpalacios no ofrece respuestas ni “significados”. Los filmes hablan por sí solos. Los mensajes que envía no necesitan disección. Sólo muestra una verdad, la de miles de jóvenes o tempranos adultos: que a veces no queda más que mirar al horizonte y esperar a que aparezca un camino, o crearlo por más extraño, confuso o insignificante que parezca.