Anna Karenina, de León Tolstoi, es una de esas obras clásicas de la narrativa que permanecen a través de generaciones debido a lo que refleja, pues sus acciones logran que el lector se identifique con sus personajes. El libro ha sido adaptado varias veces para crear versiones cinematográficas que presentan la historia de la protagonista: Anna; una mujer de la aristocracia rusa quien se deja llevar por la pasión, acabando con su matrimonio; dicha toma de decisiones la lleva a convertirse en el centro de la polémica en una Rusia donde el divorcio y la infidelidad son parte de la vida cotidiana en la intimidad del hogar, pero la comidilla en las calles y las salas de baile.
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Joe Wright es el último director de cine que ha sido cautivado por esta historia. Su visión, poco convencional, ha dado como resultado una de las cintas estéticamente más bellas de 2013. La película propone la idea de desarrollar y construir escenarios usando como espacio base la sala y el foro de un teatro; la justificación del director es simple, los personajes viven dos vidas: la pública y la privada. Jugando con esta primera idea, Wright utiliza el foro teatral para hacer notar las apariencias, la pretensión y el comportamiento frívolamente actuado de los personajes, quienes deben aparentar personalidades y situaciones diversas; de esta forma representan la idea de estar en el centro de ojo público, situación a la que se enfrentan los tres personajes principales: Anna, Vronsky y Alexei Karenin.
Para Wright cada elemento en sus películas es parte de una coreografía, cada acción tiene una duración precisa. Nunca antes la danza había tenido tanta importancia como en Anna Karenina, pues ésta se convirtió en parte natural del movimiento de sus personajes y el cambio de secuencias.
“Concibo (Anna Karenina) como un ballet con palabras … la parte que más me gusta de mi trabajo es extraer la emoción detrás del movimiento de los actores, detrás de su relación física y su relación con el espacio”. – Joe Wright.
Para ayudar en esta labor, Wright convocó al coreógrafo Sidi Larbi Cherkaoui, quien trabajó intensamente con los actores y los extras, 50 bailarines, para crear los valses y mazurkas que narran de forma poética e hipnotizante las escenas de amor y pasión entre Karenina y Vronsky.
Cherkaoui es reconocido por su trabajo con el Ballet Antwerp de Bélgica; la ayuda para romper la incomodidad inicial del reparto vino de dos de los actores principales: Alicia Vikander, bailarina entrenada en el Ballet Real Sueco, quien interpreta el personaje de Kitty, y Aaron Taylor Johnson, quien practicó danza y gimnasia durante su infancia y adolescencia e interpreta al Conde Vronsky.
Hubo dos ideas principales con las que Cherkaoui trabajó: la primera fue la importancia del lenguaje corporal entre los personajes, el saber que sus movimientos pueden delatarlos como personajes y como actores ante el público, así como el desarrollo de una presencia elegante y fuerte, propios de los personajes aristocráticos; la segunda, el trabajo en dueto, el uso del peso corporal como un reflejo y como medio de supervivencia. Cada acción de Anna y Vronsky representan el sentimiento de necesidad y dependencia dentro de la historia, en la que la conexión física no podía permanecer como una acción cortés y educada.
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El resultado no estaría completo sin la música del compositor Dario Marianelli. En su tercera colaboración con Wright, enfatiza la expresión de los movimientos con cada sonido. Es así como finalmente las actuaciones parecen ser más terrenales, el movimiento de los actores por el escenario, tras bambalinas y en los sets exteriores son precisos y coordinados ofreciendo un extraño glamour en su presencia (sin perder la naturalidad o espontaneidad de la acción), la fluidez en el cambio de sets y estados de ánimo dentro de las escenas… cada movimiento conlleva un significado. La película entera es una coreografía en la que Wright sabe cómo capturar los pequeños detalles y sutiles roces que le dan a la cinta toda la emoción y belleza que necesita y merece. Así pues, la danza pasa a convertirse en parte esencial para la comprensión de los personajes y la historia, más allá de una simple transición o elemento de escenografía, como suele suceder en la películas.
Pero no hay que confundir la importancia que Wright y Cherkaoui le otorgan a la danza, la película no es un musical sino una versión hiperestilizada de la elegancia y el romance representativos de una época o, quizá, la versión imaginaria de nuestros propios ideales románticos. Sin duda alguna es una opción cinematográfica que empuja las barreras creativas para los directores, productores escénicos, coreógrafos y actores. Anna Karenina aún se encuentra en exhibición en los cines el país.