Tres años han pasado desde el estreno de Cincuenta sombras de Grey (Sam Taylor-Johnson, 2015), el fenómeno que acaparó las miradas de muchas adolescentes en todo el mundo por su trama sobre una peculiar relación amorosa y la forma de adaptar la obra homónima escrita por E. L. James en sus partes más íntimas. Ahora ha llegado la tercera y última entrega: Cincuenta sombras liberadas (James Foley, 2018). En ella, Anastasia Stelle (Dakota Johnson) y Christian Grey (Jamie Dornan) contraen matrimonio después de haber llevado una relación de altibajos en la cual el dominante pasó a ser el dominado. Sin embargo, tienen un nuevo problema al cual enfrentarse: Jack (Eric Johnson), el antiguo jefe de la protagonista que fue despedido luego de acosarla.
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La sed de venganza por recuperar su empleo y su vida lo convierten en la principal amenaza de la pareja Grey, la cual al mismo tiempo lidia con problemas de pareja y álgidas discusiones, pese a su corto tiempo de casados. El problema de Cincuenta sombras liberadas (al igual que su antecesora) reside en la historia. Cosas sin importancia son las que atañen al grueso de lo contado, en vez de dar pie a una narrativa más interesante, con mayor ambición de ser misteriosa o intrigante. Si no es la controversia por algún mensaje de texto, aparece por un viaje que Ana no quiere realizar o por el horario en el que la señora Grey debe regresar a su hogar.
Cuando la razón de un problema mayor se hace presente en el desarrollo, la poca duración de la misma no permite generar el ambiente tenso o intrigante. Parece más una situación minúscula por la que atraviesan los protagonistas y salen adelante en cuestión de minutos. Una mejor opción hubiera sido darle mayor peso a estos momentos para que la película no pareciera un chisme marital.
En cuanto a la parte erótica, estilizada y sin ir más allá de toqueteos y desnudos, puede que haya una exageración. Llega un momento en la trama en el que todo les incita a tener relaciones sexuales y esto podría generar cansancio en el público, pese al cambio, el lugar o la forma. La constante de estos instantes le pone el pie al largometraje y lo hace caer al precipicio del olvido. En ese sentido, muchas películas románticas la dejan en ridículo.
Estas dos últimas entregas carecen de un punto importante que sí tuvo la primera: la dirección de una mujer. Sam Taylor-Johnson fue la cineasta encargada de la cinta inaugural y le supo dar un tono más acorde al desarrollo, sin caer en lo obvio, pero sobre todo intercalando con mayor naturalidad la historia y las escenas sexuales.
A diferencia de ella, James Foley cae en lo burdo por no tener el tacto para dotar de ritmo al filme. Tal vez le faltaron componentes más completos para lograr una producción más acorde al tono establecido en la obra literaria. Cincuenta sombras liberadas no tiene los elementos necesarios para mantener a la audiencia que captó la primera entrega. Su historia plana y sencilla la hacen una cinta repetitiva y cansada que no muchos disfrutarán.
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