Se hicieron remakes al por mayor; sagas completas con propuestas en la velocidad del POV como 28 Days later (2002); publicidad para Xbox; especiales en Los Simpsons; súper héroes infectados, tanta escritura que se inventó una literatura Z, etc. El zombie fue coherente con su figura y lo infectó todo cuanto pudo. Pero ¿qué queda por contaminar cuando ya todo parece infectado? Los rellenos sanitarios y tiraderos de basura crecen exponencialmente, son una especie de mancha que amenaza siempre con retornar a las ciudades.
El zombie nos cansó con sus caminatas anuales, y si en los primeros trabajos sobre “el género” se pensó en él como una metáfora del consumo, valdría la pena revisar de qué puede ser metáfora aún una figura que del temor pasó al absurdo, desgastada por una fricción constante, por haberlo tocado todo y tenido el mundo a sus pies, donde ahora parece haber absorbido toda la fuerza de un fenómeno que, como el propio zombie, no parece ir a ningún sitio en especial. Refugiados por montones que se desplazan de zonas en conflicto, nuevas potencias mundiales en la economía buscando salvarse de las crisis que atraviesan países que parecían imparables y cuyos escenarios cada vez son más inciertos: el problema del hambre en África que no ha podido solucionarse pese a que estamos a nada de llegar a Marte. Tristemente parece que entre las pocas cosas que faltan sólo está la pandemia global que un mundo tan comunicado como el actual posibilita.
La figura del zombie no se pulió (labor en las estatuillas que nos pueden hablar de los mitos de una civilización) sino que fue perdiendo su forma ya definida hasta que de ella sólo quedó la estela que parece darle una dimensión mayor a la que realmente tiene, en la que el ser que está entre los vivos y los muertos terminó sus días, aparentemente, enamorándose en 2013 en Warm Bodies (Mi novio es un zombie para Latinoamérica). No niego mi pretensioso comentario al decir que a las figuras del hombre lobo y el vampiro les pasó algo semejante con la saga de Crepúsculo (2005). Quizá los monstruos televisivos del siglo pasado dieron fin a su inocente alegría cuando se enamoraron a inicios del tercer milenio. Una pena ver cómo renunciaron a sus pactos con lo social para poder conseguirlo. En el vampiro pacto de clan, en el hombre lobo pacto de manada y en el zombie pacto por la muchedumbre, la masa y la euforia.
Fue producto de la tecnología pero también de la magia, e incluso de Dios, el zombie tiene un origen tan diverso en su mitificación que incluso la salida más fácil es, en muchas ocasiones, no dar explicación; que quede ambiguo el origen ya que algunas de las variaciones literarias de esta figura pasan más por la enunciación que por el argumento: no un porqué de fondo, sino una sin razón. Justo así se comportan las masas de zombies y esa irracionalidad es a la cual debe temerse.
Esa masa que te toca con lo desconocido. En el Congo la palabra nzambi designa a la vez dos cosas: 1.- espíritu de persona muerta y 2.- Dios. Visto así, el zombie es una fuerza, un impulso capaz de incrementar su volumen por contacto, una legión que no parece detenerse, pues en su ficticio código primitivo de cacería, el zombie quiere desaparecer toda forma humana y así se invierte el espejo: ahora somos la especie en extinción y no es nada grato que miles vayan tras de ti para quitarte una parte del cuerpo o la totalidad, pues te has convertido en el bien más preciado.
Para el 2008 el zombie en la publicidad de Eastpack prometía una cosa: Built to resist. Y fue cierto, pues las mochilas y bolsos querían parecerse al sujeto anónimo de la zombicultura. Sin género sexual, religión, nacionalidad o color de piel, el zombie tiene una democracia interna en la que reina la igualdad, parece la tierra prometida exceptuando que no se tiene un control sobre las decisiones del cuerpo, al punto de no poder satisfacer la voracidad. Justo en esta campaña publicitaria la identidad parece no desaparecer bajo las capas de carne en proceso de descomposición que lleva cada zombie en su rostro, como si ser uno más en la muchedumbre zombie no implicara renunciar al estilo, sino por el contrario, potencializarlo.
Para terminar, un breve comentario en este texto que al ser una superficial retrospectiva no puede dejar de ser prospectivo; me remito a la temporada 5 de la serie de Tv The Walking Dead. Hasta aquí la discusión sobre la fidelidad de la adaptación del comic había sido sorteada, los personajes probados en su estelaridad y un Daryl convertido en figura de culto demostrando que en los apocalipsis zombies faltan campesinos capaces de cazar roedores pero no abogados.
Lo que más me sorprendió de la referida temporada es la sugerencia de que no sólo los caminantes matan seres humanos, sino que los propios humanos mataban a otros bajo el argumento de la supervivencia y así, la plaga de caminantes dejó paso a la masa de supervivientes. Más allá de la ética, de la diplomacia y la política, lo que queda en un mundo así se resuelve con sangre y no con tinta. A esa falta de comunidad entre la comunidad, Jean-Luc Nancy le llamó desobra, como una ausencia de relación que excede a la construcción de comunidad aún por el esfuerzo aislado de algunos integrantes.
El argumento estaba claro: no importa encontrarse en un escenario de lo más fatal, aun así estamos dispuestos a eliminarnos con tal de dotar de sentido nuestros actos y sin darnos cuenta llamar a otros “caminantes” mientras el peregrinar nómada cesa.
Y el porvenir de una ilusión zombie se encuentra siempre en tentativa, como en su momento la invasión extraterrestre o el impacto de un meteorito. Y esta “precesión de los simulacros” no dará cabida a otra cosa que con insuficientes representaciones pese a su saturación en tantos espacios y figuras, pues este fenómeno con tintes apocalípticos basa su poder en el miedo no sólo a los contaminados, sino también a los que no están libres del virus. Tal vez nos falta menos cine zombie y más manuales de cómo sobrevivir a los sobrevivientes.