La pasada edición del Festival Internacional de Cine Judío en México proyectó El repostero de Berlín —cuyo título original es The Cakemaker—, primer largometraje de Ofir Raul Graizer, un joven cineasta que cuando no está dirigiendo, se encuentra dando clases de cocina en su natal Israel. El filme cuenta la historia de Thomas —Tim Kalkhof—, un apuesto y talentoso pastelero alemán; y su intermitente aventura con Oren —Roy Miller—, un hombre judío, casado y con un hijo. Tras la repentina muerte de Oren en un accidente automovilístico, el pastelero decide ir en busca de su viuda a Israel para redimir el dolor, alojado entre el duelo y la culpa, de un sentimiento prohibido.
Guiado por el instinto, logra dar con Anat —Sarah Adler—, la joven viuda, que sin saberlo lo invitará a entrar en su vida. Poco a poco la relación entre ambos se volverá más cercana, revelando un fuerte deseo; aunque el duelo de Thomas va más allá de la resignación, y precisa de una absolución. La tensión entre los deudos, sostenida más por la tragedia que por amor, sugiere la ambivalencia del ser humano en el terreno sexual.
La conexión a través de los pasteles amasan todo tipo de emociones: nostalgia, dolor, placer, anhelo e incertidumbre, horneados en medio del silencio. En el fondo, el drama supone también una diplomática reconciliación entre los dos países, Alemania e Israel, que tras más de medio siglo de ríspidos desencuentros no han podido perdonarse.
Las mentes estrechas intentarán explicar la proeza de Thomas quedándose en el plano superficial; otros más elevados justificarán la mentira atribuyéndosela al mero placer. La única verdad contenida quizás en El repostero de Berlín es que nadie sabe lo que hay en la olla más que la cuchara que la menea.
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