«Una canción es algo que camina por sí mismo».
Como si una roca del tamaño de un puño golpeara nuestra cabeza y automáticamente nos hiciera mirar gansos bailarines, princesas de cuentos de hadas y Einstein disfrazado de Robin Hood. Similar a un delirio sobrenatural que se apodera de lo poco que controlamos de nuestra mente y lo inunda con surrealismo, melancolía, genialidad y depresión.
Eso es escuchar a Bob Dylan.
«No puedo hacer el amor escuchando a Bob Dylan», dice una canción reciente de Wesley Stace, y es que, de verdad es imposible. Sentarse a oír al poeta recitando los pasajes que creó en su insólita mente es un trabajo de tiempo completo; una acción devota que requiere todo de nosotros. Es recibir un evangelio contemporáneo que nos hace preguntarnos si en realidad sabemos todo sobre la existencia o si sólo vivimos como muertos andantes, sin conocer realmente nuestro propósito. Es preguntarse qué fue lo que pasó en la mente de Robert Allen Zimmerman para llegar a un nivel supremo de la literatura, uno permanente que cambió al mundo para siempre.
Pero, ¿cómo entender al genio responsable de Highway 61 Revisited? Su presencia es un fantasma. Apenas toma una imagen, adopta otra. Es una flama imposible de atrapar. Poeta, profeta, falso, estrella de la electricidad. No es una persona, él es todos, y todos somos él. Aunque sus letras parecen hablarnos un poco más de él, en realidad no sabemos nada. Sólo el cine y la fantasía que nos ofrece su espacio imperturbable por la decadencia nos permitieron hacerlo.
Una sola película pudo entregarnos una pizca —un diminuto vistazo— a la mente del genio que definió la música y literatura del siglo XX. Como un roca en la cabeza, igual que una de sus canciones, I’m Not There de Todd Haynes nos llevó hacia las múltiples vidas del Nobel de Literatura y logró plasmar en la pantalla su visión fantástica.
I’m Not There no es un filme convencional y es que, claro, Dylan no es una figura usual. Dividida en seis segmentos con sus protagonistas, en ningún momento menciona el nombre del autor y, en lugar de eso, presenta distintas versiones de su personalidad. Desde un pequeño niño que sueña con llegar a Hollywood hasta el rockstar que llenó su mente de fama y drogas y terminó en un accidente de motocicleta que acabó con su vida –al menos de forma metafórica–. Haynes lleva la narrativa un paso más adelante al presentar seis formatos distintos de cinematografía. Salta de una historia a otra cambiando el aspecto fílmico, adaptándolo a la época y a los sentimientos que tienen los personajes en cada iteración.
El filme hace un repaso histórico cinematográfico por la nouvelle vague, los documentales de los 60, el neorrealismo italiano, los antiguos westerns y los filmes independientes norteamericanos de inicios de siglo. Haynes, quien también escribió el guión, basándose en los poemas, letras, mitos, realidades y leyendas del autor de Blonde on Blonde, crea un paralelismo con la vida del personaje y lo encaja para mostrar la relevancia de cada una de sus épocas. En ningún momento hace un acercamiento personal y se limita a mirar al ícono como una figura ficticia; como si nunca hubiese existido.
Si hay un elemento que resalta de la obra es la forma en que Haynes rompe el mito de Dylan como una especie de individuo creando una nueva religión. Es decir, similar a un creyente, tomó la imagen de un dios con sus lecciones y lo transformó en una nueva ideología dividida en siete segmentos. Ese alejamiento del nombre original es lo que separa a esta biopic de cualquier otra, además que la manera en que acomoda las historias y las leyendas del cantante consiguieron que él mismo permitiera que se usaran sus canciones dentro del filme (lo cual resulta en el único vínculo que tiene el Nobel de Literatura con la historia que aparece en pantalla).
El guión de Haynes, el cual fue aclamado por la crítica especializada (y juzgado por quienes afirmaron que era demasiado pretencioso) logra integrar no sólo el misterio detrás de Dylan, sino todo lo que lo definió. Entre los diálogos hay referencias a canciones, poemas y entrevistas que ofreció a lo largo de su vida, y las acciones de los protagonistas (entre los que se encuentran la fabulosa Cate Blanchett ofreciendo una de sus mejores actuaciones en su carrera y Heath Ledger en uno de sus últimos papeles) evocan la fantasía y cruda realidad entre la que vivía el cantautor. El filme es un poema entero, con ritmo, golpes irrevocables y una energía imposible de ignorar. Al igual que una obra de Dylan, está llena de impactos; invita a un sueño y nos adentra por los distintos niveles a cada minuto; nos toma de la mano hacia diferentes historias que definieron a un sólo hombre y, como si fuera una “patada” al estilo Inception, al finalizar es como si hubiésemos estado inmersos en una existencia imposible.
Score, soundtrack, fotografía, guión y actuación se empalman a la perfección como los extraños personajes dentro de las historias de Dylan. I’m Not There podría ser la biopic por excelencia, ya que evita irse por la ruta tradicional de “la cuna hasta la tumba” y prefiere navegar entre las obras de su sujeto principal. Pocos trabajos pueden compararse a este y ninguno evocará la poesía de un artista de tal forma. Mirarla es una experiencia de otro nivel; es descubrirse a través de seis personajes y un ícono; conocerse por medio de las palabras y los miles de significados que puedan tener. Quizá esta película no explica a Bob Dylan en su plenitud, pero vaya que es un perfecto ejemplo de cómo adentrarse en la mente de un genio y de cómo navegar dentro un sueño por el resto de nuestras vidas.
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