“¿Puede un hombre sonreír cuando contempla a la mujer más triste del mundo?”
La sonrisa de Marilyn Monroe da la impresión de que toda su historia comienza con ella. Las comisuras de sus labios expresan todo lo que fue y pudo ser. Una infinita colección de mundos que nacen en ella, iluminados por el azul eléctrico de sus ojos. Para completar la suma teológica, pues a Santo Tomas de Aquino le hizo falta algo y era ella: la despampanante rubia que dormía sólo con unas gotas de Chanel no. 5, la increíble Marilyn Monroe. Desde agosto de 1962 y hasta principios de marzo de 1999, un ramillete de rosas llegaba puntual al sepulcro de la actriz cada lunes, miércoles y viernes. Los secretos de su vida, romances y carrera profesional vertieron su mito en la memoria de millones de espectadores alrededor del mundo y, de algún modo, mantuvieron viva su memoria. Los problemas que acompañaron su vida pudieron quedar eclipsados por el dulce candor de su sonrisa.
Hollywood es una máquina bien calibrada e hilada entre todas sus partes. Un aparato complejo que desempeña su trabajo al compás de sus ganancias. Una industria dedicada a la explotación de su panteón de celebridades y el eco que producen algunos de sus nombres a través de los años. La manufactura de Hollywood es bestial y su alcance incomparable. Entre todo ello es difícil imaginar dónde queda el arte.
El cine es un arte, su naturaleza se basa en asimilar los sueños y, como en toda ficción, encantarnos con sus historias; como toda pieza dentro de la bastedad de la cultura popular, su carácter también es nostálgico. Los rostros de la pantalla han acompañado a nuestras generaciones de cinéfilos y, como a Toto en Cinema Paradiso, han prendado a la audiencia. Los nombres de Joan Crawford, Bette Davis, Marlon Brando y Grace Kelly acapararon los afiches de películas y conservaron cierto interés en el público aún después de medio siglo, ya sea que fuera por su belleza, por su talento o mera presencia. Es difícil imaginarse una Venus tan seductora como Brigitte Bardot o Elizabeth Taylor, pero la triste verdad para ellas es que la belleza del siglo quedó impregnada en el espíritu de Marilyn.
Como toda empresa, Hollywood es susceptible a la deshumanización. El corazón de la industria se endurece bajo el peso de sus frutos económicos. Los nombres de las carteleras son los encabezados de las revistas y la referencia de los críticos. Con el curso del tiempo, se vuelven íconos de fanáticos del cine e hitos de nuestra memoria. Pero antes de ser “el chico malo de Hollywood”, James Dean se crió en una familia de granjeros y pocos saben de ello. La postura de estas estrellas nos hace difícil imaginarnos algún origen, solemos pensar que sus caras fueron dibujadas por un artista. Las raíces imprevisibles en las historias de estos emblemas existen, porque antes de ser las imágenes de un filme, eran tan humanos como cualquiera de nosotros.
Antes de ser la rubia favorita de la cámara, Marilyn Monroe era Norma Jean Mortenson, o Norma Jean Baker, según su supuesto certificado de nacimiento. Norma en honor a Norma Talmadge (actriz) y Jean por Jean Harlow (también actriz). Nacida el primero de junio de 1926 en Los Ángeles. Hija de Gladys Baker y Edward Mortenson, hombre de nacionalidad noruega a quien Gladys no le comunicó el embarazo después de su ruptura. La contraposición entre la vida de Marilyn como figura mítica y la de Norma como una muchacha a la mitad de una situación incierta, exhibe el trabajo de maquillaje, a nivel personal, al que se somete una celebridad de este tamaño, sobre todo porque Norma ni era rubia, ni una virtuosa. Era una muchacha insegura, huidiza, embalada en sus miedos y sin una mano de la cual sujetarse, eso sí, era una muchacha fascinante.
Podríamos pensar en Norma como una mujer de 90 años encerrada en su enorme mansión a cuidado de un leal sirviente. Apartada del mundo, viendo sus viejos filmes en un salón lleno de polvo. Una diva a quien el retiro y la vejez le han servido de cianuro a su vanidad. Entonces nos diría que no hace más películas porque “las películas se han vuelto pequeñas para ella”, igual que Norma Desmond en Sunset Boulevard. Pero, en realidad, Norma murió quizá más veces de las que sepamos, una de ellas antes de cumplir los 16 años, otra al nacer como Marilyn Monroe, muchas veces entre todos los vicios de su fama y, finalmente, en su casa de Hollywood durante la noche del sábado 4 de agosto de 1962, a causa de una sobredosis de somníferos. Su muerte fue anunciada a la prensa como un suicidio.
Es difícil reseñar la identidad de un icono, Norma soñaba con volverse una actriz como la de las películas que veía con Grace Mckee, la mejor amiga de su madre y tutora después de que Gladys sufriera de un ataque nervioso. Cumplió su deseo, el precio y los efectos de esto en su vida fueron irrebatibles en su salud anímica. Aún antes de hacerse de éxito, en la vida de Norma ya eran usuales los problemas psiquiátricos, al empezar con su madre y al pasar por las familias que la adoptaron cuando era niña, el orfanato y los delitos sexuales de los que denunció haber sido víctima.
El mayor símbolo erótico de la Historia contrajo matrimonio en tres ocasiones. La primera con un policía de Los Ángeles de nombre James Dougherty a los 16 años, y para evitar volver al orfanato, decidió abandonar sus estudios para convertirse en ama de casa; pero después de que Jimmy se enlistara en el 43, Norma Jean comenzó a trabajar en una fábrica de municiones. En ese lugar fue que por primera vez un fotógrafo la retrató y llamó la atención como modelo de revistas. Cuando su esposo volvió, se enfrentó a interminables problemas en el matrimonio, así que se divorciaron para que Norma pudiera firmar con la Twentieth Century Fox, ya que todas las estrellas del estudio debían ser solteras. Los primeros papeles de Marilyn fueron como extra, un ejemplo es la cinta The socking Miss Pilgrim, en la que la vemos como una telefonista y en Dangerous Man como una camarera.
En 1954 se casó con el beisbolista Joe Dimaggio, y aunque es uno de los amores protagónicos de la actriz y fue nombrado el matrimonio de la década, sólo duró nueve meses. Tal como en la vida de Marilyn, en su relación con Joe la pasión lo era todo; sin embargo, lejos del vitoreado noviazgo, ambos compartían poco. Mientras que él era un deportista criado en una muy conservadora familia italoamericana, Marilyn había sufrido de abandonos y tenido que aprender a vivir sola desde niña. Para acabar con su idilio, los celos de Joe no dejaron de hacerse presentes. Para 1954, Norma ya había hecho un papel en All About Eve junto a otras divas del cine, había filmado Gentlemen Prefer Blondes y How to Marry a Millionaire. Se había vuelto un rostro más que reconocido y recipiente de los arquetipos de la sexualidad en la época, así que Joe se sintió inquieto por la condición de sex-symbol de su esposa. En la avenida Lexington de Manhattan, en la calle 51, la producción de The Seven Year Itch se citó para filmar una escena con la señora Monroe en un vestido blanco, sobre unas rejas de ventilación. Una multitud de curiosos se reunió en la locación por el rumor de que Marilyn grabaría en ese sito pese a que sería de madrugada. La muchedumbre arruinó la toma y alejó a Dimaggio del lugar, ya que se sintió amedrentado por el impacto de su mujer en el público. La toma de la escena de Marilyn con el vestido aparece en The Seven Year Itch grabada en un estudio.
En 1956 el escritor Arthur Miller y Marilyn se convirtieron en marido y mujer. Una relación en realidad aburrida, lo que no evitó que ambos sostuvieran romances a sus espaldas, o en sus narices, según se dieran las circunstancias. Los affairs con artistas, guionistas, personas destacadas, menos conocidas, extranjeros y presidentes son parte del historial de la también cantante y bailarina. El mismo año de sus últimas nupcias, Marilyn filmó Some like hot, pese a que su actuación fue aclamada por la crítica e incluso consiguió un Globo de Oro gracias a la misma, se formó cierta enemistad entre gente de la industria y la diva. Se caracterizaba por muy despistada, por olvidar sus líneas y acudir a las filmaciones con retraso. Sin esperarlo, Monroe quedó embarazada, tras meses de intentar equilibrar sus compromisos con Hollywood y el periodo de gestación, sufrió un aborto. Debido a esto, comenzó a acudir con más frecuencia al consultorio de su psiquiatra, el doctor Ralph Greenson, y lo llamaba por las madrugadas con la esperanza de combatir el insomnio que la aquejaba. Norma Jean comenzó a hundirse en un agujero emocional, por años había luchado contra una depresión oculta tras los aretes de diamante y la calidez. ¿Quién podría haber rescatado a Marilyn Monroe si la que rezaba por ayuda era Norma Jean Baker?
Para 1960 protagonizó The Misfits, proyecto desarrollado a partir de un guión escrito por Arthur Miller, con el fin de empujar la carrera de Marilyn hacia papeles más serios; sin embargo, la representación del personaje de su esposa en la cinta parecía de siniestras intenciones. La trama giraba alrededor de Roslyn, una mujer que pese a su belleza sentía que jamás había sido amada, por lo que acude a Reno determinada a olvidar su fallido matrimonio. Allí conocerá a tres vaqueros, interpretados por Eli Wallach, Clark Gable y Montgomery Clift, quienes trataran de ganarse el corazón de la forastera. En una de las escenas de la película, Clark Gable debe preguntarle al personaje de Marilyn: “¿Puede un hombre sonreír cuando contempla a la mujer más triste del mundo?”. El trabajo de Miller dejaba al descubierto su concepción más íntima respecto a su mujer, como un ser dolorido y contrariado por los sinsabores de su vida. Durante las grabaciones, Arthur Miller se encontró con la fotógrafa Inge Morath, quien sería su pareja después de su separación de Marilyn en 1961.
Mientras un gélido invierno golpeaba Nueva York, la vida de Marilyn se volvía aún más volátil y fue ingresada a una clínica psiquiátrica Payne Whitney. Sus divorcios, relaciones esporádicas, una severa adicción a las drogas y el alcohol, la precipitaron hacia un colapso emocional a sus 36 años. Los resultados del tratamiento fueron los opuestos a lo que se tenía previsto por sus médicos. Había sido recluida en una habitación destinada a los casos más serios. Poco a poco, la sombra de la madre de Gladys Baker se proyectaba sobre su hija, una rasgadura anímica se extendía sobre la fragilidad de Marilyn. Durante sus estancias, uno de los internos del hospital notó una ventanilla rota en la puerta de su habitación, perplejo, le preguntó a la paciente la razón de su infelicidad. Con el mismo ímpetu que la caracterizaba, Marilyn le respondió: “He estado pagando una fortuna a los mejores psiquiatras para averiguarlo y ahora usted me lo pregunta a mí”.
Una mañana, un caballero tocó a la puerta del sanatorio; era italiano y su figura parecía imponerse ante el tumulto de enfermeras y médicos que intentaban detener su paso: Joe Dimaggio había llegado desde Florida a la gran manzana para desafiar los muros de Payne Whitney. Marilyn Monroe salió del encierro junto a su exmarido. Fue trasladada al Centro Médico Presbiteriano de la Universidad de Columbia, donde podía recibir las visitas de Joe.
Al concluir su estadía, regresó a la industria filmográfica y desafió las instrucciones de su productora, cuando se presentó en la gala en honor a John F Kennedy para interpretar su versión de “Happy birthday” ante la concurrencia y los ojos celosos de Jackie Kennedy. Los rumores apuntan a que dio inicio un romance entre Marilyn y el entones mandatario estadounidense. Realizó una sesión fotográfica para Vogue poco después, en ella se hubiera podido esperar cansada y tensa, en cambio, Bert Stern retrató a Marilyn cálida y radiante en el verano del 62. En el hotel Bel Air de Los Ángeles, la suite 261 se cubrió de collares, vestidos, pañuelos y pulseras. El aroma a champan Dom Pérignon vistió las paredes de la habitación y sedujo a la actriz a actuar con todo esplendor, a posar ante la cámara con total soltura, e hizo gala de una belleza inherente a su gran entereza. Stern había tomado imágenes de otras bellas mujeres de la época: Audrey Hepburn y Elizabeth Taylor, pero con Monroe se sintió aturdido, como si al retratarla presenciara el final de una era. Por un momento, Bert Stern olvidó que estaba casado y se enamoró de una musa en quien se había materializado Venus.
Vogue no se mostró satisfecha con la sesión, reclamaban elegancia y glamour, pues se les había entrado a una Marilyn Monroe sincera, carente de tapujos: tan sólo era ella. Lo que desconocía Vogue es que tenían la última joya de la corona en su poder. Dos meses después de esto, Bert Stern leyó en el periódico la terrible noticia, su amada musa había sido encontrada muerta. En su residencia dejó, entre otros objetos, una colección de 400 libros, en los que figuraban autores tan diversos entre sí, como Ian Fleming —creador de James Bond—, Alexander Dumas, Mark Twain, Marcel Proust, Thomas Wolfe, Fyodor Dostoevsky y James Joyce. Hecho que debería servir para desmitificar de una vez y para siempre a Marilyn como “la rubia tonta”.
La tragedia del escritor es que debe encontrar la forma de narrar lo que para el resto es inenarrable. No es difícil entender lo que hallaron Hollywood, Joe o John F. Kennedy en la sonrisa de Norma Jean Baker; su encanto es incuestionable. La mayoría puede afirmar que “la belleza de Marilyn no se puede describir con palabras”, pero no un escritor, no un cineasta, no un artista. Monroe ha inspirado tantas obras de arte como la ciudad de París o las calles de Londres. Es difícil creer que, a la mitad de un mundo tan caótico, ella existió; la heredera de la tradición cultural de leyendas vueltas hacia la decadencia, atestados por su fama, como Rembrandt y Stefan Zweig. Marilyn Monroe y muchas otras figuras del arte nos recuerda al título de un libro de Scott Fitzgerald: Hermosos y malditos.
Hoy, en plena segunda década del siglo XXI, aún nos enamora y nos mantiene atentos a los trabajos que desvelan los misterios de su vida. Después de que Norma muriera en 1962, Joe Dimaggio comenzó a enviar rosas a su tumba los lunes, miércoles y viernes durante 20 años. Marilyn era más que una vedette, una cara bonita, o un cuerpo que desprendía sexualidad, se trataba de una mujer con miedos, inteligencia y un corazón que nadie supo comprender, pero al querer cumplir los deseos de quienes la rodeaban, cabo su tumba. Aun así, consiguió cautivarnos con su 1.66 de estatura, su falsa cabellera rubia, su vehemente personalidad y, sobre todo, su sonrisa.
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