Si nacimos en los años 90 o por lo menos los vivimos con la suficiente edad para recordar alguna película no apta para menores de edad en el cine mexicano, seguramente guardamos en la memoria un título que era impactante desde el mismo título; “Sexo, pudor y lágrimas” (Antonio Serrano, 1999). Recuerdo haberme preguntado de qué trataría específicamente un filme con un nombre así de directo y por qué estaba causando tanto revuelo.
La primera ocasión en que tuve oportunidad de verla habré tenido entre once y doce años, afortunadamente fue en compañía de mi familia y no me perdí tanto en la trama; y digo afortunadamente no porque necesitara la compañía adulta en un sentido moralino de la expectación, sino porque mis padres siempre fueron realmente abiertos conmigo en cuanto a temas de sexualidad y problemas de “gente mayor”, y de haberla visto no hubiera captado un mensaje más allá de parejas que no pueden parar de gritarse o de tener sexo.
Tampoco es que los secretos del universo se me hayan revelado viéndola o la vida se me haya solucionado al mil por ciento escuchando las opiniones de quienes vieron la película conmigo, pero ahora, a la distancia, comprendo dos que tres cosas:
a) Este filme se basó en una obra de teatro homónima.
b) No es tan mala película.
c) Mucho de la vida real (en México y quizá fuera de él) es retratado con cierta veracidad en muchas escenas de esta producción.
Con el tiempo me di cuenta que este proyecto fue filmado con bastante tendencia a emular un cine almodovariano, si se me permite el término, y que por más extraño que resulte, esos grupos de chicos contra chicas que tanto se pensaron como superados terminada la hora del recreo, pueden persistir por el resto de las eras pero con enfoques distintos. ¿Cuáles enfoques? Pues precisamente esos que no quedaban del todo claros ya que nos hacía falta crecer un poco más como para reconocer que, siendo adultos, seríamos capaces de vivir algo similar.
O por lo menos, veríamos alguna situación cercana.
¿A qué hechos nos estamos refiriendo? Bueno… a aquellos que bien podrías identificar ahora muy cercanos a tu vida adulta:
Necesitas sexualmente a tu pareja, no sólo como compañía sentimental.
El sexo no es algo que te llame tanto la atención después de todo.
Puedes sentir atracción por alguien más, pero diferenciar relaciones.
Aceptas ser el romance de alguien más, aunque sepas que no está del todo bien… o no sabiéndolo de hecho.
Un matrimonio no es siempre feliz.
La persona con quien te casaste no suele escucharte todo el tiempo.
A veces, renuncias a tus sueños por los de alguien más.
Tus impulsos pueden convertirte en la persona que menos te imaginaste.
Los traumas salen a relucir en los momentos menos esperados; sobre todo esos que te hacen temer a una familia o a no conseguirla del todo.
Tu pasado nunca te abandona, sólo es cuestión de saber vivir con él.
Requieres (eternamente) un equilibrio entre la comprensión, el amor y el buen sexo; aunque a veces éste no llegue.
Más difícil sería abandonar a alguien que permanecer a su lado, pero en ocasiones es lo justo.
Entiendes que hay espacios perfectos para ti y también hay lugares en donde ya no cabes.
Sé que resulta extraño entresacar mensajes que podrían alejarse en realidad del sentido a veces chusco del filme, pero cierto también es que de cualquier forma el cine siempre tiene algo que aportar y deja en tus manos lo que quieras tomar. Así que, bajo ese principio, “Sexo, pudor y lágrimas” puede ser abordada como mejor nos plazca: como una película para cualquier domingo o como una de las pocas propuestas del cine mexicano contemporáneo que de verdad ha tenido algo qué decir.
***
Te puede interesar:
10 películas de culto que definieron el cine mexicano
Las 10 mejores películas del cine mexicano