Este podría ser el año que defina el ser mexicano dentro del cine nacional. Además de la aclamada ‘Roma’ de Alfonso Cuarón y la divisiva ‘Tiempo Compartido’ de Sebastián Hoffman, llega ‘Museo’ de Alonso Ruizpalacios: una oda a la insignificancia que perturba el alma del mexicano y que lo persigue a lo largo de su vida, tanto así que lo fuerza a llevar a cabo una acción extraña que quizá ni él mismo puede explicar.
Siguiendo el mismo espíritu de Gueros, Alonso Ruizpalacios utiliza una de las historias más extrañas y olvidadas de los últimos años –el robo al Museo de Antropología e Historia por parte de dos estudiantes de veterinaria– para hablarnos de la desesperación, de las ganas de encontrar un lugar en el mundo y de buscar un cierto reconocimiento dentro de un contexto vacío, desértico, para mostrarnos que dentro de todo eso, existe una belleza incomparable con la de cualquier otra persona en algún otro país.
Tomándose libertades, e incluso haciéndonos sentir empatía por los personajes que llevaron a cabo semejante robo, el también guionista aprovecha a Gael García como el atormentado sujeto, amante de la cultura mexicana, nacionalista hasta el fin, cometiendo un crimen absurdo que incluso va contra su propia mentalidad. ¿Para qué? Eso es lo que trata de explicar, pero como suele suceder con la mentalidad mexicana, a veces es imposible hacerlo, ya que incluso nosotros no sabemos a veces por qué actuamos de cierta forma o realizamos acciones que podrían dañarnos, sin importar las consecuencias.
Ruizpalacios de nuevo demuestra que es el director más inventivo de la actualidad, incluso superando el ejemplo de Del Toro, Cuarón e Iñárritu, utilizando elementos extraños para crear una narrativa concisa sin caer en lo cliché. Aprovecha la fotografía hasta su último punto para crear una atmósfera melancólica e incierta, presentando la desolación de la Ciudad Satélite y la belleza del Museo de Antropología. Usa hechos históricos para recordarnos la hipocresía mexicana frente a la historia previa a la conquista y el desinterés que los habita. Y en pocas líneas nos recuerda la irresponsabilidad con la que tratamos nuestro pasado, y el desapego que existe incluso con nuestras familias.
De igual forma, el director parece ser el único en poder representar de una forma fiel la locura y lo absurdo de la comunicación familiar en la clase media en México. Para mostrarnos más de la mentalidad de los personajes principales, se toma el tiempo para atraparlo dentro de su “pecera”, interactuando con su familia, y su mejor amigo, revelando que incluso las palabras no explican su mentalidad.
Quizá el elemento más importante de la cinta es la constante narración en voice-over, que –aunque es llamada narración floja por algunos críticos de cine– se aprovecha a la perfección ya que nos recuerda que lo que vemos quizá no es una fiel representación de la historia, sino una réplica con errores y fallas, como una pieza de reemplazo en un museo. Mezclado con la música, que es justamente un recuerdo de la época previa a la conquista, y las extrañas secuencias que hacen de la obra algo distinto, da como resultado una obra incomparable, hermosa que nos hace pensar que dentro de nuestra insignificancia existe belleza.
Esto se explora más con el contraste entre Satélite, el presente, y los objetos históricos. Nos sentimos vacíos, sin identidad, sin un lugar a dónde ir, pero tenemos un pasado rico que ignoramos y que sólo nos llama la atención cuando sucede algo como un robo de piezas invaluables o cuando se destruye un objeto.
Similar a Güeros, Ruizpalacios crea una atmósfera única que, a pesar de no tener un momento de lágrimas, puede provocar llanto en la audiencia por lo insólito de la presentación, porque nos recuerda que no sólo tenemos al pasado sino este presente donde se hacen películas hermosas que sintetizan todo lo que significa ser mexicano, desde antes de la llegada de los españoles hasta ahora.